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jueves, 13 de junio de 2013

La venganza del Káiser.

¡Buf! Si que llevo tiempo sin actualizar.
Perdonadme por ello. Estoy en la fase crítica del TFM: corrección y entrega. Ya sabéis lo que eso significa.
Voy a actualizar con un nuevo relato ambientado en Verne. Es bastante corto. Espero que os guste.

 Festung Adlerstein era el castillo donde residía el rey de Junkerland. Cuando el Káiser Reinhardt reunificó los estados del antiguo Santo Imperio Barbárico Laureado, se convirtió también en la residencia del emperador de la Witterungkönfederation. El castillo era una colosal estructura construida en la falda del monte Köning, a unos pocos kilómetros de la capital confederada, Kaiserstadt. Entre las 542 habitaciones que poseía, una de las más conocidas era la Estancia de Duelos. En ella, los reyes de Junkerland ejercitaban su capacidad innata para la esgrima, algo que siempre ha llamado la atención de otros gobernantes de Verne. Como descendiente directo de esta casta de nobles guerreros, Reinhardt practicaba todos los días. Todavía recordaba cuando perdió su ojo izquierdo en un duelo llevado acabo por el honor de Hildegard, la hija del Duque de Donau y prometida de Reinhardt, que había sido insultada por un embajador del Sultanato Creciente. Aquel día, la habilidad para el manejo de la espada del gobernante de Junkerland quedó en entredicho. Sin embargo, todo acabó bien: el sultán mandó ejecutar al embajador por su comportamiento y pidió disculpas al Káiser.

La Estancia de Duelos era una amplia habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas con mostradores donde estaban colgadas toda clase de espadas, desde un gladius usado por algún legionario del Imperio Laureado hasta una zweinhander de dos metros de largo de finales de la Edad del Acero. Uno de los más curiosos artilugios presentes en la sala era un autómata de instrucción de fabricación losangita. El hombre mecánico tenía una llave que permitía cambiar su habilidad con la esgrima, desde “Aprendiz” hasta “Maestro de espadas”. Por supuesto, Reinhardt siempre seleccionaba la última opción. La máquina contaba además con unas dianas de goma que representaban puntos vulnerables de la anatomía humana. Si el atacante conseguía acertar en una, el autómata se desconectaba.

Aquella tarde, Reinhardt estaba más agresivo que de costumbre. Ante la impasible mirada de Friedrich, uno de los sirvientes de palacio, el káiser atacaba al ágil autómata con rabia, imaginando que la máquina no era otra que la zarina de la Horda Polar. La traición llevada acabo por la joven en la batalla del paso de Krambalash, usando a los valientes soldados de la confederación como cebo, le hacía hervir la sangre. Mientras que Reinhardt desviaba con el filo de su glockenschläger uno de los envites del autómata, entró en la estancia el canciller Von Eisenstahl.
-Espero no interrumpirle, majestad- dijo el viejo político.
-Tranquilo, ya acabo- Reinhardt aprovechó una bajada de la guardia del autómata para clavarle la punta de su espada en la diana del pecho. La máquina se paró en seco, dejando caer la espada que portaba al suelo con un gran estrépito- Odio que dejen caer de esa manera las armas. Podrían romperse. Espero que los losangitas solucionen ese problema.
Reinhardt se acercó a su sirviente, el cual le ofreció una toalla para secarse la sudor de la cara y manos. Se giró hacia el canciller mientras se secaba.
-¿Y bien?- preguntó.
-La votación en el Landerstag ha estado bastante reñida. A los reformadores les ha parecido mala su idea de declararle la guerra a la Horda Polar, alegando que nadie en la historia de la humanidad ha conseguido vencerla- contestó el canciller.
-El líder de ese partido es historiador. Los historiadores viven en el pasado- Reinhardt devolvió la toalla a su sirviente, el cual se despidió agachando la cabeza brevemente mientras salía de la habitación.
-Glöck es historiador, sí- respondió el canciller- De las mejores mentes que han nacido en nuestra tierra. Sin embargo, es esa genialidad lo que le convierte en un poderoso adversario para el Partido Junker. Al principio pensé que el Landerstag desestimaría su propuesta, majestad, pero hemos encontrado unos aliados inesperados en los igualitaristas.
Reinhardt se sorprendió al conocer la noticia.
-No me extraña- dijo el káiser- Ekaterina persigue a sus camaradas y los ejecuta sin ningún miramiento. Apoyar la declaración de guerra sería una buena forma de ayudarles.
-En efecto pero recuerde que los igualitaristas son un arma de doble filo: si se unieran a sus camaradas, podría estallar su revolución en nuestras tierras.
-Sí, es un gran riesgo- contestó Reinhardt- pero continúe, Esienstahl.
-Bien- el canciller se aclaró la garganta-. Tras el discurso de Glöck, el líder de los igualitaristas recitó una lista de todas las atrocidades que la zarina cometió contra sus camaradas, lo que encendió los ánimos de aquellos miembros de la cámara que quieren ir a la guerra. Tendría que haberlo visto. El presidente de la cámara estuvo a punto de desalojar el hemiciclo si se seguía alterando el orden de aquella manera- Reinhardt se rió imaginándose la escena- Por suerte, el Landerstag aprobó la declaración de guerra contra la Horda Polar.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Reinhardt.
-¡Excelente! Será mejor comenzar los preparativos para la invasión enseguida.
La seriedad inundó el rostro del canciller.
-Sin embargo, recuerde el dicho, majestad: “Ejército que entra en la Horda Polar...”
-”Jamás volverá.”-interrumpió el emperador- Sí, lo sé. Sería un suicidio. Incluso transportando a las tropas en dirigibles el frío congelaría los rotores de las hélices. Creo que deberíamos esperar al verano.
-Buena decisión- asintió Eisenstahl- También le advierto que deberíamos empezar a llevar acabo negociaciones diplomáticas para buscar un aliado. ¿Qué tal Losange?
-¡Ja! No me haga reír canciller. Aunque su tecnología es digna de elogio, los losangitas son débiles en el combate sin ella. No.
-Pues solo nos queda un enemigo común de la zarina- Eisenstahl levantó una ceja.
-Sí, mi prima.
-¿Comenzamos los contactos con el Imperio?
-Muy a mi pesar, sí. Es la única nación fuerte que nos puede ayudar. Si tengo que soportar a Alexandra con tal de ver a Ekaterina suplicándome perdón, lo haré.
-Muy bien. Iniciaré los contactos con el Ministro de Asuntos Exteriores del Imperio. Si no tiene nada más pensado...
-No, Eisenstahl. Puede retirarse.
El canciller hizo una reverencia y salió de la habitación, cerrando las puertas.

Durante la cena, Reinhardt miraba al cielo rojo del atardecer que se divisaba por los ventanales del castillo. Se quedó ensimismado viendo como un águila volaba en dirección al horizonte, hacia la Horda Polar.
Al otro lado de la mesa Hildegard, la esposa de Reinhardt, miraba al káiser. La muchacha era el vivo ejemplo de lo que muchos llaman “belleza confederada”: rubia, con una melena recogida en una recatada trenza que le llegaba hasta la cintura, ojos claros y tez clara.
-Cariño, ¿estás bien?- preguntó con cierta preocupación.
-¿Eh?- Reinhardt salió un momento de su trance- Sí, mi amor, no te preocupes- el emperador esbozó una cálida sonrisa a su amada que convertía la cicatriz que recorría su rostro en un arco. Hildegard le correspondió con otra sonrisa aunque ella sabía que su esposo estaba así por la guerra que se avecinaba. Tras probar un ligero bocado, Reinhardt volvió a mirar por la ventana para descubrir que el águila se había convertido en un lejano punto en el cielo.
-Amiga- pensó- Pronto no volarás sola.

jueves, 2 de mayo de 2013

En las calles de Balbuta.

Es la hora de la batalla final.

La Horda Polar avanzaba por Vishnia aplastando cualquier núcleo de resistencia imperial.
Aquellos súbditos de Su Majestad que se rendían eran internados en campos de prisioneros por orden expresa de la zarina. Había que enseñarle a esos indeseables que ocurría cuando alguien osaba enfrentarse a Ekaterina. Mientras tanto, el Dr. Shorobiensky se encargaba de reabastecer al ejército polar de shurales en el laboratorio que se había instalado en el dirigible en que viajaban. Todo iba según lo planeado.

Y en el horizonte apareció Balbuta.
La ciudad de las maravillas, capital de Vishnia, cuyo rajá rendía pleitesía a Alexandra, estaba delante. Sus pagodas de oro resplandecían por efecto de la luz del sol. El final de la guerra estaba cerca y Ekaterina saboreaba la victoria. Esta vez, la emperatriz decidió apearse del dirigible e ir al campo de batalla en persona. De las caballerizas del transporte sacaron a Vsévolod, el caballo diestro blanco de Ekaterina. Con gran agilidad, Ekaterina montó en la bestia. Tachenko hizo lo mismo con su caballo y, dando una enérgica orden, el ejército de la Horda se dirigió a las calles de Balbuta.

Desde una colina cercana al lugar, nuestros dos protagonistas y sus escoltas divisaban el campo de batalla sin dificultad. Ekaterina estaba eufórica.
-¡Ja, ja! ¡Pronto Vishnia será mía!
-No te confíes, pequeñaja. Todavía pueden esconder un as debajo de la manga- contestó Tachenko, con una tranquilidad sorprendente para el decisivo momento que se estaba llevando acabo.
-¿Cómo? Tenemos a los shurales. Si algo va mal, solo tenemos que soltarlos.
Al igual que en Krambalash, y en el avance al interior del subcontinente, Shorobiensky estaba oculto con su ejército de criaturas. No obstante, esta vez se encontraba en el interior de un almacén de la ciudad, conectado por radio con el Alto Mando.

La batalla comenzó con unas cuantas salvas de artillería para “allanar” el terreno. Algunos edificios estaban siendo usados por las tropas imperiales como blocaos, así que había que echarlos de allí y si la estructura se colapsaba con ellos dentro, mejor que mejor.
Luchar en las calles fue otro cantar. Las formaciones de campo abierto no servían de mucho y se corría el peligro de ser abatido por un tirador. Los tanques eran presa fácil para las trampas explosivas que dañaban sus orugas, inmovilizándolos y dejando a su tripulación a merced de los lanzallamas y granadas. En cada esquina, en cada puerta, un soldado polar forcejeaba con un imperial para clavarle la bayoneta hasta el fondo. Sin embargo, si en algo destaca el ejército de la Horda Polar es en luchar en esta clase de escenarios. Usando los tanques caídos como parapetos, los soldados polares podían disparar sin riesgo de ser alcanzados por los imperiales. En cuanto una bolsa de resistencia imperial caía o daba síntomas de cansancio, los polares asaltaban su posición para rematar a todo imperial que quedase vivo. El objetivo principal era llegar hasta la mansión del gobernador, donde se encontraban atrincherados este y el rajá.

