jueves, 31 de enero de 2013

Praenomen, nomen y cognomen.

¡Hola, chicos!
Un post rapidito para compartir con vosotros una cosa.

Ted's Roman Name Generator

¿Qué chorrisandez es esa?
Simplemente, es un generador de nombres romanos. Ponéis vuestro nombre y vuestro primer apellido y descubriréis como os llamaríais si fuerais ciudadanos de pleno derecho de la República. O del Imperio, a mí me da igual.
Sí, los genera al azar pero creo que es una buena herramienta por si estáis interesados en escribir algún relato o guionizar un cómic ambientado en la Antigua Roma o en un mundo de fantasía con reminiscencias romanas.

Tranquilos, en el próximo post disfrutaréis de una nueva aventura de Ekaterina. ¡Nos vemos!

sábado, 26 de enero de 2013

¡Revolución!: un relato escrito por Vilem Landerer.

¡Saludos a todos!
Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.

Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!

La plaza del Palacio Helado hervía de excitación. De violenta excitación. Una docena de guardias del Oso, con sus grandes barbas y bigotazos y sus ushanka de pelo de oso, se apelotonaban alrededor de aquella figura delgada y pequeña que blandía el sable de su padre e increpaba brutalmente al gentío que los rodeaba. Más de un centenar de personas rodeaban a los 13 que se defendían contra la puerta, encima de los cadáveres de enemigos y compañeros, muertos en los minutos previos. La Guardia del Oso había tenido que improvisar una defensa alrededor de Ekaterina, pues no sólo el palacio, sino la capital entera se había rebelado y después de horas de limpieza dentro del mismo, los revolucionarios del Igualitarismo habían conseguido penetrar las puertas del patio. La Emperatriz, en lugar de huir, había empuñado su sable y llevaba toda la mañana al frente de aquella lucha desesperada contra un enemigo que los superaban y mucho, en número. La habían herido de un mosquetazo y se mantenía erguida pese a ello, con un trozo de manga de la casaca de uno de sus guardias, que se la había arrancado nada más verla herida. A su alrededor luchaban con denuedo, aunque ya daban muestras de fatiga y sus enemigos más cercanos tenían una evidente faz de terror. Algunos ya no se acercaban y los fusiles comenzaron a aparecer entre las primeras líneas.
¡Perros! –gritó de pronto feroz, Ekaterina–. ¡De esta no os librareis tan fácilmente! ¡Vuestras cabezas adornarán mi palacio durante generaciones!
Se prepararon para disparar, sin acercarse demasiado a la masa humana erizada de sables y medias picas, que ya había agotado municiones y se preparaba para recibir la descarga.
¡Mi guardia! –siguió la emperatriz, con la certeza de que aquellos eran sus últimos momentos y no iba a dejar de presentar batalla–. ¡Cubríos con los muertos! ¡Usadlos de parapeto!
La Guardia se giró. Parte de su consigna extraoficial es que no se cubrían, ni retrocedían. Pero allá estaba ella, menuda y herida, el sable de su padre muerto en la mano, gritando órdenes e insultos por igual, sin descomponerse. Alguno recordó la muerte del progenitor y alguno sintió ternura hacia la cruel Ekaterina, así que con ánimos renovados, se agacharon, se echaron los muertos por encima y recibieron las primeras descargas con resignación. A los sublevados les debían faltar municiones también, pues entre una y otra pasaban varios minutos, mientras buscaban pólvora para recargar los fusiles.
¡Traed más balas! –gritó uno de los rebeldes, hacia su retaguardia–. ¡Más cartuchos, más pólvora!
Ekaterina no se pudo contener. Una cosa era el enorme enfado del hecho de que se hubieran levantado contra ella. Pero así, de esa manera, con tan poca previsión, le nublaba el juicio.
¿¡¡Más balas!!? –gritó y se la pudo escuchar en toda la capital–. ¿¡¡Acaso creéis que esto es la caza del cerdo negro de Zaranamov!!? ¡¡Estáis asaltando el Palacio Helado esperando que lo entregaría!! ¿¡¡Por quién demonios me tomáis!!?
