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jueves, 13 de junio de 2013

La venganza del Káiser.

¡Buf! Si que llevo tiempo sin actualizar.
Perdonadme por ello. Estoy en la fase crítica del TFM: corrección y entrega. Ya sabéis lo que eso significa.
Voy a actualizar con un nuevo relato ambientado en Verne. Es bastante corto. Espero que os guste.

 Festung Adlerstein era el castillo donde residía el rey de Junkerland. Cuando el Káiser Reinhardt reunificó los estados del antiguo Santo Imperio Barbárico Laureado, se convirtió también en la residencia del emperador de la Witterungkönfederation. El castillo era una colosal estructura construida en la falda del monte Köning, a unos pocos kilómetros de la capital confederada, Kaiserstadt. Entre las 542 habitaciones que poseía, una de las más conocidas era la Estancia de Duelos. En ella, los reyes de Junkerland ejercitaban su capacidad innata para la esgrima, algo que siempre ha llamado la atención de otros gobernantes de Verne. Como descendiente directo de esta casta de nobles guerreros, Reinhardt practicaba todos los días. Todavía recordaba cuando perdió su ojo izquierdo en un duelo llevado acabo por el honor de Hildegard, la hija del Duque de Donau y prometida de Reinhardt, que había sido insultada por un embajador del Sultanato Creciente. Aquel día, la habilidad para el manejo de la espada del gobernante de Junkerland quedó en entredicho. Sin embargo, todo acabó bien: el sultán mandó ejecutar al embajador por su comportamiento y pidió disculpas al Káiser.

La Estancia de Duelos era una amplia habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas con mostradores donde estaban colgadas toda clase de espadas, desde un gladius usado por algún legionario del Imperio Laureado hasta una zweinhander de dos metros de largo de finales de la Edad del Acero. Uno de los más curiosos artilugios presentes en la sala era un autómata de instrucción de fabricación losangita. El hombre mecánico tenía una llave que permitía cambiar su habilidad con la esgrima, desde “Aprendiz” hasta “Maestro de espadas”. Por supuesto, Reinhardt siempre seleccionaba la última opción. La máquina contaba además con unas dianas de goma que representaban puntos vulnerables de la anatomía humana. Si el atacante conseguía acertar en una, el autómata se desconectaba.

Aquella tarde, Reinhardt estaba más agresivo que de costumbre. Ante la impasible mirada de Friedrich, uno de los sirvientes de palacio, el káiser atacaba al ágil autómata con rabia, imaginando que la máquina no era otra que la zarina de la Horda Polar. La traición llevada acabo por la joven en la batalla del paso de Krambalash, usando a los valientes soldados de la confederación como cebo, le hacía hervir la sangre. Mientras que Reinhardt desviaba con el filo de su glockenschläger uno de los envites del autómata, entró en la estancia el canciller Von Eisenstahl.
-Espero no interrumpirle, majestad- dijo el viejo político.
-Tranquilo, ya acabo- Reinhardt aprovechó una bajada de la guardia del autómata para clavarle la punta de su espada en la diana del pecho. La máquina se paró en seco, dejando caer la espada que portaba al suelo con un gran estrépito- Odio que dejen caer de esa manera las armas. Podrían romperse. Espero que los losangitas solucionen ese problema.
Reinhardt se acercó a su sirviente, el cual le ofreció una toalla para secarse la sudor de la cara y manos. Se giró hacia el canciller mientras se secaba.
-¿Y bien?- preguntó.
-La votación en el Landerstag ha estado bastante reñida. A los reformadores les ha parecido mala su idea de declararle la guerra a la Horda Polar, alegando que nadie en la historia de la humanidad ha conseguido vencerla- contestó el canciller.
-El líder de ese partido es historiador. Los historiadores viven en el pasado- Reinhardt devolvió la toalla a su sirviente, el cual se despidió agachando la cabeza brevemente mientras salía de la habitación.
-Glöck es historiador, sí- respondió el canciller- De las mejores mentes que han nacido en nuestra tierra. Sin embargo, es esa genialidad lo que le convierte en un poderoso adversario para el Partido Junker. Al principio pensé que el Landerstag desestimaría su propuesta, majestad, pero hemos encontrado unos aliados inesperados en los igualitaristas.
Reinhardt se sorprendió al conocer la noticia.
-No me extraña- dijo el káiser- Ekaterina persigue a sus camaradas y los ejecuta sin ningún miramiento. Apoyar la declaración de guerra sería una buena forma de ayudarles.
-En efecto pero recuerde que los igualitaristas son un arma de doble filo: si se unieran a sus camaradas, podría estallar su revolución en nuestras tierras.
-Sí, es un gran riesgo- contestó Reinhardt- pero continúe, Esienstahl.
-Bien- el canciller se aclaró la garganta-. Tras el discurso de Glöck, el líder de los igualitaristas recitó una lista de todas las atrocidades que la zarina cometió contra sus camaradas, lo que encendió los ánimos de aquellos miembros de la cámara que quieren ir a la guerra. Tendría que haberlo visto. El presidente de la cámara estuvo a punto de desalojar el hemiciclo si se seguía alterando el orden de aquella manera- Reinhardt se rió imaginándose la escena- Por suerte, el Landerstag aprobó la declaración de guerra contra la Horda Polar.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Reinhardt.
-¡Excelente! Será mejor comenzar los preparativos para la invasión enseguida.
La seriedad inundó el rostro del canciller.
-Sin embargo, recuerde el dicho, majestad: “Ejército que entra en la Horda Polar...”
-”Jamás volverá.”-interrumpió el emperador- Sí, lo sé. Sería un suicidio. Incluso transportando a las tropas en dirigibles el frío congelaría los rotores de las hélices. Creo que deberíamos esperar al verano.
-Buena decisión- asintió Eisenstahl- También le advierto que deberíamos empezar a llevar acabo negociaciones diplomáticas para buscar un aliado. ¿Qué tal Losange?
-¡Ja! No me haga reír canciller. Aunque su tecnología es digna de elogio, los losangitas son débiles en el combate sin ella. No.
-Pues solo nos queda un enemigo común de la zarina- Eisenstahl levantó una ceja.
-Sí, mi prima.
-¿Comenzamos los contactos con el Imperio?
-Muy a mi pesar, sí. Es la única nación fuerte que nos puede ayudar. Si tengo que soportar a Alexandra con tal de ver a Ekaterina suplicándome perdón, lo haré.
-Muy bien. Iniciaré los contactos con el Ministro de Asuntos Exteriores del Imperio. Si no tiene nada más pensado...
-No, Eisenstahl. Puede retirarse.
El canciller hizo una reverencia y salió de la habitación, cerrando las puertas.