Las tropas polares estaban cada vez más cerca de su objetivo. Los soldados imperiales no tenían otra que replegarse hasta el hogar del gobernador, donde se habían levantado grandes muros de hormigón para protegerlo, convirtiendo la mansión en una auténtica fortaleza. Ante esta situación, Ekaterina espoleó a su caballo y salió al trote.
-¿Se puede saber a dónde vas, pequeñaja?- gritó medio enfadado Tachenko.
-¡A liderar a mis hombres! ¡No quiero perderme esto!- respondió eufórica la zarina.
Tachenko gruñó algo en voz baja y siguió a Ekaterina, seguido por su escolta.
Llegaron a un lugar seguro alrededor de la mansión. Los soldados polares colocaban cargas explosivas en la paredes de hormigón para derruirlas pero muchos de ellos no llegaban a accionar el temporizador ya que el 4º Regimiento de Tiradores de Jamtaore les volaba la cabeza. Tan grande era la puntería de este pueblo de cazadores del este de Vishnia que el rey Charles II, padre de Alexandra, decidió crear un regimiento compuesto solo por gente de ese lugar.
Las tropas polares intentaban poner fin a los disparos de los de Jamtaore pero era imposible debido a que estaban bien resguardados en torres de vigilancia hechas de hormigón, construidas al mismo tiempo que el muro que protegía la casa del gobernador.
-¡Argh! ¿Es que nadie va a acabar con ellos?- dijo Ekaterina desmontando de su caballo para acercarse a uno de los parapetos, hecho con un carro volcado. Los soldados saludaron a su emperatriz.
-¡Dejad de hacerme la pelota y seguid luchando!- gritó Ekaterina. Los soldados obedecieron sin rechistar.
Tachenko bajó de su caballo y se dirigió hacia el lugar donde estaba Ekaterina.
-Tal vez podríamos rodearlos- dijo el mariscal.
-O tal vez podríamos soltar a los shurales- dijo la emperatriz que, sin perder tiempo, cogió su radio portátil y dio la orden a Shorobiensky de soltar a las bestias.
-Pe... pero, su... su excelencia- dijo el científico al otro lado del auricular- Po... podrían matarla y...
-¡Shorobiensky! ¡Es una orden de tu emperatriz! ¡Hazlo ahora! ¿O prefieres pasar una larga temporada en Yokutva?- dijo Ekaterina.
-No... No, su... su excelencia- respondió Shorobiensky.
-Bien, veo que me comprendes.
En el almacén, Shorobiensky colgó el auricular, abrió las puertas y dejó que sus creaciones salieran hacia la mansión del gobernador.

Cuando el restañar de las garras en el suelo de los shurales y sus horripilantes gritos se hacían cada vez más fuertes, los soldados polares corrieron a esconderse donde podían.
-Pequeñaja, será mejor que nos escondamos antes de que lleguen esas cosas- dijo Tachenko.
-¡Argh! Está bien- dijo Ekaterina.
Cogieron a sus caballos y se ocultaron en un edificio de paredes gruesas y dos plantas, al parecer un mercado, cercano al palacio. Desde una ventana del primer piso, Ekaterina observaba como los shurales escalaban las paredes de hormigón y se internaban en los jardines de la mansión.
-Sí, todo está saliendo como lo he planeado- dijo Ekaterina con una sonrisa diabólica.
Pero su sonrisa se borró cuando una luz dorada convirtió a los shurales en bolas de fuego. Las criaturas se retorcían de dolor en el suelo hasta que eran reducidas a cenizas.
-¡¿QUÉ?!- gritó la emperatriz, furiosa por lo sucedido.
-¡Un mago! ¡Allí!- Tachenko señaló a una figura que había en la azotea de la mansión. Vestía una simple túnica blanca, algo ajada, y su cabeza estaba envuelta con un turbante. El mago vishnio levantaba las manos y de ellas salían unas pequeñas bolas de fuego que convertían todo aquello que tocaban en cenizas en cuestión de segundos.
-¡Maldición! ¡Están usando magia! ¡Tan avanzada que es Alexandra para aliarse con Losange! ¡Hipócrita!- gritaba Ekaterina completamente ida de sí.
-Es imposible pequeñaja. Es prácticamente imposible vencerlos si sus defensas son así de impenetrables, y más si tienen un mago de su parte. Si le pasa eso a los shurales, imagínate a los soldados- dijo Tachenko.
-¿Sugieres que me retire, Tachenko? ¿Es eso? Tantas victorias acumuladas para rendirme en el último momento. ¡Jamás, Tachenko! ¡Jamás!- Ekaterina desenvainó su sable y salió por la puerta- ¡Vamos, soldados de la Horda Polar! ¡Demostradles a esos arrogantes que ocurre cuando se hace enfurecer a un oso!
Tachenko salió corriendo detrás de ella.
-¡NO!- gritó, tirando a Ekaterina al suelo con el impulso que llevaba. Un tirador de Jamtaore se había dado cuenta de que la zarina estaba allí y de que sería un blanco muy jugoso. Por suerte, Tachenko era más precavido que su emperatriz y salió detrás de ella en cuanto divisó el reflejo de la mirilla del rifle del tirador. La bala había impactado en la pared de atrás.
-¡Quítate de encima!- gritó la zarina.
-¡No! ¿Es que no ves que es un suicidio?- gritó Tachenko.
-¡Suéltame! ¡Suelt...!- Tachenko golpeó a Ekaterina con la culata de su pistola en la cabeza, dejándola inconsciente.
-Sé que por ello me ganaré una temporada en Yokutva pero prometí a tu padre que te protegería- dijo Tachenko mientras echaba en sus hombros el liviano cuerpo de la emperatriz.
El mariscal volvió al interior del edificio. Los soldados se quedaron pasmados al ver a Ekaterina sin vida.
-¿Está muerta, señor?- dijo uno de los soldados con cierta emoción contenida.
-No, solo inconsciente- Tachenko alzó la voz- ¡Recoged las cosas! ¡Nos retiramos!
Los soldados obedecieron al mariscal inmediatamente.
En cuestión de días, la Horda Polar fue retirándose de Vishnia. Sin tomar la capital, la colonia era ingobernable. Aquí y allá surgieron grupos de rebeldes que expulsaban con éxito a las tropas polares. El Imperio envió más refuerzos hasta que el sueño de conquistar Vishnia se esfumó.
Ekaterina sabía que Tachenko había hecho lo correcto. No podía enviarlo a las horribles minas de sal de Yokutva pero tampoco hizo una declaración de perdón delante de él. Era demasiado orgullosa para ello aunque Tachenko no le dio más importancia al tema, conociendo como era la zarina.

Se firmó la paz más tarde, en el Palacio de los Leones, en Lionscourt.
Por suerte para la Horda Polar, Alexandra prefirió que esta fuera una paz blanca en lugar de una con condiciones: bastante tuvo con soportar la tensión del momento como para hacer enfadar otra vez a Ekaterina.
Esta vez, la zarina no pudo hacer realidad sus sueño pero, algún día, la Horda Polar dominará el mundo. Algún día...

Y hasta aquí, amigos míos, llegan las aventuras de Ekaterina en su intento por invadir la joya de la corona del Imperio de Su Majestad.
Hmmmm...
No estoy muy contento con el final. Creo que lo de "lo hizo un mago" es bastante precipitado. Mi objetivo era sacar un poco de la magia existente en Verne pero no me convence mucho el resultado.
¿Qué os parece a vosotros?

jueves, 18 de abril de 2013

¡Tabernero!

Otro relato. Ya os explico más abajo.

Hay quien dice que mi trabajo no es peligroso.
Dicen que existen otras ocupaciones a lo ancho y largo de El Orbe más peligrosas que con la que yo me gano la vida. Dicen que ser soldado es más peligroso. Otros que la profesión más peligrosa está en la República Lupercal: nada más y nada menos que la de gladiador. Incluso algunos llegan a afirmar que ser nigromante es más peligroso aún, por aquello de jugar con las fuerzas del más allá y de no caerle bien a nadie, ni siquiera a los vampiros de Transcarpatia.
Eso es porque jamás han sido lo que yo soy: tabernero.

Sí, ríete si quieres pero no hay profesión tan peligrosa como la mía.
¿Alguna vez has tenido que tratar con algún cliente pesado (y borracho) que no quería irse de tu local cuando ibas a echar la llave a la puerta? ¿Dime si has tenido que dejar KO a un orco que quería marcharse sin pagar? ¿Has tenido que calmar los ánimos empuñando la espada de tu abuelo en una pelea entre elfos del bosque y lupercales? ¿O lidiar con clientes insatisfechos porque creen que una pinta de cerveza por tres táleros es un abuso cuando en la taberna de la calle de atrás la sirve una alta elfa enseñando canalillo por tan solo uno y medio? ¿No? Pues esa es parte de la responsabilidad del trabajo de tabernero.
Sé que no me puedo quejar pero si alguien os dice que servir lomos de cerdo en su jugo y jarras de cerveza del monasterio-fortaleza de la Sagrada Luz de Falkmar es lo único que hacemos, por favor, dale un puñetazo en la cara de mi parte.

¡Ah! No me he presentado.
Me llamo Karl Rautz. Sí, lo has adivinado: soy un alto elfo, siervo del emperador Heinrich, temeroso de Falkmar y todas esas cosas rimbombantes y protocolarias. Soy el dueño de la taberna “El Alto en el Camino”, en la ciudad de Middlenburg, a escasos kilómetros de la entrada al Condado de Transcarpatia. La taberna fue abierta por mi tatarabuelo, pasó de este a mi bisabuelo, de este a mi abuelo, de este a mi padre y... Bueno... Ya sabéis. Tenemos bastante competencia debido a que Middlenburg es la última ciudad del Imperio Solar antes de entrar en el siniestro condado tomado por los vampiros.
Sí, no me equivocado, he dicho “tenemos”. Sabes, no se puede trabajar solo en este trabajo. No puedes servir las mesas, mientras atiendes la barra y vigilas que no se te queme la sopa que tienes en el fuego. Es imposible atender a todo eso a la vez. Bueno, conocí a un tabernero, Segismund Brumaker, que sí podía hacer eso pero luego descubrimos que era acólito de Gula. Fue condenado a la hoguera. Espero que tenga mejor porvenir tirando del Carro de Hambrientos del Señor del Hambre que como tabernero en su anterior vida.