Se quedaron paralizados por el estupor. Aquello no estaba saliendo cómo habían planeado. La mayoría pensaba que la fuerza de la unidad y la fraternidad derrotaría a los imperialistas. No se habían esperado que la Guardia del Oso fuera una piedra tan dura. Y la propia emperatriz no se quedaba atrás. Pensaban que acabaría de forma similar a la rebelión que acabó con su padre, pero que ahora no habría una cabeza visible de gobierno. Creían muchas cosas.
El silencio se había hecho en la plaza. Nadie se atrevía a toser y sólo se escuchaba la respiración furiosa y agitada de Ekaterina, que fue creciendo en magnitud, hasta que todos creyeron que se transformaría de un momento en otro en el dragón que temían que fuera y los devoraría.
¡Vamos hermanos, terminemos con ella –dijo desde atrás, tratando de dar algo de valor–, antes de que se organicen de nuevo!
Se envalentonaron de nuevo, sólo eran doce hombres y una muchacha. Eran veinte veces ellos, no había nada que temer. Y con esa premisa, se lanzaron de nuevo.
¡Cerrad fila, mi Guardia! –gritó de nuevo, al ver que se les echaban encima otra vez–. ¡No olvidaré esto! ¡Ekaterina no olvida!
Los veteranos guardias se apretaron de nuevo y combatieron recio. El rumor de la respiración de la emperatriz seguía creciendo. Hasta el punto de que se dieron cuenta de que no era respiración, sino un motor. Algo motorizado se acercaba por la avenida, de la que comenzaban a llegar relinchos y voces airadas. Un cañón de asalto avanzaba por el centro de la vía, flanqueado por dos carros de combate, a cuyos costados se abría una enorme cantidad de kozaks, que ya llevaban sus sables desenvainados que centelleaban al sol del atardecer. Se abrían paso entre la muchedumbre que rodeaba y llenaba la plaza del palacio, sin frenar ante nadie, dispersando a la población.
¡Preparados para abrir fuego! –gritó el comandante dentro de la bestia de acero, mientras el artillero afinaba puntería, con el cañón cargado con carga doble de metralla–. ¡A mi orden! ¡Fuego!
El corazón del monstruo vibró brutalmente por la descarga. El enorme cañón retrocedió un metro y frenó con terrible estrépito, hasta el punto de que el vehículo ralentizó su marcha.
Medio centenar de personas cayeron al suelo, muertas o heridas por las pelotas de plomo en el aire. Ekaterina sintió que la deflagración la golpeaba y un calor de satisfacción le recorrió el torso. Cuando los tanques abrieron fuego a su vez y los kozaks alzaron sus sables y picaron espuelas, los rebeldes flaquearon visiblemente. La emperatriz vio la duda en sus ojos y supo que era el momento.
¡Vamos mi Guardia! ¡A por ellos! –se levantó ella, alzando el sable ensangrentado, conteniendo la mueca de dolor–. ¡Hay que apretar! ¡Seguidme!
Los del Oso se levantaron. Muchos de ellos le triplicaban la edad. Y ninguno se iba a quedar atrás. Se prepararon, mientras Ekaterina ayudaba al más anciano de todos a levantarse, pues era de los más heridos y había cubierto a la emperatriz durante toda la batalla. Ella lo agarró del costado y lo mantuvo en pie.
¡A ellos! ¡A ellos! –repitió, tomando aire–. ¡¡A ellos!!
Se lanzó hacia adelante, con el anciano a su izquierda parando y dando tajos y se vió a ella misma, en medio de la multitud, cortando cómo si fuera lo único que pudiera hacer.
Los rebeldes entraron en pánico tras semejante muestra de ferocidad. Los guardias mataban a cualquiera que se acercara y no dejaban de moverse hacia adelante, cubriendo a sus compañeros, con Ekaterina en el centro, cargando con la ayuda de otro más al más veterano de ellos. Las cabezas se abrían cómo melones, horrendas brechas se aparecían en torsos y los miembros quedaban inútiles. La masa se movió hacia la puerta, por la que entraba el enorme cañón de asalto, que no frenó, sino que aplastó a los que cogió por medio, convirtiéndolos en pulpa sanguinolenta. Casi inmediatamente el gentío se echó al suelo, soltando armas y bagajes, pues tras el animal de acero cargaban los kozaks, sables en alto.
¡No! –gritó Ekaterina, voceando ronca, pero enérgica–. ¡Los quiero vivos!

