jueves, 13 de junio de 2013

La venganza del Káiser.

¡Buf! Si que llevo tiempo sin actualizar.
Perdonadme por ello. Estoy en la fase crítica del TFM: corrección y entrega. Ya sabéis lo que eso significa.
Voy a actualizar con un nuevo relato ambientado en Verne. Es bastante corto. Espero que os guste.

 Festung Adlerstein era el castillo donde residía el rey de Junkerland. Cuando el Káiser Reinhardt reunificó los estados del antiguo Santo Imperio Barbárico Laureado, se convirtió también en la residencia del emperador de la Witterungkönfederation. El castillo era una colosal estructura construida en la falda del monte Köning, a unos pocos kilómetros de la capital confederada, Kaiserstadt. Entre las 542 habitaciones que poseía, una de las más conocidas era la Estancia de Duelos. En ella, los reyes de Junkerland ejercitaban su capacidad innata para la esgrima, algo que siempre ha llamado la atención de otros gobernantes de Verne. Como descendiente directo de esta casta de nobles guerreros, Reinhardt practicaba todos los días. Todavía recordaba cuando perdió su ojo izquierdo en un duelo llevado acabo por el honor de Hildegard, la hija del Duque de Donau y prometida de Reinhardt, que había sido insultada por un embajador del Sultanato Creciente. Aquel día, la habilidad para el manejo de la espada del gobernante de Junkerland quedó en entredicho. Sin embargo, todo acabó bien: el sultán mandó ejecutar al embajador por su comportamiento y pidió disculpas al Káiser.

La Estancia de Duelos era una amplia habitación rectangular cuyas paredes estaban forradas con mostradores donde estaban colgadas toda clase de espadas, desde un gladius usado por algún legionario del Imperio Laureado hasta una zweinhander de dos metros de largo de finales de la Edad del Acero. Uno de los más curiosos artilugios presentes en la sala era un autómata de instrucción de fabricación losangita. El hombre mecánico tenía una llave que permitía cambiar su habilidad con la esgrima, desde “Aprendiz” hasta “Maestro de espadas”. Por supuesto, Reinhardt siempre seleccionaba la última opción. La máquina contaba además con unas dianas de goma que representaban puntos vulnerables de la anatomía humana. Si el atacante conseguía acertar en una, el autómata se desconectaba.