Bueno, me he ido por las ramas. ¿Qué te estaba contando? ¡Ah, sí! Te iba a presentar a mis empleados. Normalmente me dedico a atender la barra y a hacer las cuentas mientras superviso a mis empleados. Para servir las mesas tengo a Aisling. Recuerdo el día que la conocí. Estaba tan tranquilo fregando vasos cuando una voz femenina salió de detrás de la barra. Giré la cabeza a ambos lados para ver quien era pero nada. Hasta que esa voz me dijo “Aquí abajo” y me encontré con una hada de larga cabellera roja, un enrevesado tatuaje que cubría todo su brazo izquierdo y una espada colgada a su espalda. Me dijo que vio el cartel que colgué pidiendo un empleado para servir las mesas en el tablón de anuncios de la plaza mayor de la ciudad y que ella necesitaba un empleo. Tras ponerla un día a prueba me convenció y la contraté. ¡Je! A partir de ese día los problemas con los clientes que querían marcharse sin pagar llegaron a su fin. Debisteis haberla visto amenazar a un grupo de soldados de la guardia de la ciudad que querían escabullirse de su obligación de darme el dinero por lo consumido. Por muy armados que fueran, ninguno quería enfrentarse a una espada de acero encantado de Hibernia.
Mi otro empleado, el cocinero, es algo bastante especial. Sé que si digo esto me arriesgo a que no volváis por la taberna nunca más. Un día llegó a la ciudad un tipo desde Seljukia. Todos pensábamos que era un viajero más de no ser porque, una noche, los muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas. El ejército de ultratumba avanzaba por las calles de Middlenburg liderado por este hombre, llamado Hassan Ibn Raussin. Resultó que el “hombre” no era un hombre sino un lich: uno de esos magos locos que deciden encerrar su alma en un objeto para permanecer inmortales para el resto de su vida aún sabiendo que esa inmortalidad solo afecta a su alma y no a su cuerpo. El tipo estaba viajando por todo el mundo para levantar un gran ejército de no muertos y convertirse en el amo supremo. Sin embargo, cometió un error: entrar en mi taberna. El engendro comenzó a amenazarme como hizo con todos los habitantes de la ciudad. Mientras me hablaba, me dí cuenta de que en lo alto del cayado en el que se apoyaba había una especie de amuleto refulgente hecho con una esmeralda. Le pregunté que qué era eso y el lich se cabreó de gran manera que no me dejó ningún tipo de duda: era el objeto donde guardaba su alma. Le dije que me gustaba la joya y que si me la podía vender. Eso hizo que se enfadara aún más. Le dije que si no me la quería vender, que podíamos hacer un trato: si me ganaba a una partida a “Héroes de la Guerra y del Martillo” podía quedarse con mi alma para siempre y yo le serviría como un engendro. Por el contrario, si yo ganaba la joya sería mía y el tendría que servirme hasta que yo muriera. La arrogancia del no muerto hizo que aceptara el trato. ¿Sabéis qué? No conozco a nadie que pueda ganarme a ese juego. Hassan es mi cocinero ahora y yo guardo su alma a buen recaudo. Para sorpresa mía, el tipo hace unos platos de rechupete. Será por aquello de que tiene todo el tiempo del mundo para aprender a cocinar, como es inmortal...

En fin, que el negocio va viento en popa últimamente, incluso bajo la amenaza vampírica que se esconde más allá de las murallas de la ciudad pero a mí me da igual. Con acabar la jornada con la bolsa llena hasta arriba de monedas relucientes me sobra. Incluso tengo una barrica de sangre fresca escondida en la bodega para sobornar a cualquier oficial vampírico que se acerque por la taberna. Eso sí, no me preguntéis de dónde la he sacado porque si las autoridades se enteran, se me cae el pelo. Bueno, en realidad te cercenan las orejas, algo que para un alto elfo es bastante doloroso, como podéis imaginar.

Pues eso. Si viajáis algún día Middlenburg, pasad por mi taberna. Os haré un descuento en el plato de pollo asado si mencionáis que habéis leído este panfleto (solo uno por persona).

Explicaciones varias.
Veréis, después de mucho tiempo sin tocarlo, he querido volver a escribir algo ambientado en mi mundo de fantasía: El Orbe. Como muchos sabéis, tenía problemas a la hora de tocar el tema de la magia. En un principio, la cosa iba de que magos y sacerdotes eran lo mismo pero resultaba que no todo encajaba bien de esa forma. Tras muchos consejos dados por mis colegas y por vosotros, he llegado a la conclusión de que la magia será igual que en cualquier mundo de fantasía: existen magos y los clérigos pueden realizar milagros relacionados con su dios. Eso abre el abanico de posibilidades y me permite crear historias más divertidas y variadas.
Espero que os haya gustado.
¡Nos vemos!

jueves, 11 de abril de 2013

La batalla del paso de Krambalash.

Es hora de que comience la invasión, ¿no os parece?

Desde su privilegiada posición en lo alto del puesto de observación del dirigible de mando “Zar Anatoly”, Ekaterina podía ver la inmensidad del campo de batalla en que se convertirá en unos minutos el paso de Krambalash. Este era el lugar adecuado para desplegar la maquinaria de guerra de la Horda Polar en su intento por invadir Vishnia, la joya de la corona del Imperio de Su Majestad. Los imperiales no se habían quedado de brazos cruzados y habían reforzado sus fronteras con más hombres y más armamento pesado, además de cavar metros y metros de trincheras.
-Hmmmm... Ni rastro de la Garra del León ni de los marcheurs- dijo Ekaterina- Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
A su lado, el mariscal Tachenko fumaba en su pipa, esperando la orden de la emperatriz para comenzar el ataque.
-No te confíes, pequeñaja- dijo el kozak a Ekaterina- El comandante de la guarnición de Krambalash es Sir Thomas Morris, un tipo bastante astuto: consiguió emboscar a los nakopo en la batalla de Brunwell's Rift. Dicen que hasta logró hacer pasar desapercibido a todo un batallón de tanques. Seguro que estará esperando a que nos confiemos para sacar la ayuda prestada por Abeille.
-¡Ja! No me asusta. Yo también cuento con ayuda.
Ekaterina se giró hacia babor, donde una colosal fortaleza aérea de la Witterungkönfederation, con su característica silueta alargada repleta de hélices, tapaba la luz del sol con su amenazadora presencia. En uno de los puestos de observación se podía ver al káiser Reinhardt dando instrucciones a su alto mando, señalando los movimientos y objetivos en un mapa.
Ekaterina cogió el auricular de la radio que había al lado suyo, encima de una tosca mesa de madera. Reinhardt hizo lo mismo con la que tenía en la mesa donde reposaba el mapa.
-¿Alguna novedad?- preguntó Ekaterina.
-He pensado colocar algunos puestos de artillería en esas dos colinas- dijo el káiser.
-¿Gas?
-Por ahora no, no lo veo conveniente. Por cierto, cuando despliegues ese “arma secreta” tuya, ¿estarán a salvo?
-¿Qué insinúas?- preguntó Ekaterina algo mosqueada.
-Ekaterina, te conozco y sé que eres capaz de sacrificar cualquier vida humana por una victoria.
-¿Eso piensas? Creía que confiabas en mí, Reinhardt.
-Y confío en tí pero...
-Tranquilo, daré una señal para que todos los hombres se retiren del campo de batalla antes de desplegar el arma.
-De acuerdo. Corto- Reinhardt colgó el auricular. Ekaterina hizo lo mismo.
-¡Je! Solo faltaba que mi mejor aliado cuestionara mis órdenes- dijo la zarina algo enfadada. Cambió la frecuencia de la radio para contactar con el campo de batalla- Shorobiensky, ¿están preparados los shurales?
El científico, el cual había escondido a sus creaciones detrás de unas colinas, contestó a la emperatriz con el nerviosismo que le caracterizaba: “Sí... Sí, su ex... excelencia”.
-¿Tiene miedo?- dijo Ekaterina, con ánimo de divertirse con la tartamudez del biólogo.
-No... No, su excelencia.
-Bien. A mi señal, sáquenlos de las cajas.
-Co... como ordene. Co... Corto- ambos colgaron los auriculares.

Al otro lado del campo de batalla, el comandante y caballero del imperio Sir Thomas Morris preparaba las últimas líneas de defensa desde la “comodidad” de una trinchera.
-¡Recordad!- gritaba a sus hombres- ¡La Horda Polar jamás hace prisioneros! ¡Preparaos para atacar con toda vuestra fuerza!- se giró a su ayuda de campo- Cuando ordene, contacte con el comandante Fournier para que despliegue sus fuerzas.
-¡Sí, señor!

Ekaterina estiró sus delgados brazos y bostezó. Cogió la radio.
-¿Estás preparado, Reinhardt?- preguntó.
-¡Cuando quieras!- contestó el káiser.
La emperatriz pasó el auricular al mariscal.
-¡De acuerdo, Tachenko! ¡Dé la orden de ataque!
-¡Sí, su excelencia!- Tachenko cogió el auricular de la radio- ¡A todas las unidades! ¡Despliegue!
-¡Sí, señor!- dijo el comandante a cargo de las tropas de tierra.
En el campo de batalla pronto se desplegaron unidades de infantería y carros de combate en perfecta formación. Con paso constante, iban acercándose más y más a las defensas imperiales, haciendo frente a la lluvia de metralla de la artillería enemiga. Mientras, la artillería confederada golpeaba el campo de batalla, mandando a algunos soldados y puestos de artillería imperiales a los campos de caza del Ejecutor. Cuando estos estaban a escasos pasos, Tachenko dio la orden de carga. Con valentía, los soldados de la Horda calaron bayonetas y asaltaron las trincheras. Los soldados de ambos bandos caían por doquier, víctimas de los disparos y de los acuchillamientos. Sin embargo, las tropas de la Horda vencieron, haciendo que los soldados imperiales retrocedieran hasta la posición donde se encontraba el comandante Morris.
-¡Avise a Fournier!- ordenó el comandante imperial.
El ayuda de campo cogió la radio y ordenó al comandante losangita que hiciera acto de presencia.
Las riadas de soldados de la Horda parecían no terminar nunca.