Durante la cena, Reinhardt miraba al cielo rojo del atardecer que se divisaba por los ventanales del castillo. Se quedó ensimismado viendo como un águila volaba en dirección al horizonte, hacia la Horda Polar.
Al otro lado de la mesa Hildegard, la esposa de Reinhardt, miraba al káiser. La muchacha era el vivo ejemplo de lo que muchos llaman “belleza confederada”: rubia, con una melena recogida en una recatada trenza que le llegaba hasta la cintura, ojos claros y tez clara.
-Cariño, ¿estás bien?- preguntó con cierta preocupación.
-¿Eh?- Reinhardt salió un momento de su trance- Sí, mi amor, no te preocupes- el emperador esbozó una cálida sonrisa a su amada que convertía la cicatriz que recorría su rostro en un arco. Hildegard le correspondió con otra sonrisa aunque ella sabía que su esposo estaba así por la guerra que se avecinaba. Tras probar un ligero bocado, Reinhardt volvió a mirar por la ventana para descubrir que el águila se había convertido en un lejano punto en el cielo.
-Amiga- pensó- Pronto no volarás sola.

martes, 26 de marzo de 2013

Y más diplomacia.

-¡Hey, Platov! ¿Un post nuevo en menos de un día?
-Sí pero es que mira quien ha vuelto a casa por Semana Santa.

La maquinaria de guerra de la Horda Polar estaba preparándose para la inminente invasión de la colonia imperial de Vishnia. Durante ese tiempo, los “voluntarios” tuvieron tiempo de aprender a tratar con los shurales. No fue fácil: uno de ellos devoró a uno de sus cuidadores y varios tuvieron que ser sacrificados tras escaparse y montar un alboroto que haría enmudecer a los propios dioses.
Ese tiempo fue aprovechado por Ekaterina para realizar ambiciosos planes de invasión con la ayuda del mariscal Tachenko, algo necesario ya que los servicios de espionaje de la Horda traían noticias alarmantes del refuerzo del aparato militar imperial presente en la frontera de su preciada colonia. Llegaron rumores de que junto con la Garra del León, Losange había prestado un par de “marcheurs”, los mastodónticos tanques con patas que eran la envidia de todos los imperios, a cambio de privilegios comerciales en los territorios del Imperio.

Esto hizo recapacitar a Ekaterina.
La tecnología prestada por Losange convertía al ejército imperial en casi imparable. La Horda Polar no podía enfrentarse sola a tal amenaza. El zar Aleksis enseñó a su hija una gran lección: las guerras no se ganan a solas. La zarina debía encontrar un aliado, alguien que odiase tanto a Alexandra como ella misma. La solución se encontraba en el centro del Antiguo Continente: Witterungkönfederation.
Como todo el mundo sabe, las uniones entre familias dinásticas del Antiguo Continente podían dar lugar a situaciones chocantes y lo que ocurría entre el Imperio de Su Majestad y la Witterungkönfederation era para echarse a reír. Debido a un enlace matrimonial entre las casas reales de estas dos naciones durante la Edad de la Pólvora, la reina Alexandra y el káiser Reinhardt eran primos lejanos. Aunque Reinhardt había sudado sangre para reunificar los antiguos estados que conformaban el extinto Santo Imperio Laureado Barbárico en una nueva nación, el káiser sentía envidia del inmenso tamaño del imperio que gobernaba su prima. El carácter belicoso del káiser, parecido al de Ekaterina pero algo más calmado, hubiera sumido a Verne en una guerra mundial si no hubiera sido por los esfuerzos diplomáticos del canciller Lothar von Eisenstahl. Eisenstahl era consciente de las ansias de conquista de su monarca pero el “viejo zorro”, como lo llaman algunos, sabía que esta conquista debía hacerse de forma sutil.
Ekaterina pensó que ganarse el favor de Reinhardt en la guerra por Vishnia inclinaría la balanza a favor de la Horda Polar.