Aquella tarde, Reinhardt estaba más agresivo que de costumbre. Ante la impasible mirada de Friedrich, uno de los sirvientes de palacio, el káiser atacaba al ágil autómata con rabia, imaginando que la máquina no era otra que la zarina de la Horda Polar. La traición llevada acabo por la joven en la batalla del paso de Krambalash, usando a los valientes soldados de la confederación como cebo, le hacía hervir la sangre. Mientras que Reinhardt desviaba con el filo de su glockenschläger uno de los envites del autómata, entró en la estancia el canciller Von Eisenstahl.
-Espero no interrumpirle, majestad- dijo el viejo político.
-Tranquilo, ya acabo- Reinhardt aprovechó una bajada de la guardia del autómata para clavarle la punta de su espada en la diana del pecho. La máquina se paró en seco, dejando caer la espada que portaba al suelo con un gran estrépito- Odio que dejen caer de esa manera las armas. Podrían romperse. Espero que los losangitas solucionen ese problema.
Reinhardt se acercó a su sirviente, el cual le ofreció una toalla para secarse la sudor de la cara y manos. Se giró hacia el canciller mientras se secaba.
-¿Y bien?- preguntó.
-La votación en el Landerstag ha estado bastante reñida. A los reformadores les ha parecido mala su idea de declararle la guerra a la Horda Polar, alegando que nadie en la historia de la humanidad ha conseguido vencerla- contestó el canciller.
-El líder de ese partido es historiador. Los historiadores viven en el pasado- Reinhardt devolvió la toalla a su sirviente, el cual se despidió agachando la cabeza brevemente mientras salía de la habitación.
-Glöck es historiador, sí- respondió el canciller- De las mejores mentes que han nacido en nuestra tierra. Sin embargo, es esa genialidad lo que le convierte en un poderoso adversario para el Partido Junker. Al principio pensé que el Landerstag desestimaría su propuesta, majestad, pero hemos encontrado unos aliados inesperados en los igualitaristas.
Reinhardt se sorprendió al conocer la noticia.
-No me extraña- dijo el káiser- Ekaterina persigue a sus camaradas y los ejecuta sin ningún miramiento. Apoyar la declaración de guerra sería una buena forma de ayudarles.
-En efecto pero recuerde que los igualitaristas son un arma de doble filo: si se unieran a sus camaradas, podría estallar su revolución en nuestras tierras.
-Sí, es un gran riesgo- contestó Reinhardt- pero continúe, Esienstahl.
-Bien- el canciller se aclaró la garganta-. Tras el discurso de Glöck, el líder de los igualitaristas recitó una lista de todas las atrocidades que la zarina cometió contra sus camaradas, lo que encendió los ánimos de aquellos miembros de la cámara que quieren ir a la guerra. Tendría que haberlo visto. El presidente de la cámara estuvo a punto de desalojar el hemiciclo si se seguía alterando el orden de aquella manera- Reinhardt se rió imaginándose la escena- Por suerte, el Landerstag aprobó la declaración de guerra contra la Horda Polar.
Una sonrisa se dibujó en la cara de Reinhardt.
-¡Excelente! Será mejor comenzar los preparativos para la invasión enseguida.
La seriedad inundó el rostro del canciller.
-Sin embargo, recuerde el dicho, majestad: “Ejército que entra en la Horda Polar...”
-”Jamás volverá.”-interrumpió el emperador- Sí, lo sé. Sería un suicidio. Incluso transportando a las tropas en dirigibles el frío congelaría los rotores de las hélices. Creo que deberíamos esperar al verano.
-Buena decisión- asintió Eisenstahl- También le advierto que deberíamos empezar a llevar acabo negociaciones diplomáticas para buscar un aliado. ¿Qué tal Losange?
-¡Ja! No me haga reír canciller. Aunque su tecnología es digna de elogio, los losangitas son débiles en el combate sin ella. No.
-Pues solo nos queda un enemigo común de la zarina- Eisenstahl levantó una ceja.
-Sí, mi prima.
-¿Comenzamos los contactos con el Imperio?
-Muy a mi pesar, sí. Es la única nación fuerte que nos puede ayudar. Si tengo que soportar a Alexandra con tal de ver a Ekaterina suplicándome perdón, lo haré.
-Muy bien. Iniciaré los contactos con el Ministro de Asuntos Exteriores del Imperio. Si no tiene nada más pensado...
-No, Eisenstahl. Puede retirarse.
El canciller hizo una reverencia y salió de la habitación, cerrando las puertas.

Durante la cena, Reinhardt miraba al cielo rojo del atardecer que se divisaba por los ventanales del castillo. Se quedó ensimismado viendo como un águila volaba en dirección al horizonte, hacia la Horda Polar.
Al otro lado de la mesa Hildegard, la esposa de Reinhardt, miraba al káiser. La muchacha era el vivo ejemplo de lo que muchos llaman “belleza confederada”: rubia, con una melena recogida en una recatada trenza que le llegaba hasta la cintura, ojos claros y tez clara.
-Cariño, ¿estás bien?- preguntó con cierta preocupación.
-¿Eh?- Reinhardt salió un momento de su trance- Sí, mi amor, no te preocupes- el emperador esbozó una cálida sonrisa a su amada que convertía la cicatriz que recorría su rostro en un arco. Hildegard le correspondió con otra sonrisa aunque ella sabía que su esposo estaba así por la guerra que se avecinaba. Tras probar un ligero bocado, Reinhardt volvió a mirar por la ventana para descubrir que el águila se había convertido en un lejano punto en el cielo.
-Amiga- pensó- Pronto no volarás sola.

miércoles, 22 de mayo de 2013

El diario de Mikhail Shorobiensky.

¡Hola, gentes!
Después de terminar una de las partes más pesadas del TFM (el maldito Estado de la Investigación), me apetecía relajarme escribiendo un rato.
Así que aquí os dejo con el resultado. Volvemos a los dominios de la Horda Polar con nuestro científico loco favorito.
Antes de empezar, una advertencia: soy un hombre de letras, no de ciencias. Todo lo que vais a leer es más fantástico que verídico, así que perdonarme si cometo algún error gordo.