-¡Ja, ja, ja! ¿Has visto eso, Tachenko? ¡Te dije que no aguantarían! ¡A por la siguiente trinchera!- Ekaterina estaba eufórica.
-Hmmmm...- Tachenko se atusó los bigotes- Aquí hay algo que me escama.
De repente, comenzó a sonar un ruido. Era como si alguien golpeara una pared con sus puños desde el otro lado. El sonido fue haciéndose más fuerte hasta sonar como si el Herrero hubiera descendido de los cielos y se hubiera puesto a trabajar en mitad del capo de batalla. La radio sonó.
-¡Señor! ¡Señor!- era el comandante dirigiéndose a Tachenko- ¡Por todos los dioses! ¡Señor!
-¿Qué ocurre?
-¡Los losangitas! ¡Los losang...!- la comunicación se cortó.
El mariscal se giró hacia la dirección donde estaban sus hombres y soltó el auricular con un gesto de espanto.
-¡Loado sea el Mariscal!- Tachenko se santiguó al ver la imagen: dos marcheurs estaban haciendo picadillo a sus tropas con sus torretas de ametralladoras. Los estilizados autómatas tripulados aplastaban a los soldados de la Horda con sus cuatro patas mientras que sus cañones volaban en pedazos los acorazados polares. Sus corazas parecían impenetrables para los proyectiles lanzados por estos últimos.
Lo peor no fue eso. Un fogonazo como nunca antes se había visto iluminó el campo de batalla.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó Ekaterina mientras se protegía los ojos con la mano.
Cuando la luz disminuyó, los puestos de artillería confederados se habían convertido en cráteres humeantes. Tras las trincheras imperiales, la alargada figura de un cañón, terminado en un borne eléctrico gigantesco, se alzaba sobre el campo de batalla.
-¡La Garra del León!- gritó Ekaterina- ¡No estaba desplegada! ¡Por eso no la vimos!
-Seguro que Morris ha usado telas de camuflaje para que pasara desapercibida. Te dije que era un genio, pequeñaja- dijo Tachenko.
La radio sonó. Era Reinhardt.
-¡Maldición! ¡Ekaterina, he perdido varias piezas de artillería por culpa de eso! Espero que tu “arma secreta” nos ayude.
Ekaterina sonrió. Cambió de frecuencia.
-¿Shorobiensky?
-Sí, su... su excelencia.
-Libere a los shurales.
Al otro lado, la sonrisa diabólica volvió al rostro del biólogo.
-Será un placer.
El Dr. Shorobiensky, revestido con la armadura para protegerse del ataque de algún shurale descarriado, dio orden a los cuidadores para que abrieran las cajas. Tras golpearlas, las criaturas salieron a toda velocidad lanzando unos escalofriantes aullidos. Los cuidadores tuvieron que usar sus bastones eléctricos para dirigirlos a donde querían: a las trincheras imperiales.
-¡Bien!- dijo Ekaterina- Por suerte, la Garra tardará en cargarse para disparar otra vez. Tenemos tiempo de sobra.
La radio volvió a sonar con la voz de Reinhardt.
-¡Ekaterina! ¡Por todos los dioses! ¿Qué demonios son esas cosas? ¿Son el arma secreta?
-Sep- contestó Ekaterina, sin darle mucha importancia a la pregunta del káiser.
Reinhardt alzó la voz.
-¡Me prometiste que retirarías a los hombres del campo de batalla antes de desplegarla!
-A los tuyos- contestó Ekaterina sin alterarse- Y, ahora que han sido reducidos a polvo y cenizas, no hay ningún problema.
Reinhardt calló por un instante hasta que su mente comprendió lo que realmente estaba pasando.
-¡Un momento! ¿Usaste a mis tropas como señuelo para la Garra?
-¡Jí, ji, ji! Me has pillado.
-¿Qué? ¿Te estás riendo de mí? ¿Del Káiser?- el emperador cada vez estaba más furioso.
-Tranquilo, Reinhardt. Has realizado bien tu trabajo y te lo agradezco.
-¡Lo sabía! ¡Von Eisenstahl me lo advirtió pero no quise hacerle caso! ”Solo le está usando para sus propios beneficios, majestad”, me dijo. ¡Maldita seas, Ekaterina Fyodorovna Zoldanowich! ¡Maldita seas cien veces! ¡Espero que Ella te descuartice por toda la eternidad en la otra vida! ¡Nuestra alianza queda rota! ¡Me retiro!
La comunicación se cortó. Acto seguido, la fortaleza aérea puso en marcha los rotores que le permitían desplazarse en el aire. El sol fue iluminando nuevamente el campo de batalla a medida que el monstruoso vehículo se dirigía de vuelta a la Witterungkönfederation.
-¿Crees que has hecho bien, pequeñaja?- preguntó Tachenko- Recuerda que Reinhardt no olvida las ofensas tan fácilmente.
-Me da igual. Todo ha salido como yo quería. Ahora, contemplemos el espectáculo.

Los shurales llegaron hasta donde estaban los marcheurs. Sin distinguir amigos o enemigos, las criaturas despedazaron a algunos soldados de la Horda. Tras esta pequeña carnicería, subieron por las patas de las máquinas. Una de las criaturas destrozó el sistema hidráulico de una de las extremidades mecánicas a mordiscos, desestabilizando al autómata y haciendo que cayera al suelo. Las criaturas rompieron los cristales de las torretas y entraron en el interior, matando a toda la tripulación de ambas máquinas, entre ellos al comandante Fournier, al cual no le dio tiempo ni de desenvainar su sable. Los shurales siguieron su marcha de destrucción hacia la trinchera donde se encontraba Morris.
-¡Qué los dioses nos asistan!- gritó- ¡Disparen la Garra!
-¡Imposible, señor!- gritó uno de los científicos encargados del arma- La batería solo está al 60 por ciento. Debemos esperar unos minutos más.
-¡No hay tiempo! ¡Esas cosas se abalanzarán contra nosotros en...!- pero el comandante no pudo terminar su frase ya que una de las criaturas atravesó su espalda con una de sus garras, arrancándole la columna vertebral de cuajo. El resto de soldados imperiales fue masacrado sin tener tiempo a oponer resistencia y los científicos fueron devorados. Las criaturas se ensañaron con el cañón eléctrico, tanto que sobrecargaron las baterías, haciendo que estas explotaran tan violentamente que la mayoría de engendros fueron vaporizados.
Los pocos soldados de la Horda que quedaron vivos celebraron la victoria, mientras que Shorobiensky y los cuidadores consiguieron devolver a sus cajas a los escasos shurales que habían sobrevivido.
-¡Victoria!- gritó Ekaterina mientras saltaba de alegría.
-Sí, ¿pero a qué precio?- dijo Tachenko algo apesadumbrado- Muchos de nuestros hombres han perecido y nos hemos ganado un poderoso enemigo.
-Ya, no seas aguafiestas, Tachenko. Ahora, nuestro camino a Vishnia está despejado. Nada podrá detenernos.
-Espero que eso sea verdad- el mariscal dio una calada fuerte a su pipa.
-En fin, esta clase de batallas me da hambre. ¿Vamos a comer algo?- la zarina salió del puesto de observación para dirigirse al comedor. Tachenko se quedó unos minutos más en la sala, contemplando el horizonte tras el cual se encontraba Vishnia.


Bien, esto es lo que tanto habíais esperado: muerte y destrucción de parte de vuestra soberana favorita.
He estado varios días dándole vueltas a la forma de describir mejor la batalla. Sé que se puede mejorar, así que vuestras opiniones serán bienvenidas.
Y, sí, nunca os fiéis de Ekaterina. Nunca.

martes, 26 de marzo de 2013

Y más diplomacia.

-¡Hey, Platov! ¿Un post nuevo en menos de un día?
-Sí pero es que mira quien ha vuelto a casa por Semana Santa.

La maquinaria de guerra de la Horda Polar estaba preparándose para la inminente invasión de la colonia imperial de Vishnia. Durante ese tiempo, los “voluntarios” tuvieron tiempo de aprender a tratar con los shurales. No fue fácil: uno de ellos devoró a uno de sus cuidadores y varios tuvieron que ser sacrificados tras escaparse y montar un alboroto que haría enmudecer a los propios dioses.
Ese tiempo fue aprovechado por Ekaterina para realizar ambiciosos planes de invasión con la ayuda del mariscal Tachenko, algo necesario ya que los servicios de espionaje de la Horda traían noticias alarmantes del refuerzo del aparato militar imperial presente en la frontera de su preciada colonia. Llegaron rumores de que junto con la Garra del León, Losange había prestado un par de “marcheurs”, los mastodónticos tanques con patas que eran la envidia de todos los imperios, a cambio de privilegios comerciales en los territorios del Imperio.

Esto hizo recapacitar a Ekaterina.
La tecnología prestada por Losange convertía al ejército imperial en casi imparable. La Horda Polar no podía enfrentarse sola a tal amenaza. El zar Aleksis enseñó a su hija una gran lección: las guerras no se ganan a solas. La zarina debía encontrar un aliado, alguien que odiase tanto a Alexandra como ella misma. La solución se encontraba en el centro del Antiguo Continente: Witterungkönfederation.
Como todo el mundo sabe, las uniones entre familias dinásticas del Antiguo Continente podían dar lugar a situaciones chocantes y lo que ocurría entre el Imperio de Su Majestad y la Witterungkönfederation era para echarse a reír. Debido a un enlace matrimonial entre las casas reales de estas dos naciones durante la Edad de la Pólvora, la reina Alexandra y el káiser Reinhardt eran primos lejanos. Aunque Reinhardt había sudado sangre para reunificar los antiguos estados que conformaban el extinto Santo Imperio Laureado Barbárico en una nueva nación, el káiser sentía envidia del inmenso tamaño del imperio que gobernaba su prima. El carácter belicoso del káiser, parecido al de Ekaterina pero algo más calmado, hubiera sumido a Verne en una guerra mundial si no hubiera sido por los esfuerzos diplomáticos del canciller Lothar von Eisenstahl. Eisenstahl era consciente de las ansias de conquista de su monarca pero el “viejo zorro”, como lo llaman algunos, sabía que esta conquista debía hacerse de forma sutil.
Ekaterina pensó que ganarse el favor de Reinhardt en la guerra por Vishnia inclinaría la balanza a favor de la Horda Polar.

La zarina habló sobre ello a Baturyn, al cual le pareció una buena idea.
En secreto, Ekaterina escribió una carta que fue enviada al káiser por la coronel Tereshkova. En ella pedía al emperador una reunión secreta con él. No era propio de Ekaterina no hacerse notar a la hora de visitar a otras naciones pero esta jugada necesitaba del máximo sigilo posible para que tuviera éxito. En unos días llegó la respuesta, escrita de puño y letra por von Eisenstahl. El káiser había aceptado y la reunión se llevaría acabo dentro de tres días después de la llegada de la carta, en el castillo de la región de Dazen. Para poder ayudarles, la WK pedía a la zarina que se dejase paso libre a las tropas del káiser en los territorios de la Horda Polar para atacar al Imperio de Su Majestad. Era algo arriesgado pero Ekaterina no tuvo más remedio que aceptar. No había tiempo que perder.

Ekaterina, junto con Baturyn, viajaron sin llamar la atención en un tren de pasajeros.
Tereshkova se había tomado la molestia en proporcionar disfraces tanto a la zarina, como al primer ministro y a un grupo de soldados de la Guardia del Oso. Aún a pesar de las incomodidades, Ekaterina estaba ansiosa por llegar hasta Dazen. Según la carta, les esperaría un oficial de los servicios secretos de la WK en una posada llamada “El Soldado Feliz”, con un pañuelo rojo atado al cuello y tomando una jarra de cerveza. La zarina solo tenía que enseñarle el sello de la Horda Polar y la carta enviada por el canciller para reconocerla.