La zarina habló sobre ello a Baturyn, al cual le pareció una buena idea.
En secreto, Ekaterina escribió una carta que fue enviada al káiser por la coronel Tereshkova. En ella pedía al emperador una reunión secreta con él. No era propio de Ekaterina no hacerse notar a la hora de visitar a otras naciones pero esta jugada necesitaba del máximo sigilo posible para que tuviera éxito. En unos días llegó la respuesta, escrita de puño y letra por von Eisenstahl. El káiser había aceptado y la reunión se llevaría acabo dentro de tres días después de la llegada de la carta, en el castillo de la región de Dazen. Para poder ayudarles, la WK pedía a la zarina que se dejase paso libre a las tropas del káiser en los territorios de la Horda Polar para atacar al Imperio de Su Majestad. Era algo arriesgado pero Ekaterina no tuvo más remedio que aceptar. No había tiempo que perder.

Ekaterina, junto con Baturyn, viajaron sin llamar la atención en un tren de pasajeros.
Tereshkova se había tomado la molestia en proporcionar disfraces tanto a la zarina, como al primer ministro y a un grupo de soldados de la Guardia del Oso. Aún a pesar de las incomodidades, Ekaterina estaba ansiosa por llegar hasta Dazen. Según la carta, les esperaría un oficial de los servicios secretos de la WK en una posada llamada “El Soldado Feliz”, con un pañuelo rojo atado al cuello y tomando una jarra de cerveza. La zarina solo tenía que enseñarle el sello de la Horda Polar y la carta enviada por el canciller para reconocerla.


Llegaron a Dazen la mañana del día de la reunión.
Dazen era un pueblo pintoresco, muy al estilo de los pueblos de las regiones orientales de la WK, con calles adoquinadas. Las casas eran de dos plantas con refuerzos de madera en las paredes al descubierto, con balcones llenos de flores y plantas al estilo de las de los últimos siglos de la Edad del Acero.
-Mi alergia- dijo la zarina- Creo que me va a dar algo con tanta plantucha.
-Tranquila, su excelencia- dijo Baturyn- Pronto nos marcharemos de aquí.
-Eso espero. No pienso quedarme en este sitio ni un día más.
La comitiva de soldados disfrazados seguía a los dos interlocutores a una distancia prudencial para no levantar sospechas.
Dos calles más abajo de la estación de tren encontraron la posada. Era pequeña, con un olor a manteca derretida en su interior que hizo que la nariz de la zarina se replegara al abrir la puerta principal.
-¡Puagh!- dijo conteniendo una arcada- Las caballerizas imperiales huelen mejor que este antro.
Otearon el lugar. Las mesas estaban llenas de gente comiendo, bebiendo y hablando. En una de ellas, había un hombre que no hacia mucho caso a la conversación que le daban sus compañeros de mesa. Estaba ensimismado viendo el contenido de su jarra de cerveza. Un pañuelo rojo le rodeaba el cuello.
-¡Ja! Ese es, Baturyn- dijo Ekaterina.
Se dirigieron a la mesa, acompañados a corta distancia por los soldados de incógnito. En el asiento que había enfrente del oficial, había un hombre en estado de embriaguez.
-¡Eh, tú, pordiosero! ¡Levántate!- ordenó Ekaterina.
-¡Je! ¡Hips!- respondió el hombre- Mirad a la pequeña... ¡Hip! ¿Quieres que me levante? ¡Hip!- acto seguido, el borracho regaló a Ekaterina un eructo en su cara.
La zarina le dio una patada, tirándolo de la silla. El hombre se arrastró por el suelo hasta la salida, muerto de miedo ante la reacción de la chica. Todo el mundo en la posada se rió de tal escena. El hombre ensimismado en su jarra levantó la cabeza y miró a Ekaterina.
-Su majestad Ekaterina de la Horda Polar, supongo- dijo.
-Sí. ¡Vaya! No he necesitado enseñaros la carta ni el sello.
-Vuestros modales os han delatado.
-¿Qué quiere decir con eso?- Ekaterina se puso otra vez a la defensiva.
-Nada, nada- contestó el oficial- Síganme. El káiser les espera en el castillo de Dazen.
Salieron siguiendo al oficial hasta la parte posterior de la posada. Allí, habían varios caballos aunque no suficientes para los soldados de la emperatriz.
-Siento no haber traído más pero no sabía que iban a ser tantos- se disculpó el oficial.
-No importa- contestó Ekaterina- ¡Soldados! Tenéis lo que resta del día libre. Nos encontraremos aquí al amanecer del día siguiente.