Extractos del diario sonoro del Dr. Mikhail Shorobiensky, responsable de la División de Investigación y Desarrollo de Armamento Especial del Ejército Polar.
Asunto: Proyecto Shurale
ADVERTENCIA: DOCUMENTO CONFIDENCIAL.
SI ESTE DOCUMENTO SALE DE LOS ARCHIVOS DEL EJÉRCITO POLAR, EL RESPONSABLE SERÁ CONDENADO A LA PENA CAPITAL ACUSADO DE TRAICIÓN Y TRÁFICO DE SECRETOS DE ESTADO.

Día 1
Probando... Probando... ¿Se.. se oye? Sí... Creo que sí.
Bi... Bien. Soy Mikhail Shorobiensky, doctor en biología por la Universidad de Polyarnyygrad. He sido por su Excelencia, la zarina Ekaterina, para desarrollar un nuevo arma para el Ejército Polar. Para ello, se me ha concedido el uso de un laboratorio del Hospital de Veteranos de Guerra. La habitación es algo lúgubre pero tiene todo el instrumental necesario para mi investigación, además de ser los suficientemente alta para que quepa la cámara de cría de mi invención sin ningún problema. Le he pedido a su Excelencia la recogida de muestras necesarias para llevar acabo mi experimento. Espero que todo salga bien. Todo el mundo sabe que ocurre cuando se le falla a la zarina.

Día 4
Acaban de llegar las muestras que pedí: pelo de oso, restos de piel humana y escamas de troll de ciénaga. ¡Maldición! Me las han traído en una simple caja de madera, sin ningún tipo de precinto. Espero que no se hayan contaminado pero me da miedo decírselo a su Excelencia. Puede que no se lo tome muy bien.

Día 6
Acaban de llegar los recipientes de cristal con líquido amniótico. A una de las enfermeras que me ayuda se le resbaló uno de ellos, derramando el preciado líquido de la vida. Estuve a punto abofetearla pero conseguí calmarme.

Día 7
Mezclé las muestras de pelo, piel y escamas en una probeta y la herví a 100º C. con agua, obteniendo una solución salina que vertí en una bolsita hecha con la piel humana de algunas muestras. Conecté la bolsita al tubo de alimentación de la cámara y la llené con el líquido amniótico. Sellé el compartimento.

Día 20
El experimento parece ir bien. La bolsita con la mezcla se está convirtiendo en un feto de mamífero. Todavía no sé que forma tendrá la criatura resultante, es demasiado pronto. La estoy alimentando a través del tubo de alimentación con una papilla hecha de carne y legumbres que pedí a los cocineros del hospital que realizaran.

Día 34
Es sorprendente lo rápido que se está desarrollando. Tal como predije en mi tesis, la cámara de cría es el lugar idóneo para desarrollar un ente biológico el doble de rápido que en un útero de cualquier animal. Ya tiene presente los brazos y las piernas. Parece que las manos y los pies van a ser bastante grandes. El rostro es alargado y algo grotesco, la verdad, pero creo que va ser una criatura formidable.


Día 40
La criatura ya presenta bastante rasgos distintivos. Le está creciendo pelo por toda la dermis. Está empezando a desarrollar los dientes, bastante afilados por lo que parece. Las manos y pies se han convertido en garras a las que le están creciendo unas impresionantes uñas. Todo parece ir bien por ahora. Avisaré a su Excelencia de mis progresos esta tarde.

Día 52
Esta mañana ha llegado la coronel Tereshkova con un grupo de soldados al hospital. Dice que a partir de ahora, habrá un grupo de estos hombres vigilando las 24 horas del día el laboratorio y los alrededores del hospital. Le pedí por favor que no entraran durante el experimento, que solo se quedaran en la puerta. Accedió a ello. Esa mujer me da escalofríos. No presenta ningún tipo de emoción a la hora de hablar ni de relacionarse con la gente y ni siquiera genera sonidos al andar. Hay algo en ella que no me gusta.
Sobre la criatura, todo marcha según lo previsto. Cada vez está más desarrollada. Dentro de dos meses estará completa si sigue este ritmo.

