Es la hora de la batalla final.
La Horda Polar avanzaba por Vishnia
aplastando cualquier núcleo de resistencia imperial.
Aquellos súbditos de Su Majestad que
se rendían eran internados en campos de prisioneros por orden
expresa de la zarina. Había que enseñarle a esos indeseables que
ocurría cuando alguien osaba enfrentarse a Ekaterina. Mientras
tanto, el Dr. Shorobiensky se encargaba de reabastecer al ejército
polar de shurales en el laboratorio que se había instalado en el
dirigible en que viajaban. Todo iba según lo planeado.
Y en el horizonte apareció Balbuta.
La ciudad de las maravillas, capital de
Vishnia, cuyo rajá rendía pleitesía a Alexandra, estaba delante.
Sus pagodas de oro resplandecían por efecto de la luz del sol. El
final de la guerra estaba cerca y Ekaterina saboreaba la victoria.
Esta vez, la emperatriz decidió apearse del dirigible e ir al campo
de batalla en persona. De las caballerizas del transporte sacaron a
Vsévolod, el caballo diestro blanco de Ekaterina. Con gran agilidad,
Ekaterina montó en la bestia. Tachenko hizo lo mismo con su caballo
y, dando una enérgica orden, el ejército de la Horda se dirigió a
las calles de Balbuta.
Desde una colina cercana al lugar,
nuestros dos protagonistas y sus escoltas divisaban el campo de
batalla sin dificultad. Ekaterina estaba eufórica.
-¡Ja, ja! ¡Pronto Vishnia será mía!
-No te confíes, pequeñaja. Todavía
pueden esconder un as debajo de la manga- contestó Tachenko, con una
tranquilidad sorprendente para el decisivo momento que se estaba
llevando acabo.
-¿Cómo? Tenemos a los shurales. Si
algo va mal, solo tenemos que soltarlos.
Al igual que en Krambalash, y en el
avance al interior del subcontinente, Shorobiensky estaba oculto con
su ejército de criaturas. No obstante, esta vez se encontraba en el
interior de un almacén de la ciudad, conectado por radio con el Alto
Mando.
La batalla comenzó con unas cuantas
salvas de artillería para “allanar” el terreno. Algunos
edificios estaban siendo usados por las tropas imperiales como
blocaos, así que había que echarlos de allí y si la estructura se
colapsaba con ellos dentro, mejor que mejor.
Luchar en las calles fue otro cantar.
Las formaciones de campo abierto no servían de mucho y se corría el
peligro de ser abatido por un tirador. Los tanques eran presa fácil
para las trampas explosivas que dañaban sus orugas, inmovilizándolos
y dejando a su tripulación a merced de los lanzallamas y granadas.
En cada esquina, en cada puerta, un soldado polar forcejeaba con un
imperial para clavarle la bayoneta hasta el fondo. Sin embargo, si en
algo destaca el ejército de la Horda Polar es en luchar en esta
clase de escenarios. Usando los tanques caídos como parapetos, los
soldados polares podían disparar sin riesgo de ser alcanzados por
los imperiales. En cuanto una bolsa de resistencia imperial caía o
daba síntomas de cansancio, los polares asaltaban su posición para
rematar a todo imperial que quedase vivo. El objetivo principal era
llegar hasta la mansión del gobernador, donde se encontraban
atrincherados este y el rajá.
Las tropas polares estaban cada vez más
cerca de su objetivo. Los soldados imperiales no tenían otra que
replegarse hasta el hogar del gobernador, donde se habían levantado
grandes muros de hormigón para protegerlo, convirtiendo la mansión
en una auténtica fortaleza. Ante esta situación, Ekaterina espoleó
a su caballo y salió al trote.
-¿Se puede saber a dónde vas,
pequeñaja?- gritó medio enfadado Tachenko.
-¡A liderar a mis hombres! ¡No quiero
perderme esto!- respondió eufórica la zarina.
Tachenko gruñó algo en voz baja y
siguió a Ekaterina, seguido por su escolta.
Llegaron a un lugar seguro alrededor de
la mansión. Los soldados polares colocaban cargas explosivas en la
paredes de hormigón para derruirlas pero muchos de ellos no llegaban
a accionar el temporizador ya que el 4º Regimiento de Tiradores de
Jamtaore les volaba la cabeza. Tan grande era la puntería de este
pueblo de cazadores del este de Vishnia que el rey Charles II, padre
de Alexandra, decidió crear un regimiento compuesto solo por gente
de ese lugar.
Las tropas polares intentaban poner fin
a los disparos de los de Jamtaore pero era imposible debido a que
estaban bien resguardados en torres de vigilancia hechas de hormigón,
construidas al mismo tiempo que el muro que protegía la casa del
gobernador.
-¡Argh! ¿Es que nadie va a acabar con
ellos?- dijo Ekaterina desmontando de su caballo para acercarse a uno
de los parapetos, hecho con un carro volcado. Los soldados saludaron
a su emperatriz.
-¡Dejad de hacerme la pelota y seguid
luchando!- gritó Ekaterina. Los soldados obedecieron sin rechistar.
Tachenko bajó de su caballo y se
dirigió hacia el lugar donde estaba Ekaterina.
-Tal vez podríamos rodearlos- dijo el
mariscal.
-O tal vez podríamos soltar a los
shurales- dijo la emperatriz que, sin perder tiempo, cogió su radio
portátil y dio la orden a Shorobiensky de soltar a las bestias.
-Pe... pero, su... su excelencia- dijo
el científico al otro lado del auricular- Po... podrían matarla
y...