El viaje hasta el castillo fue algo pesado debido a lo irregular del terreno aunque, afortunadamente, había un sendero que conducía al lugar, llegando a este pasadas las séis de la tarde.
Ekaterina se quedó impresionada: el castillo de Dazen era una pequeña fortaleza mandada construir por el antiguo Príncipe Obispo de Dazen a mediados de la Edad de la Pólvora. Podía guarecer a un pequeño contingente aunque, en realidad, el uso de la fortaleza era más bien el de lugar de recreo y residencia que el de defender una zona.
El oficial hizo una señal y el puente levadizo cayó.
Entraron al patio de armas, en el cual habían varios miembros de la Adlerwacht vigilando la zona. Iban ataviados con su siniestro uniforme: largas gabardinas grises, máscaras de gas y el característico casco con un pincho en la cimera, armados con rifles de precisión.
Descabalgaron para dirigirse a la escalera de piedra donde les esperaban dos hombres al final de esta. Uno era bajo pero de fuerte constitución, anciano, con el pelo encrespado y con el mostacho peinado a la manera de los junkerlanders (con las dos puntas hacia arriba). En su ojo derecho llevaba un monóculo e iba vestido de traje. Ese era el canciller von Eisenstahl.
El otro era alto y joven. Su pelo rubio estaba cortado al cepillo, como todo buen militar. Sus rasgos eran fuertes e incluso atractivos, si no fuera por una espantosa cicatriz de duelo que recorría el lado izquierdo de su cara y que había dejado uno de sus ojos azules completamente blanco. Vestido con el uniforme de cuello alto de mariscal supremo de los ejércitos de la Witterungkönfederation y con su inseparable glockenschläger atado al cinto, el cual casi nunca se quitaba, el káiser Reinhardt descendió las escaleras para saludar a Ekaterina.
-Ekaterina, es un honor que pensases en mí para este pacto- dijo Reinhardt, estrechándole la mano a la zarina.
-Sabía que te gustaría, Reinhardt.
-Por favor, pasad al interior. El patio de armas no es sitio para hablar de asuntos de estado.
Todos juntos entraron al interior del castillo. Mientras se dirigían a la sala donde discutirían los puntos de la alianza, los dos primeros ministros llevaban una animosa charla acerca de las posesiones coloniales de la WK en el Continente Oscuro.
Mientras tanto, los dos jóvenes emperadores hablaban entre ellos.
-¿El uniforme de mariscal? Pensaba que íbamos a ser un poco más informales, Reinhardt- dijo Ekaterina- Es verdad que por las venas de los könfederationers, y en especial por las de los junkerlanders, corre hierro fundido en lugar de sangre.
-Soy el káiser. Mi responsabilidad es liderar los ejércitos de la gloriosa patria las 24 horas del día. Nunca sabes cuando el enemigo puede atacar- contestó el emperador.
-Algo parecido me pasa pero cambiando a los enemigos exteriores por traidores a la corona- dijo Ekaterina.
-¿Alguien no teme a Ekaterina Zoldanowich? Eso me gustaría verlo.
-Por más que los disciplino, no aprenden.
-Disciplina. Esa es la base de cualquier estado estable. Sabes que si tienes algún problema, puedes contar conmigo. ¿Qué tal si te envío un regimiento de Tottenritters para solucionarlo?
-No, gracias. Me las apaño sola.

Llegaron a la sala.
Era pequeña y acogedora, tal vez un comedor, iluminada por varios quinqués. Se sentaron en una mesa rectangular, cada uno de los emperadores en un extremo. A su lado, sus primeros ministros. Encima del mueble, varios papeles y material de escritura. Von Eisenstahl cogió uno de estos, ya escrito, se aclaró la garganta y se puso bien su monóculo.
-Bien- comenzó a leer- Reinhardt Karl von Hertzenberg, káiser de la Witterungkönfederation y rey de Junkerland, y Ekaterina Fyodorovna Zoldanowich, zarina de la Horda Polar; estando presentes Lothar Markus von Eisenstahl, canciller de la Witterungkönfederation, y Andrej Nikolai Baturyn, primer ministro de la Horda Polar, se disponen a pactar para llevar acabo una alianza contra las fuerzas del Imperio de su Majestad, gobernado por la reina Alexandra Mary Lionhead. ¿Correcto?
-¡Correcto!- dijeron al mismo tiempo los emperadores.
-Bien- prosiguió el canciller- estando de acuerdo en atacar conjuntamente a un enemigo común, la Witterungkönfederation se compromete a prestar ayuda militar, tanto en armamento como en suministros y hombres, a la Horda Polar. A cambio, la Horda Polar deberá abrir sus fronteras en todos sus territorios, a lo ancho y largo de Verne, a lo ejércitos del káiser en caso de que este quisiera invadir un territorio del Imperio de Su Majestad. ¿Correcto?
-¡Correcto!- volvieron a decir los emperadores.
-Muy bien. Dado que todo está conforme, por favor, que los emperadores firmen el documento.
Reinhardt dejó que Ekaterina fuera la primera en firmar. A continuación, lo hizo el káiser. Para finalizar, los dos primeros ministros estamparon su rúbrica en el papel.
Los dos emperadores se estrecharon la mano.
-Estoy ansioso de ver la cara de mi prima cuando nos vea juntos en el campo de batalla- dijo Reinhardt.
-Yo también- dijo Ekaterina- ¿Qué tal una copa de algo fuerte para celebrarlo?

jueves, 28 de febrero de 2013

Un mensaje de la Secretaría de Justicia de la República de Longhorn.