Día 60
Acaba de visitarme el Dr. Dmitry Khorsov, director del hospital. Dice que está preocupado con mi experimento. Al ver a la criatura dice que le embarga un sentimiento de terror y cree que la Guardabosques no permitiría que jugase así con su creación. ¡¿QUÉ?! ¿Cómo es posible que un hombre de ciencia esté tan aferrado a esas supersticiones? ¿Cómo podrá avanzar la humanidad si siente miedo por algo irracional? ¿Ahora resulta que los dioses nos temen? Tal vez sea el inicio de una nueva era: la Era del Hombre, en el que la ciencia nos pondrá a la altura de los dioses hasta hacerles caer de sus pedestales. Si esta criatura inspira terror en el corazón de los hombres, entonces mi experimento habrá tenido éxito y habré creado un arma perfecta.

Día 75
La criatura está casi desarrollada por completo. La contemplo. Es una maravilla, un ejemplo de lo que el hombre puede llegar a hacer con la naturaleza. En su semblante terrorífico reside su belleza. Un sentimiento de poder llena mi pecho. Tal vez sea lo mismo que sienten los dioses cuando crean algo nuevo. ¿Seré un nuevo dios? ¿Será la ciencia una nueva religión que desbancará al Antiguo Panteón?

Día 82
Estoy aplicando unas ligeras descargas eléctricas a la criatura usando como conductor el líquido amniótico. ¡Asombroso! Sus músculos se contraen y se relajan con una agilidad pasmosa. Todavía le falta un poco para estar completa pero este hallazgo me hace pensar en que será un ser al que nadie podrá enfrentarse en combate.

Día 100
Hace cien día del inicio del experimento y todo ha salido como lo he planeado.
Es un día especial. En honor a ello, voy a bautizar a mi criatura. Recuerdo una historia que me contaba mi padre cuando era pequeño. Era sobre una criatura, ya extinta, cuyo semblante hacia que el más aguerrido de los héroes se convirtiera en un cobarde. Nadie podía hacer frente a ese ser. Tan solo los más valientes de entre los kozaks las cazaban. A estas creaciones de la naturaleza se las llamaba shurales. Pues bien: yo te bautizo, mi creación, como shurale.

Día 117
La criatura está completa. Abrí la cámara para verla más de cerca. Mi sorpresa fue cuando una de las garras salió del líquido amniótico a toda velocidad. Por suerte, pude esquivarla a tiempo pero me llevé un buen rasguño. Pedí al personal del hospital que trajeran material quirúrgico para curar mi herida. Cuando la enfermera entró, tiró la bandeja al suelo, dio un gritó y salió histérica de la habitación. La visión de la criatura fue tan terrorífica para ella que no pudo soportarla. Eso significa que mi experimento ha tenido éxito. Más tarde, le pedí a los soldados que vigilaban el lugar que trajeran una jaula para encerrar al shurale el día de su presentación ante su Excelencia.

Día 124
Ha llegado el día tan ansiado por mí.
He sacado a la criatura de la cámara cuando estaba dormida. Pesa bastante pero mi complexión y los sistemas de poleas del laboratorio me han ayudado. Cuando creía que todo iba bien, el shurale se despertó y me dio otro zarpazo. Esta vez la herida es profunda pero he conseguido curarla. El suelo está lleno de una mezcla rosácea de líquido amniótico y sangre. Metí al shurale como pude en la jaula. Creo que será mejor que avise a la zarina para su presentación pero necesito descansar y... ¿Qué son esas voces en el pasillo? ¿Podría ser? Sí, creo que tengo visita.

Todo esto responde a la pregunta "¿cómo creó Shorobiensky a los shurales?". Pues ahí lo tenéis. Si veis algún error en cuanto a ambientación o faltas ortográficas, avisadme.

jueves, 2 de mayo de 2013

En las calles de Balbuta.

Es la hora de la batalla final.

La Horda Polar avanzaba por Vishnia aplastando cualquier núcleo de resistencia imperial.
Aquellos súbditos de Su Majestad que se rendían eran internados en campos de prisioneros por orden expresa de la zarina. Había que enseñarle a esos indeseables que ocurría cuando alguien osaba enfrentarse a Ekaterina. Mientras tanto, el Dr. Shorobiensky se encargaba de reabastecer al ejército polar de shurales en el laboratorio que se había instalado en el dirigible en que viajaban. Todo iba según lo planeado.