Llegaron a Dazen la mañana del día de la reunión.
Dazen era un pueblo pintoresco, muy al estilo de los pueblos de las regiones orientales de la WK, con calles adoquinadas. Las casas eran de dos plantas con refuerzos de madera en las paredes al descubierto, con balcones llenos de flores y plantas al estilo de las de los últimos siglos de la Edad del Acero.
-Mi alergia- dijo la zarina- Creo que me va a dar algo con tanta plantucha.
-Tranquila, su excelencia- dijo Baturyn- Pronto nos marcharemos de aquí.
-Eso espero. No pienso quedarme en este sitio ni un día más.
La comitiva de soldados disfrazados seguía a los dos interlocutores a una distancia prudencial para no levantar sospechas.
Dos calles más abajo de la estación de tren encontraron la posada. Era pequeña, con un olor a manteca derretida en su interior que hizo que la nariz de la zarina se replegara al abrir la puerta principal.
-¡Puagh!- dijo conteniendo una arcada- Las caballerizas imperiales huelen mejor que este antro.
Otearon el lugar. Las mesas estaban llenas de gente comiendo, bebiendo y hablando. En una de ellas, había un hombre que no hacia mucho caso a la conversación que le daban sus compañeros de mesa. Estaba ensimismado viendo el contenido de su jarra de cerveza. Un pañuelo rojo le rodeaba el cuello.
-¡Ja! Ese es, Baturyn- dijo Ekaterina.
Se dirigieron a la mesa, acompañados a corta distancia por los soldados de incógnito. En el asiento que había enfrente del oficial, había un hombre en estado de embriaguez.
-¡Eh, tú, pordiosero! ¡Levántate!- ordenó Ekaterina.
-¡Je! ¡Hips!- respondió el hombre- Mirad a la pequeña... ¡Hip! ¿Quieres que me levante? ¡Hip!- acto seguido, el borracho regaló a Ekaterina un eructo en su cara.
La zarina le dio una patada, tirándolo de la silla. El hombre se arrastró por el suelo hasta la salida, muerto de miedo ante la reacción de la chica. Todo el mundo en la posada se rió de tal escena. El hombre ensimismado en su jarra levantó la cabeza y miró a Ekaterina.
-Su majestad Ekaterina de la Horda Polar, supongo- dijo.
-Sí. ¡Vaya! No he necesitado enseñaros la carta ni el sello.
-Vuestros modales os han delatado.
-¿Qué quiere decir con eso?- Ekaterina se puso otra vez a la defensiva.
-Nada, nada- contestó el oficial- Síganme. El káiser les espera en el castillo de Dazen.
Salieron siguiendo al oficial hasta la parte posterior de la posada. Allí, habían varios caballos aunque no suficientes para los soldados de la emperatriz.
-Siento no haber traído más pero no sabía que iban a ser tantos- se disculpó el oficial.
-No importa- contestó Ekaterina- ¡Soldados! Tenéis lo que resta del día libre. Nos encontraremos aquí al amanecer del día siguiente.

El viaje hasta el castillo fue algo pesado debido a lo irregular del terreno aunque, afortunadamente, había un sendero que conducía al lugar, llegando a este pasadas las séis de la tarde.
Ekaterina se quedó impresionada: el castillo de Dazen era una pequeña fortaleza mandada construir por el antiguo Príncipe Obispo de Dazen a mediados de la Edad de la Pólvora. Podía guarecer a un pequeño contingente aunque, en realidad, el uso de la fortaleza era más bien el de lugar de recreo y residencia que el de defender una zona.
El oficial hizo una señal y el puente levadizo cayó.
Entraron al patio de armas, en el cual habían varios miembros de la Adlerwacht vigilando la zona. Iban ataviados con su siniestro uniforme: largas gabardinas grises, máscaras de gas y el característico casco con un pincho en la cimera, armados con rifles de precisión.
Descabalgaron para dirigirse a la escalera de piedra donde les esperaban dos hombres al final de esta. Uno era bajo pero de fuerte constitución, anciano, con el pelo encrespado y con el mostacho peinado a la manera de los junkerlanders (con las dos puntas hacia arriba). En su ojo derecho llevaba un monóculo e iba vestido de traje. Ese era el canciller von Eisenstahl.
El otro era alto y joven. Su pelo rubio estaba cortado al cepillo, como todo buen militar. Sus rasgos eran fuertes e incluso atractivos, si no fuera por una espantosa cicatriz de duelo que recorría el lado izquierdo de su cara y que había dejado uno de sus ojos azules completamente blanco. Vestido con el uniforme de cuello alto de mariscal supremo de los ejércitos de la Witterungkönfederation y con su inseparable glockenschläger atado al cinto, el cual casi nunca se quitaba, el káiser Reinhardt descendió las escaleras para saludar a Ekaterina.
-Ekaterina, es un honor que pensases en mí para este pacto- dijo Reinhardt, estrechándole la mano a la zarina.
-Sabía que te gustaría, Reinhardt.
-Por favor, pasad al interior. El patio de armas no es sitio para hablar de asuntos de estado.
Todos juntos entraron al interior del castillo. Mientras se dirigían a la sala donde discutirían los puntos de la alianza, los dos primeros ministros llevaban una animosa charla acerca de las posesiones coloniales de la WK en el Continente Oscuro.
Mientras tanto, los dos jóvenes emperadores hablaban entre ellos.
-¿El uniforme de mariscal? Pensaba que íbamos a ser un poco más informales, Reinhardt- dijo Ekaterina- Es verdad que por las venas de los könfederationers, y en especial por las de los junkerlanders, corre hierro fundido en lugar de sangre.
-Soy el káiser. Mi responsabilidad es liderar los ejércitos de la gloriosa patria las 24 horas del día. Nunca sabes cuando el enemigo puede atacar- contestó el emperador.
-Algo parecido me pasa pero cambiando a los enemigos exteriores por traidores a la corona- dijo Ekaterina.
-¿Alguien no teme a Ekaterina Zoldanowich? Eso me gustaría verlo.
-Por más que los disciplino, no aprenden.
-Disciplina. Esa es la base de cualquier estado estable. Sabes que si tienes algún problema, puedes contar conmigo. ¿Qué tal si te envío un regimiento de Tottenritters para solucionarlo?
-No, gracias. Me las apaño sola.

Llegaron a la sala.
Era pequeña y acogedora, tal vez un comedor, iluminada por varios quinqués. Se sentaron en una mesa rectangular, cada uno de los emperadores en un extremo. A su lado, sus primeros ministros. Encima del mueble, varios papeles y material de escritura. Von Eisenstahl cogió uno de estos, ya escrito, se aclaró la garganta y se puso bien su monóculo.
-Bien- comenzó a leer- Reinhardt Karl von Hertzenberg, káiser de la Witterungkönfederation y rey de Junkerland, y Ekaterina Fyodorovna Zoldanowich, zarina de la Horda Polar; estando presentes Lothar Markus von Eisenstahl, canciller de la Witterungkönfederation, y Andrej Nikolai Baturyn, primer ministro de la Horda Polar, se disponen a pactar para llevar acabo una alianza contra las fuerzas del Imperio de su Majestad, gobernado por la reina Alexandra Mary Lionhead. ¿Correcto?
-¡Correcto!- dijeron al mismo tiempo los emperadores.
-Bien- prosiguió el canciller- estando de acuerdo en atacar conjuntamente a un enemigo común, la Witterungkönfederation se compromete a prestar ayuda militar, tanto en armamento como en suministros y hombres, a la Horda Polar. A cambio, la Horda Polar deberá abrir sus fronteras en todos sus territorios, a lo ancho y largo de Verne, a lo ejércitos del káiser en caso de que este quisiera invadir un territorio del Imperio de Su Majestad. ¿Correcto?
-¡Correcto!- volvieron a decir los emperadores.
-Muy bien. Dado que todo está conforme, por favor, que los emperadores firmen el documento.
Reinhardt dejó que Ekaterina fuera la primera en firmar. A continuación, lo hizo el káiser. Para finalizar, los dos primeros ministros estamparon su rúbrica en el papel.
Los dos emperadores se estrecharon la mano.
-Estoy ansioso de ver la cara de mi prima cuando nos vea juntos en el campo de batalla- dijo Reinhardt.
-Yo también- dijo Ekaterina- ¿Qué tal una copa de algo fuerte para celebrarlo?

jueves, 28 de febrero de 2013

Un mensaje de la Secretaría de Justicia de la República de Longhorn.

EL SERVICIO DE INFORMACIÓN Y PROPAGANDA
de la
SECRETARÍA DE JUSTICIA DE LA REPÚBLICA DE LONGHORN
presenta
un mensaje patrocinado por
INDUSTRIAS ARMAMENTÍSTICAS COBBLET Y SMITHSON
“¿Qué tiene más poder que un dios? Un hombre empuñando una Cobblet y Smithson.”

“PACIFICADORES: EL BRAZO ARMADO DE LA LEY”

Longhorn, nuestro hogar.
El país más joven y floreciente del Nuevo Continente y, dicho sea de paso, de todo Verne.
Nuestra gran nación está formada por grandes gentes alimentadas por un gran espíritu emprendedor. Mire donde se mire, siempre hay un nuevo negocio, una nueva fábrica e, incluso, una nueva población.
Pero incluso en el paraíso hay gente que quiere aprovecharse de los demás para su beneficio: cuatreros, forajidos, ladrones, traidores, insurgentes y agentes extranjeros y de sociedades secretas. Llevados por la codicia y la envidia, esta clase de rufianes se dedica a hacerle la vida imposible a nuestros esforzados compatriotas que se ganan su jornal con el sudor de su frente. La ley actúa con determinación contra esta escoria en las ciudades pero, ¿qué ocurre en las nuevas poblaciones alejadas del bullicio de las grandes urbes? Allí, la justicia tarda más en llegar debido a las grandes distancias y a los innumerables peligros que se cruzan en su camino. Incluso aquellos que la sirven en estos lugares alejados de las manos de los dioses son ablandados por la comodidad o por el miedo.
Para poner fin a esta situación y que los colonos se sientan seguros, el Secretario de Justicia Marvin Allan ha fundado el Cuerpo de Pacificadores de la Oficina de Seguridad Pública.

Ya sea en tren, dirigible o a lomos de sus infatigables caballos estos hombres y mujeres han jurado dar su vida por el cumplimiento de la ley y llevar la justicia allí donde esta no puede llegar. No es una tarea nada fácil por lo que estos inquebrantables defensores de la ley han sido equipados con el mejor armamento posible gracias al acuerdo firmado por la Secretaría de Interior y Justicia con Industrias Armamentísticas Cobblet y Smithson.
Los señores Douglas Cobblet y Jeremiah Smithson han ofrecido su apoyo a la noble causa de los pacificadores y, por eso, proporcionan la totalidad del armamento que necesitan para llevar acabo su empresa: un revólver C&S, modelo “Marshall”; un rifle de palanca C&S, modelo “Hammerer” para las distancias cortas y un rifle de precisión C&S, modelo “Mortymer”, con mirilla incorporada, para acabar con los delincuentes más osados desde una gran distancia. Además, los pacificadores cuentan con la última edición del Código Penal en formato de bolsillo para ayudarles a la hora de aplicar la ley pero, por encima de todo, se les hace entrega del emblema de esta organización: la estrella de cinco puntas, símbolo de su autoridad y que lucen con orgullo a la altura de su corazón.
Cabe destacar que algunos pacificadores han aprendido a controlar el poder de la magia para casos de extrema necesidad. Aunque aparezcan en raras ocasiones, los pacificadores se tienen que enfrentar a forajidos que usan las antiguas artes arcanas para hacer el mal, además de resultar práctica a la hora de enfrentarse a criaturas sobrenaturales como los terroríficos wendigos.