EL SERVICIO DE INFORMACIÓN Y PROPAGANDA
de la
SECRETARÍA DE JUSTICIA DE LA REPÚBLICA DE LONGHORN
presenta
un mensaje patrocinado por
INDUSTRIAS ARMAMENTÍSTICAS COBBLET Y SMITHSON
“¿Qué tiene más poder que un dios? Un hombre empuñando una Cobblet y Smithson.”

“PACIFICADORES: EL BRAZO ARMADO DE LA LEY”

Longhorn, nuestro hogar.
El país más joven y floreciente del Nuevo Continente y, dicho sea de paso, de todo Verne.
Nuestra gran nación está formada por grandes gentes alimentadas por un gran espíritu emprendedor. Mire donde se mire, siempre hay un nuevo negocio, una nueva fábrica e, incluso, una nueva población.
Pero incluso en el paraíso hay gente que quiere aprovecharse de los demás para su beneficio: cuatreros, forajidos, ladrones, traidores, insurgentes y agentes extranjeros y de sociedades secretas. Llevados por la codicia y la envidia, esta clase de rufianes se dedica a hacerle la vida imposible a nuestros esforzados compatriotas que se ganan su jornal con el sudor de su frente. La ley actúa con determinación contra esta escoria en las ciudades pero, ¿qué ocurre en las nuevas poblaciones alejadas del bullicio de las grandes urbes? Allí, la justicia tarda más en llegar debido a las grandes distancias y a los innumerables peligros que se cruzan en su camino. Incluso aquellos que la sirven en estos lugares alejados de las manos de los dioses son ablandados por la comodidad o por el miedo.
Para poner fin a esta situación y que los colonos se sientan seguros, el Secretario de Justicia Marvin Allan ha fundado el Cuerpo de Pacificadores de la Oficina de Seguridad Pública.

Ya sea en tren, dirigible o a lomos de sus infatigables caballos estos hombres y mujeres han jurado dar su vida por el cumplimiento de la ley y llevar la justicia allí donde esta no puede llegar. No es una tarea nada fácil por lo que estos inquebrantables defensores de la ley han sido equipados con el mejor armamento posible gracias al acuerdo firmado por la Secretaría de Interior y Justicia con Industrias Armamentísticas Cobblet y Smithson.
Los señores Douglas Cobblet y Jeremiah Smithson han ofrecido su apoyo a la noble causa de los pacificadores y, por eso, proporcionan la totalidad del armamento que necesitan para llevar acabo su empresa: un revólver C&S, modelo “Marshall”; un rifle de palanca C&S, modelo “Hammerer” para las distancias cortas y un rifle de precisión C&S, modelo “Mortymer”, con mirilla incorporada, para acabar con los delincuentes más osados desde una gran distancia. Además, los pacificadores cuentan con la última edición del Código Penal en formato de bolsillo para ayudarles a la hora de aplicar la ley pero, por encima de todo, se les hace entrega del emblema de esta organización: la estrella de cinco puntas, símbolo de su autoridad y que lucen con orgullo a la altura de su corazón.
Cabe destacar que algunos pacificadores han aprendido a controlar el poder de la magia para casos de extrema necesidad. Aunque aparezcan en raras ocasiones, los pacificadores se tienen que enfrentar a forajidos que usan las antiguas artes arcanas para hacer el mal, además de resultar práctica a la hora de enfrentarse a criaturas sobrenaturales como los terroríficos wendigos.

Ley. Justicia. Paz.
Las tres nobles palabras que los pacificadores han jurado proteger.
Por eso, les deseamos toda la suerte del mundo en su tarea y que los dioses les protejan de cualquier mal.

Este ha sido un mensaje del Servicio de Información y Propaganda de la Secretaría de Justicia del gobierno de la República de Longhorn, patrocinado por Industrias Armamentísticas Cobblet y Smithson.

¡LIBERTAD Y JUSTICIA PARA TODOS!



domingo, 10 de febrero de 2013

Algunas cosas que deberías saber sobre Verne.

¡Hola, gentes del lugar!
Me encantan las tardes del domingo solo por una cosa: son el mejor momento para escribir un post.
Así que me dispongo a escribir algo que quería poner por escrito hace tiempo.
Como muchos de vosotros sabéis, Verne es el nombre del mundo de ciencia ficción steampunk en el que se desarrollan las aventuras de la zarina Ekaterina y de sus... eh... ¿amigos?
Ya conocéis algunas cosas de este mundo, como la tirria que hay entre la Horda Polar y el Imperio de Su Majestad. Sin embargo, me gustaría abrir una ventana más amplia a este mundo para que sepáis un poco más de como es.

Verne tiene millones de años, al igual que nuestro mundo.
El eje cronológico está dividido en varias eras para facilitar el trabajo de los historiadores vernianos y de un servidor a la hora de contar hechos ocurridos en el pasado. La época en la que transcurren los relatos de Ekaterina es la Era del Vapor (o Era Alexandrina, como les gusta llamarla a los imperiales) y comenzó con el I Imperio de Losange, cuando los Abeille llevaron a la práctica su lema "la razón al poder" implementando el nuevo motor de vapor a la maquinaria de guerra. Otras eras son la Era de la Piedra, la del Mármol, la del Acero y la de la Pólvora, por no mencionar las eras anteriores a la humanidad.