Y en el horizonte apareció Balbuta.
La ciudad de las maravillas, capital de Vishnia, cuyo rajá rendía pleitesía a Alexandra, estaba delante. Sus pagodas de oro resplandecían por efecto de la luz del sol. El final de la guerra estaba cerca y Ekaterina saboreaba la victoria. Esta vez, la emperatriz decidió apearse del dirigible e ir al campo de batalla en persona. De las caballerizas del transporte sacaron a Vsévolod, el caballo diestro blanco de Ekaterina. Con gran agilidad, Ekaterina montó en la bestia. Tachenko hizo lo mismo con su caballo y, dando una enérgica orden, el ejército de la Horda se dirigió a las calles de Balbuta.

Desde una colina cercana al lugar, nuestros dos protagonistas y sus escoltas divisaban el campo de batalla sin dificultad. Ekaterina estaba eufórica.
-¡Ja, ja! ¡Pronto Vishnia será mía!
-No te confíes, pequeñaja. Todavía pueden esconder un as debajo de la manga- contestó Tachenko, con una tranquilidad sorprendente para el decisivo momento que se estaba llevando acabo.
-¿Cómo? Tenemos a los shurales. Si algo va mal, solo tenemos que soltarlos.
Al igual que en Krambalash, y en el avance al interior del subcontinente, Shorobiensky estaba oculto con su ejército de criaturas. No obstante, esta vez se encontraba en el interior de un almacén de la ciudad, conectado por radio con el Alto Mando.

La batalla comenzó con unas cuantas salvas de artillería para “allanar” el terreno. Algunos edificios estaban siendo usados por las tropas imperiales como blocaos, así que había que echarlos de allí y si la estructura se colapsaba con ellos dentro, mejor que mejor.
Luchar en las calles fue otro cantar. Las formaciones de campo abierto no servían de mucho y se corría el peligro de ser abatido por un tirador. Los tanques eran presa fácil para las trampas explosivas que dañaban sus orugas, inmovilizándolos y dejando a su tripulación a merced de los lanzallamas y granadas. En cada esquina, en cada puerta, un soldado polar forcejeaba con un imperial para clavarle la bayoneta hasta el fondo. Sin embargo, si en algo destaca el ejército de la Horda Polar es en luchar en esta clase de escenarios. Usando los tanques caídos como parapetos, los soldados polares podían disparar sin riesgo de ser alcanzados por los imperiales. En cuanto una bolsa de resistencia imperial caía o daba síntomas de cansancio, los polares asaltaban su posición para rematar a todo imperial que quedase vivo. El objetivo principal era llegar hasta la mansión del gobernador, donde se encontraban atrincherados este y el rajá.

Las tropas polares estaban cada vez más cerca de su objetivo. Los soldados imperiales no tenían otra que replegarse hasta el hogar del gobernador, donde se habían levantado grandes muros de hormigón para protegerlo, convirtiendo la mansión en una auténtica fortaleza. Ante esta situación, Ekaterina espoleó a su caballo y salió al trote.
-¿Se puede saber a dónde vas, pequeñaja?- gritó medio enfadado Tachenko.
-¡A liderar a mis hombres! ¡No quiero perderme esto!- respondió eufórica la zarina.
Tachenko gruñó algo en voz baja y siguió a Ekaterina, seguido por su escolta.
Llegaron a un lugar seguro alrededor de la mansión. Los soldados polares colocaban cargas explosivas en la paredes de hormigón para derruirlas pero muchos de ellos no llegaban a accionar el temporizador ya que el 4º Regimiento de Tiradores de Jamtaore les volaba la cabeza. Tan grande era la puntería de este pueblo de cazadores del este de Vishnia que el rey Charles II, padre de Alexandra, decidió crear un regimiento compuesto solo por gente de ese lugar.
Las tropas polares intentaban poner fin a los disparos de los de Jamtaore pero era imposible debido a que estaban bien resguardados en torres de vigilancia hechas de hormigón, construidas al mismo tiempo que el muro que protegía la casa del gobernador.
-¡Argh! ¿Es que nadie va a acabar con ellos?- dijo Ekaterina desmontando de su caballo para acercarse a uno de los parapetos, hecho con un carro volcado. Los soldados saludaron a su emperatriz.
-¡Dejad de hacerme la pelota y seguid luchando!- gritó Ekaterina. Los soldados obedecieron sin rechistar.
Tachenko bajó de su caballo y se dirigió hacia el lugar donde estaba Ekaterina.
-Tal vez podríamos rodearlos- dijo el mariscal.
-O tal vez podríamos soltar a los shurales- dijo la emperatriz que, sin perder tiempo, cogió su radio portátil y dio la orden a Shorobiensky de soltar a las bestias.
-Pe... pero, su... su excelencia- dijo el científico al otro lado del auricular- Po... podrían matarla y...
-¡Shorobiensky! ¡Es una orden de tu emperatriz! ¡Hazlo ahora! ¿O prefieres pasar una larga temporada en Yokutva?- dijo Ekaterina.
-No... No, su... su excelencia- respondió Shorobiensky.
-Bien, veo que me comprendes.
En el almacén, Shorobiensky colgó el auricular, abrió las puertas y dejó que sus creaciones salieran hacia la mansión del gobernador.