El mundo se enteró un día después de lo ocurrido en el Horda Polar. Una revolución a gran escala, violenta y de carácter igualitarista había intentado deponer a la actual emperatriz. Sin éxito. Imágenes de ahorcamientos se podían ver en todas las salas de filmes una semana más, así cómo escenas grabadas por la propia propaganda imperial, mostrando escenas de Ekaterina firmando papeles, herida pero con fuerza, así cómo colgando medallas en el pecho a 11 guardias del Oso y depositando una doceava en un ataúd adornado con la bandera nacional. El propio mensaje de Ekaterina, fue emitido por radio casi dos semanas después, cuando concluyeron las investigaciones de sus servicios de espionaje, que habían salido malparados tras la súbita revolución, pues a muchos los habían atrapado.
<<No puedo decir que no me haya sorprendido el intento de levantamiento. No me lo esperaba y desde luego, no imaginé que su germen vendría del extranjero. Un grupo de espías, que ya han sido ajusticiados en su totalidad, instigaron, organizaron y armaron; muy pobremente, a los golpistas. Creyeron que no necesitaban de más, pues me eliminarían con facilidad, pero no pensaron que soy hija de mi padre y con su mismo sable, el mismo que usó la última vez que corrió a sofocar un levantamiento. ¡Soy Ekaterina Fyodora Zolnerowich, hija de Alexis Fyodor Zolnerowich! ¡No soy una cualquiera y a mí, no se me vence por la espada! Pero es evidente que el Imperio de su Majestad en vista de que no puede derrotar a Horda Polar en la honrada guerra, trata de hacerlo mediante actos subversivos, azuzando a mi propio pueblo en mi contra. Los detenidos han sido condenados a trabajos forzados, pues no creo que su ejecución sea lo que merecen, ya que al fin y al cabo fueron otros los conspiradores y ellos tan sólo las marionetas. Espero que mi magnanimidad convenza a mi gente de que trabajar por nuestro bien común es mucho mejor que conspirar con agentes enemigos, que no dudarán en dejar abandonados a sus aliados aquí, con tal de salvar el pellejo.>>
El discurso caló muy hondo en Horda Polar. Todos sabían de la feroz resistencia en el palacio y de que la propia Ekaterina había peleado mano a mano con sus guardias. Nadie se atrevería a levantarse de nuevo contra ella, al menos no en tiempo de paz. Nadie, pues a pesar de su relativa indulgencia con los vivos, los muertos seguían observando al pueblo desde las estacas donde habían clavado las cabezas de los insurrectos fallecidos. Nadie olvidaría aquello y a la Emperatriz se le daba muy bien que nadie olvidara.

domingo, 20 de enero de 2013

El rey de Prusia y el pandur.

¡Hola, amantes de la historia!
¿Cómo lo lleváis? Me encanta escribir en las románticas tardes de domingo, así que he pensado que sería una buena idea escribir un post sobre alguna curiosidad histórica. Esta vez, os vais a reír con algo que paso hace mucho tiempo. Seguid leyendo.

1758.
Hace dos años que comenzó la Guerra de los Siete Años.
Los austriacos, deseosos de recuperar la región de Silesia perdida tras su Guerra de Sucesión en favor de los prusianos, no tuvieron en cuenta que se enfrentaban a un reino donde cada hombre había nacido para la guerra. El "ejército con un estado", como algunos lo denominan, marchaba sin ningún tipo de oposición hacia Austria gracias al liderazgo de su rey, Federico II.

Der Alte Fritz

No hace falta decir mucho sobre este hombre.
Bueno, para los que no lo conozcáis deciros que está considerado como una de las mentes tácticas más celebradas de la historia. Federico sabía siempre que hacer en el campo de batalla, como buen prusiano que se preciase. Además, su mente no solo estaba abocada a la guerra. Era también un buen músico y un gran filósofo. Amigo de Voltaire, Federico fue el autor de "El Antipríncipe" o "Anitmaquiavelo", un tratado en el cual desmontaba todas las tesis sobre el gobierno de una nación ideadas por el escritor florentino.