Como sabéis, en Verne hay diferentes naciones.
Ocho son los grandes imperios que se disputan el control de este mundo: el Imperio de Su Majestad, la Horda Polar, la Witterungkönfederation, el Imperio Östmagyar, el II Imperio de Losange, el Sultanato Creciente, la República de Longhorn y la Teurgia Oriental. No hace falta devanarse los sesos para saber cuales son sus equivalentes en nuestro mundo.
Tras estas grandes potencias existen una serie de naciones menores que intentan ganarse el apoyo de alguno de los grandes imperios o forjar el suyo propio, como Tauria, Hergénia, Skaldmark o Makembe.
Tras estas naciones están las colonias y las naciones incivilizadas, como el Reino de Nakopo, Vishnia o las islas Rokahoe.

Aunque sea un mundo de fantasía, todos los habitantes de Verne son humanos.
Nada de elfos, enanos u orcos. Sí que existen algunas criaturas fantásticas como trolls, vampiros o fantasmas pero son solo seres salvajes o raros. Lo que sí existe en gran cantidad es la magia. En Verne, la magia es algo normal. Bueno, era. El avance imparable de la tecnología está relegando a la magia a un segundo plano, llegando incluso a poner en peligro su existencia. Sin embargo, todavía hay gente que la practica. Muchos de estos magos han decidido unirse para defender esta disciplina con la Unión Mundial de Magos, algo así como la Internacional Socialista pero con hechiceros. La UMM intenta demostrar a los vernianos que la magia puede seguir siendo útil a través de charlas, reuniones y manifestaciones por las calles.
Hay dos casos llamativos en Verne repecto a la magia.
El primero es el de la Teurgia Oriental. El proceso industrializador llevado acabo por la emperatriz Ren ha traido la modernidad a este imperio pero tanto avance no está tan bien visto por sus conservadores habitantes. Para que las costumbres no se perdieran, Ren ha creado algo completamente nuevo: la tecnomagia, mezcla de ciencia con poderes arcanos.
El segundo es Sitán. Esta pobre región del Continente Oscuro está gobernada por el Archimago, un desquiciado mago que cree que la ciencia debe de ser purgada de Verne. El Imperio de Su Majestad ha tenido más de una vez que vérselas con los fanáticos seguidores de este misterioso ser.

En cuanto a la religión, el Viejo Panteón está formado por diez dioses:

El Mariscal: Dios de la Guerra
El Ejecutor: Dios de la Muerte
El Halcón: Dios del Cielo
El Erudito: Dios de la Sabiduría
La Herrera: Diosa de la Tierra
El Capitán: Dios del Mar
La Guardabosques: Diosa de la Naturaleza
La Paladín: Diosa de la Justicia
La Dama: Diosa del Amor
Ella: Diosa del Inframundo

La última de todos, Ella, no recibe ningún tipo de culto oficial debido a su carácter demoniaco. Sí que existe una sociedad secreta que se dedica a hacerle ofrendas de sangre. Según una antigua profecía encontrada en las Sagradas Escrituras, llegará un día en que Ella vuelva a la superficie, destruyendo todo a su paso. Es por eso que algunas personas intentan ganarse su favor para estar protegidos cuando llegue ese día. Por supuesto, la pertenencia a este culto esta penada con la muerte.
Existen otras religiones en Verne. Una de ellas es la fe en El Exiliado, que es la religión oficial del Sultanato Creciente y de algunas regiones orientales. Está catalogada como "herética" por los sacerdotes del Viejo Panteón. También está el Culto a los Espíritus, la fe de la Teurgia Oriental, la cual cree que todos los seres, animados o inanimados, poseen un espíritu en su interior. Esta fe es muy parecida a la que profesan los habitantes de las Cuarenta Naciones. Otras naciones civilizadas tienen pequeños cultos propios que no son tan importantes como estos.

Y por último, en Verne, a diferencia de otros universos steampunk, no hay desigualdad entre sexos. Hombres y mujeres pueden realizar las mismas actividades sin ningún problema. Ya sé que es algo bastante optimista pero creo que le da un toque diferente y bastante interesante.

Bueno, espero que os haya gustado todo este discursito.
Si queréis saber más sobre Verne, no tenéis más que preguntarme.
¡Nos vemos!


sábado, 26 de enero de 2013

¡Revolución!: un relato escrito por Vilem Landerer.

¡Saludos a todos!
Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.

Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!