Ley. Justicia. Paz.
Las tres nobles palabras que los pacificadores han jurado proteger.
Por eso, les deseamos toda la suerte del mundo en su tarea y que los dioses les protejan de cualquier mal.

Este ha sido un mensaje del Servicio de Información y Propaganda de la Secretaría de Justicia del gobierno de la República de Longhorn, patrocinado por Industrias Armamentísticas Cobblet y Smithson.

¡LIBERTAD Y JUSTICIA PARA TODOS!



domingo, 10 de febrero de 2013

Algunas cosas que deberías saber sobre Verne.

¡Hola, gentes del lugar!
Me encantan las tardes del domingo solo por una cosa: son el mejor momento para escribir un post.
Así que me dispongo a escribir algo que quería poner por escrito hace tiempo.
Como muchos de vosotros sabéis, Verne es el nombre del mundo de ciencia ficción steampunk en el que se desarrollan las aventuras de la zarina Ekaterina y de sus... eh... ¿amigos?
Ya conocéis algunas cosas de este mundo, como la tirria que hay entre la Horda Polar y el Imperio de Su Majestad. Sin embargo, me gustaría abrir una ventana más amplia a este mundo para que sepáis un poco más de como es.

Verne tiene millones de años, al igual que nuestro mundo.
El eje cronológico está dividido en varias eras para facilitar el trabajo de los historiadores vernianos y de un servidor a la hora de contar hechos ocurridos en el pasado. La época en la que transcurren los relatos de Ekaterina es la Era del Vapor (o Era Alexandrina, como les gusta llamarla a los imperiales) y comenzó con el I Imperio de Losange, cuando los Abeille llevaron a la práctica su lema "la razón al poder" implementando el nuevo motor de vapor a la maquinaria de guerra. Otras eras son la Era de la Piedra, la del Mármol, la del Acero y la de la Pólvora, por no mencionar las eras anteriores a la humanidad.

Como sabéis, en Verne hay diferentes naciones.
Ocho son los grandes imperios que se disputan el control de este mundo: el Imperio de Su Majestad, la Horda Polar, la Witterungkönfederation, el Imperio Östmagyar, el II Imperio de Losange, el Sultanato Creciente, la República de Longhorn y la Teurgia Oriental. No hace falta devanarse los sesos para saber cuales son sus equivalentes en nuestro mundo.
Tras estas grandes potencias existen una serie de naciones menores que intentan ganarse el apoyo de alguno de los grandes imperios o forjar el suyo propio, como Tauria, Hergénia, Skaldmark o Makembe.
Tras estas naciones están las colonias y las naciones incivilizadas, como el Reino de Nakopo, Vishnia o las islas Rokahoe.

Aunque sea un mundo de fantasía, todos los habitantes de Verne son humanos.
Nada de elfos, enanos u orcos. Sí que existen algunas criaturas fantásticas como trolls, vampiros o fantasmas pero son solo seres salvajes o raros. Lo que sí existe en gran cantidad es la magia. En Verne, la magia es algo normal. Bueno, era. El avance imparable de la tecnología está relegando a la magia a un segundo plano, llegando incluso a poner en peligro su existencia. Sin embargo, todavía hay gente que la practica. Muchos de estos magos han decidido unirse para defender esta disciplina con la Unión Mundial de Magos, algo así como la Internacional Socialista pero con hechiceros. La UMM intenta demostrar a los vernianos que la magia puede seguir siendo útil a través de charlas, reuniones y manifestaciones por las calles.
Hay dos casos llamativos en Verne repecto a la magia.
El primero es el de la Teurgia Oriental. El proceso industrializador llevado acabo por la emperatriz Ren ha traido la modernidad a este imperio pero tanto avance no está tan bien visto por sus conservadores habitantes. Para que las costumbres no se perdieran, Ren ha creado algo completamente nuevo: la tecnomagia, mezcla de ciencia con poderes arcanos.
El segundo es Sitán. Esta pobre región del Continente Oscuro está gobernada por el Archimago, un desquiciado mago que cree que la ciencia debe de ser purgada de Verne. El Imperio de Su Majestad ha tenido más de una vez que vérselas con los fanáticos seguidores de este misterioso ser.

En cuanto a la religión, el Viejo Panteón está formado por diez dioses:

El Mariscal: Dios de la Guerra
El Ejecutor: Dios de la Muerte
El Halcón: Dios del Cielo
El Erudito: Dios de la Sabiduría
La Herrera: Diosa de la Tierra
El Capitán: Dios del Mar
La Guardabosques: Diosa de la Naturaleza
La Paladín: Diosa de la Justicia
La Dama: Diosa del Amor
Ella: Diosa del Inframundo

La última de todos, Ella, no recibe ningún tipo de culto oficial debido a su carácter demoniaco. Sí que existe una sociedad secreta que se dedica a hacerle ofrendas de sangre. Según una antigua profecía encontrada en las Sagradas Escrituras, llegará un día en que Ella vuelva a la superficie, destruyendo todo a su paso. Es por eso que algunas personas intentan ganarse su favor para estar protegidos cuando llegue ese día. Por supuesto, la pertenencia a este culto esta penada con la muerte.
Existen otras religiones en Verne. Una de ellas es la fe en El Exiliado, que es la religión oficial del Sultanato Creciente y de algunas regiones orientales. Está catalogada como "herética" por los sacerdotes del Viejo Panteón. También está el Culto a los Espíritus, la fe de la Teurgia Oriental, la cual cree que todos los seres, animados o inanimados, poseen un espíritu en su interior. Esta fe es muy parecida a la que profesan los habitantes de las Cuarenta Naciones. Otras naciones civilizadas tienen pequeños cultos propios que no son tan importantes como estos.

Y por último, en Verne, a diferencia de otros universos steampunk, no hay desigualdad entre sexos. Hombres y mujeres pueden realizar las mismas actividades sin ningún problema. Ya sé que es algo bastante optimista pero creo que le da un toque diferente y bastante interesante.

Bueno, espero que os haya gustado todo este discursito.
Si queréis saber más sobre Verne, no tenéis más que preguntarme.
¡Nos vemos!


sábado, 2 de febrero de 2013

Voluntarios.

¡Hola, hola!
Lo prometido es deuda. Aquí tenéis un nuevo relato de nuestra emperatriz favorita, siguiendo el arco argumental de la invasión de Vishnia. Creo que no tiene tanta calidad como los anteriores.
Juzgadlo vosotros mismos.

Los planes de Ekaterina en el desarrollo de su nueva arma secreta iban viento en popa.
El doctor Shorobiensky seguía con el programa de cría de shurales tal y como había dispuesto la zarina. Las primeras pruebas en laboratorio fueron un éxito: los shurales testados lograron despedazar varias vacas en cuestión de segundos. Para sorpresa del propio científico, los shurales podían regenerar sus heridas más rápidamente si se alimentaban con la carne de sus presas. El único problema era el control de las criaturas. Algunas de ellas, en su frenesí destructivo, atacaron a trabajadores del hospital. Una de ellas incluso consiguió escapar y salir a los jardines de la institución, donde tuvo que ser abatida con varios disparos de morteros de mano. Las pequeñas descargas eléctricas generadas por un bastón eléctrico parecían una solución factible: los shurales se retraían si se les aplicaba este procedimiento. Sin embargo, en el fragor de la batalla sería algo más difícil controlarlas. Los científicos de la Horda Polar diseñaron una coraza para proteger a aquellos soldados cuya tarea sería controlar a las criaturas. El problema era ese: encontrar voluntarios entre las filas del ejército para que adoptaran el papel de “cuidadores”.
Es por eso que Ekaterina decidió realizar un viaje hacia la base militar del lago Priast, al este de la capital de la Horda Polar, para reclutar algunos voluntarios.

En el dirigible viajaban su excelencia, el primer ministro Baturyn, el doctor Shorobiensky y en las bodegas, encerrada en una jaula de seguridad diseñada para tal ocasión, una de las criaturas.
El viaje duró un día de duración, por lo que pronto llegaron al lugar. La base de Priast fue construida por el zar Aleksis. En ella podían vivir centenares de soldados con sus familias.
La importancia de esta residía en que era el cuartel general del ejército de la Horda Polar, liderado por el carismático mariscal Bogdan Tachenko. Veterano de cientos de batallas, miembro de la aguerrida etnia de los kozaks, Tachenko entró en el ejército el mismo año que lo hizo el padre de Ekaterina. Los dos hombres se hicieron grandes amigos, por encima de las diferencias sociales entre ellos: Tachenko provenía de una familia kozak muy humilde mientras que Alexis, bueno, Alexis era el zarevich, el heredero al trono de la Horda Polar. Escalaron puestos juntos, lucharon codo con codo. Cuando Alexis fue coronado, agradeció a Tachenko su amistad y su apoyo ofreciéndole el cargo de mariscal. Las puertas del Palacio Helado estaban abiertas para este hombre como si fuera un miembro más de la familia real. Raro es no encontrarlo en algunas fotos familiares, con su rostro marcado por las cicatrices del combate y su mostacho al más puro estilo kozak. Cuando Ekaterina nació, el zar encomendó a Tachenko no solo la educación de la niña en cuestiones militares sino también que la cuidara si algún día le pasaba algo. Como buen kozak, Tachenko dio su palabra. Cuando Alexis murió apagando la revuelta de igualitaristas de la región de Korms, cuando Ekaterina tenía quince años, Tachenko protegió el cadáver del zar para que no fuera despedazado por la multitud local. Gracias a su esfuerzo, la revuelta fue apagada y el cuerpo llegó sano y salvo a la capital. Hasta su mayoría de edad, Ekaterina encontró en aquel hombre un apoyo moral que le ayudó a prepararse para su coronación. Para la zarina, el mariscal no es solo el líder de sus ejércitos. Es algo más. Es como aquel tío afable que te visita los fines de semana para comer en casa y para pasar la tarde contando fascinantes historias sobre las batallas donde estuvo y jugando al ajedrez. De hecho, es la única persona en toda la Horda Polar a la que Ekaterina permite llevarle la contraria.
Por supuesto, Baturyn hizo saber al joven científico esta peculiar relación.
-Siempre tratará al mariscal como si fuera un familiar, así que no se sorprenda, ¿entendido?- dijo el primer ministro.
-Eh... Sí- respondió Mikhail, tan nervioso como siempre.