Siguiendo con nuestra historia, nos encontramos a Federico guiando a sus ejércitos en persona por la región de Moravia, en la actual República Checa. Esta región pertenecía al imperio de los Habsburgo en esta época. Mientras que nuestro protagonista cabalgaba a la cabeza de su ejército por un camino, a lo lejos divisó algo que le llamó la atención: detrás de una cerca que delimitaba el camino, había un hombre apostado detrás de un árbol. Federico se quedó extrañado y decidió avanzar hacia donde estaba el hombre. Al acercarse, pudo ver al hombre apuntándole con un mosquete. Resultaba ser un pandur, un tipo de infantería ligera de origen croata al servicio del Imperio Austrohúngaro. Federico, al ver que el hombre no abría fuego, se encaró y le dijo: "¡Tú! ¡Tú! ¡Sí, tú! Espero que no te quede pólvora en la cazoleta". Acto seguido, el rey de Prusia dio media vuelta. El pandur, avergonzado, bajó el arma y dejó que Federico se marchase.


Es una anécdota muy curiosa, ¿no os parece?







lunes, 14 de enero de 2013

Esa espantosa portada.

¡Hola, gentes!
Hoy os voy enseñar algo espantoso. Terrorífico, si lo queréis llamarlo así.
Ayer, hablando con Soturisi por el chat de Facebook, le enseñé algo que me costó trabajo hacer pero que, si os digo la verdad, deja mucho que desear.
Como recordaréis de un post que escribí hace bastante tiempo en Subcultura sobre las Guerras Husitas, escribí una novela para un trabajo de clase ambientada en este conflicto titulada "El Ganso y el Cáliz". 24 páginas (el escaso tiempo que teníamos para escribirla hizo que tuviera que saltarme varias cosas) de batallas, dilemas religiosos y clichés de películas de aventuras.
Bien, para rizar el rizo, dibujé una portada para presentar este escrito. He aquí el desaguisado:

¡¡¡AAAAAAAARGH!!! ¡MIS OJOS! ¡MIS OJOS!

Sí, amigos míos. Lo que estáis viendo es la cutre-portada que hice para la novela.
¿Qué pasos seguí para hacer este atentado contra el buen gusto? Primero, dibujé en un folio lo que quería representar. Segundo, rotulé el dibujo con un rotulador Carioca de los gordos (sí, habeis leido bien). Esceneé y coloreé usando Fireworks.
La inspiración me vino de las ilustraciones sobre los soldados husitas que Angus McBride hizo para el libro de Osprey que usé para documentarme.

Como veis, el resultado deja mucho que desear.
No solo por el color sino también por varios elementos. Las hastas de las banderas son uno de ellos. La propias banderas también, que no dan sensación de estar ondeando en el aire. Esa especie de cerca negra es en realidad un ejército visto por detrás (sí, es eso). Creo que lo único que me salió bien fue el pelo del personaje y los dibujos que aparecen en las banderas (el ganso y el cáliz).

Bueno, solo quería compartir esto con vosotros.

jueves, 10 de enero de 2013

La emperatriz y el científico.

Bueno, aquí tenéis otro relato protagonizado por Ekaterina.
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).

La tensión en la Sala de Espías del Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar. Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave, algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas- Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos, aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días, Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que los científicos imperiales celebraban el buen resultado del experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar, imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.

Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?- preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova. Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general, parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia. A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga. Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo, su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh, Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario, contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral, su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la portada.
-”La creación de nuevas formas de vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se podría crear una nueva forma de vida que combine las características principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible- masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema. Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail: “¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos, reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail- necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo- Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.

Los días pasaban y las noticias que llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El 15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.

Y llegó cuatromiembre y con él, la tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que perder!

El Hospital del Ejército fue construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia- dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”, Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que había entrado para llevar material quirúrgico al doctor Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios, gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal. La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia, Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino, frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!- ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky! ¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia- Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado? ¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo- contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo. ¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico, el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza, inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo el científico, completamente sorprendido por la reacción de la emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail, completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!

Espero que os haya gustado. 
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.

martes, 8 de enero de 2013

Regalaco de Maesesag.

¡Hola, gentes!
Después de pasar estos reyes en Valencia, vuelvo a la carga y esta vez con una sorpresa que me ha alegrado el día o, quizás, el resto de semana.

Abro Subcultura para ver las notificaciones (¡108!) y me encuentro con un mensaje en el buzón de maesesag, autor de "Punto Azul" (postapocalipsis, sexticornios y Carl Sagan en un mismo cómic. ¿A qué esperas para leerlo?) y me sale este pedazo regalo de reyes.

"¡Chúpate esa, Alexandra!"

Nuestra emperatriz favorita en toda su gloria. Y con piel de zorro y todo.
¡Muchísimas gracias, maesesag!