La plaza del Palacio Helado hervía de excitación. De violenta excitación. Una docena de guardias del Oso, con sus grandes barbas y bigotazos y sus ushanka de pelo de oso, se apelotonaban alrededor de aquella figura delgada y pequeña que blandía el sable de su padre e increpaba brutalmente al gentío que los rodeaba. Más de un centenar de personas rodeaban a los 13 que se defendían contra la puerta, encima de los cadáveres de enemigos y compañeros, muertos en los minutos previos. La Guardia del Oso había tenido que improvisar una defensa alrededor de Ekaterina, pues no sólo el palacio, sino la capital entera se había rebelado y después de horas de limpieza dentro del mismo, los revolucionarios del Igualitarismo habían conseguido penetrar las puertas del patio. La Emperatriz, en lugar de huir, había empuñado su sable y llevaba toda la mañana al frente de aquella lucha desesperada contra un enemigo que los superaban y mucho, en número. La habían herido de un mosquetazo y se mantenía erguida pese a ello, con un trozo de manga de la casaca de uno de sus guardias, que se la había arrancado nada más verla herida. A su alrededor luchaban con denuedo, aunque ya daban muestras de fatiga y sus enemigos más cercanos tenían una evidente faz de terror. Algunos ya no se acercaban y los fusiles comenzaron a aparecer entre las primeras líneas.
¡Perros! –gritó de pronto feroz, Ekaterina–. ¡De esta no os librareis tan fácilmente! ¡Vuestras cabezas adornarán mi palacio durante generaciones!
Se prepararon para disparar, sin acercarse demasiado a la masa humana erizada de sables y medias picas, que ya había agotado municiones y se preparaba para recibir la descarga.
¡Mi guardia! –siguió la emperatriz, con la certeza de que aquellos eran sus últimos momentos y no iba a dejar de presentar batalla–. ¡Cubríos con los muertos! ¡Usadlos de parapeto!
La Guardia se giró. Parte de su consigna extraoficial es que no se cubrían, ni retrocedían. Pero allá estaba ella, menuda y herida, el sable de su padre muerto en la mano, gritando órdenes e insultos por igual, sin descomponerse. Alguno recordó la muerte del progenitor y alguno sintió ternura hacia la cruel Ekaterina, así que con ánimos renovados, se agacharon, se echaron los muertos por encima y recibieron las primeras descargas con resignación. A los sublevados les debían faltar municiones también, pues entre una y otra pasaban varios minutos, mientras buscaban pólvora para recargar los fusiles.
¡Traed más balas! –gritó uno de los rebeldes, hacia su retaguardia–. ¡Más cartuchos, más pólvora!
Ekaterina no se pudo contener. Una cosa era el enorme enfado del hecho de que se hubieran levantado contra ella. Pero así, de esa manera, con tan poca previsión, le nublaba el juicio.
¿¡¡Más balas!!? –gritó y se la pudo escuchar en toda la capital–. ¿¡¡Acaso creéis que esto es la caza del cerdo negro de Zaranamov!!? ¡¡Estáis asaltando el Palacio Helado esperando que lo entregaría!! ¿¡¡Por quién demonios me tomáis!!?
Se quedaron paralizados por el estupor. Aquello no estaba saliendo cómo habían planeado. La mayoría pensaba que la fuerza de la unidad y la fraternidad derrotaría a los imperialistas. No se habían esperado que la Guardia del Oso fuera una piedra tan dura. Y la propia emperatriz no se quedaba atrás. Pensaban que acabaría de forma similar a la rebelión que acabó con su padre, pero que ahora no habría una cabeza visible de gobierno. Creían muchas cosas.
El silencio se había hecho en la plaza. Nadie se atrevía a toser y sólo se escuchaba la respiración furiosa y agitada de Ekaterina, que fue creciendo en magnitud, hasta que todos creyeron que se transformaría de un momento en otro en el dragón que temían que fuera y los devoraría.
¡Vamos hermanos, terminemos con ella –dijo desde atrás, tratando de dar algo de valor–, antes de que se organicen de nuevo!
Se envalentonaron de nuevo, sólo eran doce hombres y una muchacha. Eran veinte veces ellos, no había nada que temer. Y con esa premisa, se lanzaron de nuevo.
¡Cerrad fila, mi Guardia! –gritó de nuevo, al ver que se les echaban encima otra vez–. ¡No olvidaré esto! ¡Ekaterina no olvida!
Los veteranos guardias se apretaron de nuevo y combatieron recio. El rumor de la respiración de la emperatriz seguía creciendo. Hasta el punto de que se dieron cuenta de que no era respiración, sino un motor. Algo motorizado se acercaba por la avenida, de la que comenzaban a llegar relinchos y voces airadas. Un cañón de asalto avanzaba por el centro de la vía, flanqueado por dos carros de combate, a cuyos costados se abría una enorme cantidad de kozaks, que ya llevaban sus sables desenvainados que centelleaban al sol del atardecer. Se abrían paso entre la muchedumbre que rodeaba y llenaba la plaza del palacio, sin frenar ante nadie, dispersando a la población.
¡Preparados para abrir fuego! –gritó el comandante dentro de la bestia de acero, mientras el artillero afinaba puntería, con el cañón cargado con carga doble de metralla–. ¡A mi orden! ¡Fuego!
El corazón del monstruo vibró brutalmente por la descarga. El enorme cañón retrocedió un metro y frenó con terrible estrépito, hasta el punto de que el vehículo ralentizó su marcha.
Medio centenar de personas cayeron al suelo, muertas o heridas por las pelotas de plomo en el aire. Ekaterina sintió que la deflagración la golpeaba y un calor de satisfacción le recorrió el torso. Cuando los tanques abrieron fuego a su vez y los kozaks alzaron sus sables y picaron espuelas, los rebeldes flaquearon visiblemente. La emperatriz vio la duda en sus ojos y supo que era el momento.
¡Vamos mi Guardia! ¡A por ellos! –se levantó ella, alzando el sable ensangrentado, conteniendo la mueca de dolor–. ¡Hay que apretar! ¡Seguidme!
Los del Oso se levantaron. Muchos de ellos le triplicaban la edad. Y ninguno se iba a quedar atrás. Se prepararon, mientras Ekaterina ayudaba al más anciano de todos a levantarse, pues era de los más heridos y había cubierto a la emperatriz durante toda la batalla. Ella lo agarró del costado y lo mantuvo en pie.
¡A ellos! ¡A ellos! –repitió, tomando aire–. ¡¡A ellos!!
Se lanzó hacia adelante, con el anciano a su izquierda parando y dando tajos y se vió a ella misma, en medio de la multitud, cortando cómo si fuera lo único que pudiera hacer.
Los rebeldes entraron en pánico tras semejante muestra de ferocidad. Los guardias mataban a cualquiera que se acercara y no dejaban de moverse hacia adelante, cubriendo a sus compañeros, con Ekaterina en el centro, cargando con la ayuda de otro más al más veterano de ellos. Las cabezas se abrían cómo melones, horrendas brechas se aparecían en torsos y los miembros quedaban inútiles. La masa se movió hacia la puerta, por la que entraba el enorme cañón de asalto, que no frenó, sino que aplastó a los que cogió por medio, convirtiéndolos en pulpa sanguinolenta. Casi inmediatamente el gentío se echó al suelo, soltando armas y bagajes, pues tras el animal de acero cargaban los kozaks, sables en alto.
¡No! –gritó Ekaterina, voceando ronca, pero enérgica–. ¡Los quiero vivos!