El dirigible se posó con suma facilidad en una de las plataformas de aterrizaje de la base.
Al salir los ocupantes del vehículo aéreo de su interior, se encontraron con un estruendoso espectáculo: cientos de soldados en perfecta formación saludaron a Ekaterina cuando esta comenzó a bajar la alfombrada escalinata, mientras que la banda de música militar de la base tocaba el himno de la Horda Polar, la “Marcha de las Nieves”.
Al final de la alfombra se encontraron con un hombre vestido con el traje de gala de mariscal.
Era bajito pero de constitución fuerte, calvo y un gran mostacho colgaba de ambos lados de su boca. Su cara era un reflejo de los estragos de la guerra: no había ni un solo recoveco donde no hubiera una cicatriz. El mariscal Bogdan Tachenko saludó a Ekaterina con el saludo militar, seguido por un efusivo abrazo. El ayuda de campo del general, Pyotr Prokofiev saludó a la zarina tan solo con el saludo militar.
-Te estábamos esperando, pequeñaja- dijo el mariscal- Cuando leí el telegrama me quedé pensando a que te referías con la frase “tengo la ruina de Alexandra”.
-Sabes que me encantan los juegos de palabras, Tachenko- dijo Ekaterina, con una afable sonrisa en los labios.
-Ya lo sé pero soy un hombre de acción, no de libros- el militar se dirigió hacia el primer ministro- ¿Qué hay, Baturyn? La pequeñaja sigue manteniéndote despierto hasta la madrugada con sus órdenes, ¿eh?
-Es mi trabajo, mariscal- dijo Baturyn con cierto desprecio hacia Tachenko. Los dos no se llevaban muy bien.
Mikhail estaba bastante nervioso, como de costumbre, y más al ver como el mariscal trataba a la zarina como si fuera su sobrina o su nieta, sabiendo que cualquiera que había intentado eso antes sin su permiso estaba pasando una larga temporada en Yokutva. El mariscal volvió su vista hacia el colosal científico.
-Bueno, ¿quién es el patas largas este, pequeñaja?- le preguntó a Ekaterina.
-Es el doctor Mikhail Shorobiensky- contestó la zarina- Él es quien ha hecho posible lo que te tengo que enseñar. ¡Vamos, doctor! ¡Salude al mariscal!
-Eh... Sí... Sí, su... su excelencia- Mikhail ofreció su temblorosa mano al militar- Mi... Mikhail Shorobiensky, doc... doctor en bi... biología, se... señor. En... encantado de co... conocerle.
Tachenko estrechó con fuerza la mano del científico: “Bogdan Tachenko, mariscal de los ejércitos de la Horda Polar. ¡Vamos, chaval! No tengas miedo. No muerdo”. Mientras que el mariscal estrechaba su mano, Mikhail pensó que todos los huesos de esta acabarían hechos puré: la fuerza de Tachenko era descomunal. Después de la muestra de afecto, el científico retiró su dolorida mano.
-Bueno, pequeñaja. ¿Cuál es la ruina de esa imperial almidonada de Alexandra?- preguntó el mariscal a Ekaterina.
-Ahora mismo la están bajando del dirigible- Ekaterina señaló a un grupo de operarios bajando una enorme caja de metal. En los lados había pegado un cartel que decía: “¡PELIGRO! ¡NO ABRIR SI NO ES BAJO ESTRICTAS MEDIDAS DE SEGURIDAD!”
-Hmmmm...- Tachenko se atusó los bigotes- No entiendo que puede ser. En fin. ¡Prokofiev!
-¿Sí, señor?- contestó el ayuda de campo.
-Que envíen la caja al hangar número 12.
-¡Sí, señor!- Prokofiev hizo el saludo militar y se dirigió hacia los operarios para darles instrucciones.
-Bien- siguió el mariscal- Vamos a ver que sorpresa me ha preparado el patas largas.
-Tranquilo,- dijo Ekaterina- no te defraudará.

-Bien, ¿se puede saber de qué van disfrazados estos tipos?- eso es lo que dijo el mariscal al ver que los operarios se habían puesto las corazas de protección- ¿Y por qué empuñan esos bastones eléctricos?
En el interior del hangar solo se encontraban Tachenko, su ayuda de campo, Ekaterina, Baturyn, Shorobiensky, los operarios y la enorme caja de metal.
-Tachenko, trae a tus mejores hombres a mi presencia- dijo Ekaterina.
-Como quieras, pequeñaja. ¡Prokofiev!
-¡Sí, señor!- el ayuda de campo salió del recinto.
Pasaron varios minutos. Mientras esperaba, Tachenko sacó su pipa del bolsillo y un sobrecito con un poco de tabaco picado. Tras verter parte del contenido del sobre en la cazoleta, sacó de su otro bolsillo una caja de cerillas. Encendió una frotándola contra la suela de su bota izquierda, la llevó a la pipa y la apagó agitándola. Dio una calada antes de hablar.
-¿Qué pretendes, pequeñaja? ¿Qué hay ahí dentro?
-Contémplalo tú mismo- Ekaterina dio una orden con la mano y los operarios comenzaron a retirar con sumo cuidado las planchas de metal que rodeaban la caja. Tras estas, se encontraba una jaula y en su interior, un shurale. Tachenko ni se inmutó al ver a la criatura.
-¿Bien?- preguntó Ekaterina- ¿Qué te parece?
El mariscal dio una profunda calada a su pipa antes de hablar: “¿Sinceramente?”
-Sí. ¿Qué te parece?
Tachenko se giró hacia Shorobiensky: “¿Lo has hecho tú, patas largas?”
-Sí... Sí, señor- contestó el científico.
Tachenko volvió a dirigirse a la zarina: “Creo que a la Guardabosques no le haría mucha gracia que le quitásemos el trabajo de crear nuevas criaturas”.
-¡Oh, Tachenko! Tú y tu miedo a la ira de los dioses- dijo Ekaterina.
-Mira, pequeñaja, un kozak solo le tiene miedo a los dioses y, créeme, esta cosa no sería de su agrado.
-Los dioses deben saber que la ciencia avanza- esto lo dijo Shorobiensky- El shurale es el arma definitiva. Un ser creado solo para matar.
Tachenko miró al joven y a la siniestra sonrisa que se había dibujado en su cara al hablar de su creación: “¿Ahora no tartamudeas, patas largas?”
Los ojos del científico se iluminaron: “¿Cómo osa hablarme así?”
-¡Eh! ¡Tranquilo! Estás hablando con el mariscal de los ejércitos de la Horda Polar. Sube un poco más ese tono y sabrás lo que es “un ser creado solo para matar”- Tachenko estaba bastante molesto con la actitud del joven. Sin embargo, Baturyn rió por lo bajo al ver como Shorobiensky hacía frente al mariscal. La confrontación no duró mucho ya que el científico volvió a su estado normal, asustado por la amenaza del kozak. Creedme, nadie en su sano juicio haría enfadar a un kozak.
-Eh... Yo... Esto... Disculpe. No... No quería ofenderle, se... señor.
-¡Bien! Así me gusta, respetando a tus mayores- dijo el mariscal.

Prokofiev volvió con un nutrido grupo de soldados, unos cincuenta.
Tanto el ayuda de campo como los hombres que lo acompañaran se quedaron de piedra al ver a la horrible criatura en el interior de la jaula.
-¡A... Atención!- gritó Prokofiev, sorprendido por la visión de aquel espécimen- ¡Firmes! ¡Ar!
Aún a pesar de la conmoción que supuso la presencia del shurale en la sala, los soldados se cuadraron rápidamente.
Tachenko dio una calada a su pipa y comenzó a hablar.
-¡Soldados! Sí, ya sé que estáis pensando: “¿Qué demonios es esa cosa de la jaula?”. Bien. Esa cosa, creada por el doctor Mikhail Shorobiensky aquí presente,- Tachenko señaló al científico con la boquilla de la pipa. El joven se puso más nervioso si cabe al ver que toda la multitud le miraba- es el nuevo arma que traerá la victoria a nuestros ejércitos. Nuestra zarina está buscando a los hombres más aguerridos de todo el imperio para poder controlar a estos “shurales” en el campo de batalla. ¡No os preocupéis!- Tachenko hizo una señal a uno de los operarios para que se acercara- Iréis vestidos con esta armadura que os proporcionara la protección necesaria en caso de que estos seres se vuelvan contra vosotros. Además, estos bastones eléctricos os ayudarán a calmar a esas bestias. Así que, soldados, ¿quién de vosotros se ofrece como voluntario?
El silencio invadió el interior del hangar. Unos pocos soldados levantaron la mano sin pensárselo dos veces, otros lo hicieron lentamente. El resto no dio ningún tipo de respuesta.
-Tan solo doce- dijo Tachenko.
Ekaterina dio un paso al frente.
-Muy bien. Aquellos que habéis levantado la mano podéis marcharos. Recibiréis una recompensa por vuestro valor- dijo la zarina. Los voluntarios, extrañados, salieron del hangar sin decir nada. Tras lo cual, Ekaterina se dirigió hacia el resto.
-¡Muy bien, escoria!- gritó- ¿Así que no queréis servir a vuestra patria, verdad? ¡Cobardes! ¡Sois un atajo de cobardes! ¿Por qué entrasteis en el ejército? ¿Por el sueldo? ¡Imbéciles! ¡No os merecéis ni un solo oso de plata! No solo tenéis la desfachatez de desobedecer a vuestro mariscal sino que también desobedecéis a vuestra zarina ¡A mí! ¡Traidores! ¡Sois unos traidores! ¡Todos! ¡Tachenko!
-¿Sí, su excelencia?
-¡Ellos serán los voluntarios para conducir a los shurales en el campo de batalla! ¡No se les ofrecerá ningún tipo de sueldo o de compensación hasta que vea que son dignos de ello!
-¡Sí, su excelencia!
-¡Marchaos! ¡Fuera de mi vista!- los “voluntarios” salieron del hangar en silencio, con el terror en sus caras.
-Lo ves, Tachenko- dijo Ekaterina- No fue tan difícil encontrar a los hombres adecuados.
-Hmmmm...- dijo Tachenko- Solo la guerra nos dirá si fue una buena idea crear semejante ser, pequeñaja.
-Tranquilo, Tachenko- dijo Ekaterina, con una sonrisa en los labios- Pronto habrá una.

sábado, 26 de enero de 2013

¡Revolución!: un relato escrito por Vilem Landerer.

¡Saludos a todos!
Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.

Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!