-¡Shorobiensky! ¡Es una orden de tu
emperatriz! ¡Hazlo ahora! ¿O prefieres pasar una larga temporada en
Yokutva?- dijo Ekaterina.
-No... No, su... su excelencia-
respondió Shorobiensky.
-Bien, veo que me comprendes.
En el almacén, Shorobiensky colgó el
auricular, abrió las puertas y dejó que sus creaciones salieran
hacia la mansión del gobernador.
Cuando el restañar de las garras en el
suelo de los shurales y sus horripilantes gritos se hacían cada vez
más fuertes, los soldados polares corrieron a esconderse donde
podían.
-Pequeñaja, será mejor que nos
escondamos antes de que lleguen esas cosas- dijo Tachenko.
-¡Argh! Está bien- dijo Ekaterina.
Cogieron a sus caballos y se ocultaron
en un edificio de paredes gruesas y dos plantas, al parecer un
mercado, cercano al palacio. Desde una ventana del primer piso,
Ekaterina observaba como los shurales escalaban las paredes de
hormigón y se internaban en los jardines de la mansión.
-Sí, todo está saliendo como lo he
planeado- dijo Ekaterina con una sonrisa diabólica.
Pero su sonrisa se borró cuando una
luz dorada convirtió a los shurales en bolas de fuego. Las criaturas
se retorcían de dolor en el suelo hasta que eran reducidas a
cenizas.
-¡¿QUÉ?!- gritó la emperatriz,
furiosa por lo sucedido.
-¡Un mago! ¡Allí!- Tachenko señaló
a una figura que había en la azotea de la mansión. Vestía una
simple túnica blanca, algo ajada, y su cabeza estaba envuelta con un
turbante. El mago vishnio levantaba las manos y de ellas salían unas
pequeñas bolas de fuego que convertían todo aquello que tocaban en
cenizas en cuestión de segundos.
-¡Maldición! ¡Están usando magia!
¡Tan avanzada que es Alexandra para aliarse con Losange!
¡Hipócrita!- gritaba Ekaterina completamente ida de sí.
-Es imposible pequeñaja. Es
prácticamente imposible vencerlos si sus defensas son así de
impenetrables, y más si tienen un mago de su parte. Si le pasa eso a
los shurales, imagínate a los soldados- dijo Tachenko.
-¿Sugieres que me retire, Tachenko?
¿Es eso? Tantas victorias acumuladas para rendirme en el último
momento. ¡Jamás, Tachenko! ¡Jamás!- Ekaterina desenvainó su
sable y salió por la puerta- ¡Vamos, soldados de la Horda Polar!
¡Demostradles a esos arrogantes que ocurre cuando se hace enfurecer
a un oso!
Tachenko salió corriendo detrás de
ella.
-¡NO!- gritó, tirando a Ekaterina al
suelo con el impulso que llevaba. Un tirador de Jamtaore se había
dado cuenta de que la zarina estaba allí y de que sería un blanco
muy jugoso. Por suerte, Tachenko era más precavido que su emperatriz
y salió detrás de ella en cuanto divisó el reflejo de la mirilla
del rifle del tirador. La bala había impactado en la pared de atrás.
-¡Quítate de encima!- gritó la
zarina.
-¡No! ¿Es que no ves que es un
suicidio?- gritó Tachenko.
-¡Suéltame! ¡Suelt...!- Tachenko
golpeó a Ekaterina con la culata de su pistola en la cabeza,
dejándola inconsciente.
-Sé que por ello me ganaré una
temporada en Yokutva pero prometí a tu padre que te protegería-
dijo Tachenko mientras echaba en sus hombros el liviano cuerpo de la
emperatriz.
El mariscal volvió al interior del
edificio. Los soldados se quedaron pasmados al ver a Ekaterina sin
vida.
-¿Está muerta, señor?- dijo uno de
los soldados con cierta emoción contenida.
-No, solo inconsciente- Tachenko alzó
la voz- ¡Recoged las cosas! ¡Nos retiramos!
Los soldados obedecieron al mariscal
inmediatamente.
En cuestión de días, la Horda Polar
fue retirándose de Vishnia. Sin tomar la capital, la colonia era
ingobernable. Aquí y allá surgieron grupos de rebeldes que
expulsaban con éxito a las tropas polares. El Imperio envió más
refuerzos hasta que el sueño de conquistar Vishnia se esfumó.
Ekaterina sabía que Tachenko había
hecho lo correcto. No podía enviarlo a las horribles minas de sal de
Yokutva pero tampoco hizo una declaración de perdón delante de él.
Era demasiado orgullosa para ello aunque Tachenko no le dio más
importancia al tema, conociendo como era la zarina.
Se firmó la paz más tarde, en el
Palacio de los Leones, en Lionscourt.
Por suerte para la Horda Polar,
Alexandra prefirió que esta fuera una paz blanca en lugar de una con
condiciones: bastante tuvo con soportar la tensión del momento como
para hacer enfadar otra vez a Ekaterina.
Esta vez, la zarina no pudo hacer
realidad sus sueño pero, algún día, la Horda Polar dominará el
mundo. Algún día...
Y hasta aquí, amigos míos, llegan las aventuras de Ekaterina en su intento por invadir la joya de la corona del Imperio de Su Majestad.
Hmmmm...
No estoy muy contento con el final. Creo que lo de "lo hizo un mago" es bastante precipitado. Mi objetivo era sacar un poco de la magia existente en Verne pero no me convence mucho el resultado.
¿Qué os parece a vosotros?
Hmmmm...
No estoy muy contento con el final. Creo que lo de "lo hizo un mago" es bastante precipitado. Mi objetivo era sacar un poco de la magia existente en Verne pero no me convence mucho el resultado.
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