El mundo se enteró un día después de lo ocurrido en el Horda Polar. Una revolución a gran escala, violenta y de carácter igualitarista había intentado deponer a la actual emperatriz. Sin éxito. Imágenes de ahorcamientos se podían ver en todas las salas de filmes una semana más, así cómo escenas grabadas por la propia propaganda imperial, mostrando escenas de Ekaterina firmando papeles, herida pero con fuerza, así cómo colgando medallas en el pecho a 11 guardias del Oso y depositando una doceava en un ataúd adornado con la bandera nacional. El propio mensaje de Ekaterina, fue emitido por radio casi dos semanas después, cuando concluyeron las investigaciones de sus servicios de espionaje, que habían salido malparados tras la súbita revolución, pues a muchos los habían atrapado.
<<No puedo decir que no me haya sorprendido el intento de levantamiento. No me lo esperaba y desde luego, no imaginé que su germen vendría del extranjero. Un grupo de espías, que ya han sido ajusticiados en su totalidad, instigaron, organizaron y armaron; muy pobremente, a los golpistas. Creyeron que no necesitaban de más, pues me eliminarían con facilidad, pero no pensaron que soy hija de mi padre y con su mismo sable, el mismo que usó la última vez que corrió a sofocar un levantamiento. ¡Soy Ekaterina Fyodora Zolnerowich, hija de Alexis Fyodor Zolnerowich! ¡No soy una cualquiera y a mí, no se me vence por la espada! Pero es evidente que el Imperio de su Majestad en vista de que no puede derrotar a Horda Polar en la honrada guerra, trata de hacerlo mediante actos subversivos, azuzando a mi propio pueblo en mi contra. Los detenidos han sido condenados a trabajos forzados, pues no creo que su ejecución sea lo que merecen, ya que al fin y al cabo fueron otros los conspiradores y ellos tan sólo las marionetas. Espero que mi magnanimidad convenza a mi gente de que trabajar por nuestro bien común es mucho mejor que conspirar con agentes enemigos, que no dudarán en dejar abandonados a sus aliados aquí, con tal de salvar el pellejo.>>
El discurso caló muy hondo en Horda Polar. Todos sabían de la feroz resistencia en el palacio y de que la propia Ekaterina había peleado mano a mano con sus guardias. Nadie se atrevería a levantarse de nuevo contra ella, al menos no en tiempo de paz. Nadie, pues a pesar de su relativa indulgencia con los vivos, los muertos seguían observando al pueblo desde las estacas donde habían clavado las cabezas de los insurrectos fallecidos. Nadie olvidaría aquello y a la Emperatriz se le daba muy bien que nadie olvidara.

jueves, 10 de enero de 2013

La emperatriz y el científico.

Bueno, aquí tenéis otro relato protagonizado por Ekaterina.
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).

La tensión en la Sala de Espías del Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar. Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave, algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas- Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos, aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días, Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que los científicos imperiales celebraban el buen resultado del experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar, imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.

Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?- preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova. Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general, parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia. A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga. Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo, su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh, Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario, contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral, su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la portada.
-”La creación de nuevas formas de vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se podría crear una nueva forma de vida que combine las características principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible- masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema. Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail: “¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos, reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail- necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo- Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.

Los días pasaban y las noticias que llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El 15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.

Y llegó cuatromiembre y con él, la tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que perder!

El Hospital del Ejército fue construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia- dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”, Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que había entrado para llevar material quirúrgico al doctor Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios, gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal. La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia, Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino, frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!- ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky! ¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia- Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado? ¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo- contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo. ¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico, el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza, inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo el científico, completamente sorprendido por la reacción de la emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail, completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!

Espero que os haya gustado. 
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.