La plaza del Palacio Helado hervía de excitación. De violenta excitación. Una docena de guardias del Oso, con sus grandes barbas y bigotazos y sus ushanka de pelo de oso, se apelotonaban alrededor de aquella figura delgada y pequeña que blandía el sable de su padre e increpaba brutalmente al gentío que los rodeaba. Más de un centenar de personas rodeaban a los 13 que se defendían contra la puerta, encima de los cadáveres de enemigos y compañeros, muertos en los minutos previos. La Guardia del Oso había tenido que improvisar una defensa alrededor de Ekaterina, pues no sólo el palacio, sino la capital entera se había rebelado y después de horas de limpieza dentro del mismo, los revolucionarios del Igualitarismo habían conseguido penetrar las puertas del patio. La Emperatriz, en lugar de huir, había empuñado su sable y llevaba toda la mañana al frente de aquella lucha desesperada contra un enemigo que los superaban y mucho, en número. La habían herido de un mosquetazo y se mantenía erguida pese a ello, con un trozo de manga de la casaca de uno de sus guardias, que se la había arrancado nada más verla herida. A su alrededor luchaban con denuedo, aunque ya daban muestras de fatiga y sus enemigos más cercanos tenían una evidente faz de terror. Algunos ya no se acercaban y los fusiles comenzaron a aparecer entre las primeras líneas.
¡Perros! –gritó de pronto feroz, Ekaterina–. ¡De esta no os librareis tan fácilmente! ¡Vuestras cabezas adornarán mi palacio durante generaciones!
Se prepararon para disparar, sin acercarse demasiado a la masa humana erizada de sables y medias picas, que ya había agotado municiones y se preparaba para recibir la descarga.
¡Mi guardia! –siguió la emperatriz, con la certeza de que aquellos eran sus últimos momentos y no iba a dejar de presentar batalla–. ¡Cubríos con los muertos! ¡Usadlos de parapeto!
La Guardia se giró. Parte de su consigna extraoficial es que no se cubrían, ni retrocedían. Pero allá estaba ella, menuda y herida, el sable de su padre muerto en la mano, gritando órdenes e insultos por igual, sin descomponerse. Alguno recordó la muerte del progenitor y alguno sintió ternura hacia la cruel Ekaterina, así que con ánimos renovados, se agacharon, se echaron los muertos por encima y recibieron las primeras descargas con resignación. A los sublevados les debían faltar municiones también, pues entre una y otra pasaban varios minutos, mientras buscaban pólvora para recargar los fusiles.
¡Traed más balas! –gritó uno de los rebeldes, hacia su retaguardia–. ¡Más cartuchos, más pólvora!
Ekaterina no se pudo contener. Una cosa era el enorme enfado del hecho de que se hubieran levantado contra ella. Pero así, de esa manera, con tan poca previsión, le nublaba el juicio.
¿¡¡Más balas!!? –gritó y se la pudo escuchar en toda la capital–. ¿¡¡Acaso creéis que esto es la caza del cerdo negro de Zaranamov!!? ¡¡Estáis asaltando el Palacio Helado esperando que lo entregaría!! ¿¡¡Por quién demonios me tomáis!!?
Se quedaron paralizados por el estupor. Aquello no estaba saliendo cómo habían planeado. La mayoría pensaba que la fuerza de la unidad y la fraternidad derrotaría a los imperialistas. No se habían esperado que la Guardia del Oso fuera una piedra tan dura. Y la propia emperatriz no se quedaba atrás. Pensaban que acabaría de forma similar a la rebelión que acabó con su padre, pero que ahora no habría una cabeza visible de gobierno. Creían muchas cosas.
El silencio se había hecho en la plaza. Nadie se atrevía a toser y sólo se escuchaba la respiración furiosa y agitada de Ekaterina, que fue creciendo en magnitud, hasta que todos creyeron que se transformaría de un momento en otro en el dragón que temían que fuera y los devoraría.
¡Vamos hermanos, terminemos con ella –dijo desde atrás, tratando de dar algo de valor–, antes de que se organicen de nuevo!
Se envalentonaron de nuevo, sólo eran doce hombres y una muchacha. Eran veinte veces ellos, no había nada que temer. Y con esa premisa, se lanzaron de nuevo.
¡Cerrad fila, mi Guardia! –gritó de nuevo, al ver que se les echaban encima otra vez–. ¡No olvidaré esto! ¡Ekaterina no olvida!
Los veteranos guardias se apretaron de nuevo y combatieron recio. El rumor de la respiración de la emperatriz seguía creciendo. Hasta el punto de que se dieron cuenta de que no era respiración, sino un motor. Algo motorizado se acercaba por la avenida, de la que comenzaban a llegar relinchos y voces airadas. Un cañón de asalto avanzaba por el centro de la vía, flanqueado por dos carros de combate, a cuyos costados se abría una enorme cantidad de kozaks, que ya llevaban sus sables desenvainados que centelleaban al sol del atardecer. Se abrían paso entre la muchedumbre que rodeaba y llenaba la plaza del palacio, sin frenar ante nadie, dispersando a la población.
¡Preparados para abrir fuego! –gritó el comandante dentro de la bestia de acero, mientras el artillero afinaba puntería, con el cañón cargado con carga doble de metralla–. ¡A mi orden! ¡Fuego!
El corazón del monstruo vibró brutalmente por la descarga. El enorme cañón retrocedió un metro y frenó con terrible estrépito, hasta el punto de que el vehículo ralentizó su marcha.
Medio centenar de personas cayeron al suelo, muertas o heridas por las pelotas de plomo en el aire. Ekaterina sintió que la deflagración la golpeaba y un calor de satisfacción le recorrió el torso. Cuando los tanques abrieron fuego a su vez y los kozaks alzaron sus sables y picaron espuelas, los rebeldes flaquearon visiblemente. La emperatriz vio la duda en sus ojos y supo que era el momento.
¡Vamos mi Guardia! ¡A por ellos! –se levantó ella, alzando el sable ensangrentado, conteniendo la mueca de dolor–. ¡Hay que apretar! ¡Seguidme!
Los del Oso se levantaron. Muchos de ellos le triplicaban la edad. Y ninguno se iba a quedar atrás. Se prepararon, mientras Ekaterina ayudaba al más anciano de todos a levantarse, pues era de los más heridos y había cubierto a la emperatriz durante toda la batalla. Ella lo agarró del costado y lo mantuvo en pie.
¡A ellos! ¡A ellos! –repitió, tomando aire–. ¡¡A ellos!!
Se lanzó hacia adelante, con el anciano a su izquierda parando y dando tajos y se vió a ella misma, en medio de la multitud, cortando cómo si fuera lo único que pudiera hacer.
Los rebeldes entraron en pánico tras semejante muestra de ferocidad. Los guardias mataban a cualquiera que se acercara y no dejaban de moverse hacia adelante, cubriendo a sus compañeros, con Ekaterina en el centro, cargando con la ayuda de otro más al más veterano de ellos. Las cabezas se abrían cómo melones, horrendas brechas se aparecían en torsos y los miembros quedaban inútiles. La masa se movió hacia la puerta, por la que entraba el enorme cañón de asalto, que no frenó, sino que aplastó a los que cogió por medio, convirtiéndolos en pulpa sanguinolenta. Casi inmediatamente el gentío se echó al suelo, soltando armas y bagajes, pues tras el animal de acero cargaban los kozaks, sables en alto.
¡No! –gritó Ekaterina, voceando ronca, pero enérgica–. ¡Los quiero vivos!

El mundo se enteró un día después de lo ocurrido en el Horda Polar. Una revolución a gran escala, violenta y de carácter igualitarista había intentado deponer a la actual emperatriz. Sin éxito. Imágenes de ahorcamientos se podían ver en todas las salas de filmes una semana más, así cómo escenas grabadas por la propia propaganda imperial, mostrando escenas de Ekaterina firmando papeles, herida pero con fuerza, así cómo colgando medallas en el pecho a 11 guardias del Oso y depositando una doceava en un ataúd adornado con la bandera nacional. El propio mensaje de Ekaterina, fue emitido por radio casi dos semanas después, cuando concluyeron las investigaciones de sus servicios de espionaje, que habían salido malparados tras la súbita revolución, pues a muchos los habían atrapado.
<<No puedo decir que no me haya sorprendido el intento de levantamiento. No me lo esperaba y desde luego, no imaginé que su germen vendría del extranjero. Un grupo de espías, que ya han sido ajusticiados en su totalidad, instigaron, organizaron y armaron; muy pobremente, a los golpistas. Creyeron que no necesitaban de más, pues me eliminarían con facilidad, pero no pensaron que soy hija de mi padre y con su mismo sable, el mismo que usó la última vez que corrió a sofocar un levantamiento. ¡Soy Ekaterina Fyodora Zolnerowich, hija de Alexis Fyodor Zolnerowich! ¡No soy una cualquiera y a mí, no se me vence por la espada! Pero es evidente que el Imperio de su Majestad en vista de que no puede derrotar a Horda Polar en la honrada guerra, trata de hacerlo mediante actos subversivos, azuzando a mi propio pueblo en mi contra. Los detenidos han sido condenados a trabajos forzados, pues no creo que su ejecución sea lo que merecen, ya que al fin y al cabo fueron otros los conspiradores y ellos tan sólo las marionetas. Espero que mi magnanimidad convenza a mi gente de que trabajar por nuestro bien común es mucho mejor que conspirar con agentes enemigos, que no dudarán en dejar abandonados a sus aliados aquí, con tal de salvar el pellejo.>>
El discurso caló muy hondo en Horda Polar. Todos sabían de la feroz resistencia en el palacio y de que la propia Ekaterina había peleado mano a mano con sus guardias. Nadie se atrevería a levantarse de nuevo contra ella, al menos no en tiempo de paz. Nadie, pues a pesar de su relativa indulgencia con los vivos, los muertos seguían observando al pueblo desde las estacas donde habían clavado las cabezas de los insurrectos fallecidos. Nadie olvidaría aquello y a la Emperatriz se le daba muy bien que nadie olvidara.

jueves, 10 de enero de 2013

La emperatriz y el científico.

Bueno, aquí tenéis otro relato protagonizado por Ekaterina.
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).

La tensión en la Sala de Espías del Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar. Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave, algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas- Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos, aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días, Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que los científicos imperiales celebraban el buen resultado del experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar, imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.

Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?- preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova. Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general, parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia. A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga. Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo, su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh, Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario, contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral, su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la portada.
-”La creación de nuevas formas de vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se podría crear una nueva forma de vida que combine las características principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible- masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema. Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail: “¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos, reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail- necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo- Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.

Los días pasaban y las noticias que llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El 15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.

Y llegó cuatromiembre y con él, la tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que perder!

El Hospital del Ejército fue construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia- dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”, Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que había entrado para llevar material quirúrgico al doctor Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios, gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal. La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia, Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino, frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!- ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky! ¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia- Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado? ¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo- contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo. ¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico, el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza, inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo el científico, completamente sorprendido por la reacción de la emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail, completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!

Espero que os haya gustado. 
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.