Cuando el restañar de las garras en el suelo de los shurales y sus horripilantes gritos se hacían cada vez más fuertes, los soldados polares corrieron a esconderse donde podían.
-Pequeñaja, será mejor que nos escondamos antes de que lleguen esas cosas- dijo Tachenko.
-¡Argh! Está bien- dijo Ekaterina.
Cogieron a sus caballos y se ocultaron en un edificio de paredes gruesas y dos plantas, al parecer un mercado, cercano al palacio. Desde una ventana del primer piso, Ekaterina observaba como los shurales escalaban las paredes de hormigón y se internaban en los jardines de la mansión.
-Sí, todo está saliendo como lo he planeado- dijo Ekaterina con una sonrisa diabólica.
Pero su sonrisa se borró cuando una luz dorada convirtió a los shurales en bolas de fuego. Las criaturas se retorcían de dolor en el suelo hasta que eran reducidas a cenizas.
-¡¿QUÉ?!- gritó la emperatriz, furiosa por lo sucedido.
-¡Un mago! ¡Allí!- Tachenko señaló a una figura que había en la azotea de la mansión. Vestía una simple túnica blanca, algo ajada, y su cabeza estaba envuelta con un turbante. El mago vishnio levantaba las manos y de ellas salían unas pequeñas bolas de fuego que convertían todo aquello que tocaban en cenizas en cuestión de segundos.
-¡Maldición! ¡Están usando magia! ¡Tan avanzada que es Alexandra para aliarse con Losange! ¡Hipócrita!- gritaba Ekaterina completamente ida de sí.
-Es imposible pequeñaja. Es prácticamente imposible vencerlos si sus defensas son así de impenetrables, y más si tienen un mago de su parte. Si le pasa eso a los shurales, imagínate a los soldados- dijo Tachenko.
-¿Sugieres que me retire, Tachenko? ¿Es eso? Tantas victorias acumuladas para rendirme en el último momento. ¡Jamás, Tachenko! ¡Jamás!- Ekaterina desenvainó su sable y salió por la puerta- ¡Vamos, soldados de la Horda Polar! ¡Demostradles a esos arrogantes que ocurre cuando se hace enfurecer a un oso!
Tachenko salió corriendo detrás de ella.
-¡NO!- gritó, tirando a Ekaterina al suelo con el impulso que llevaba. Un tirador de Jamtaore se había dado cuenta de que la zarina estaba allí y de que sería un blanco muy jugoso. Por suerte, Tachenko era más precavido que su emperatriz y salió detrás de ella en cuanto divisó el reflejo de la mirilla del rifle del tirador. La bala había impactado en la pared de atrás.
-¡Quítate de encima!- gritó la zarina.
-¡No! ¿Es que no ves que es un suicidio?- gritó Tachenko.
-¡Suéltame! ¡Suelt...!- Tachenko golpeó a Ekaterina con la culata de su pistola en la cabeza, dejándola inconsciente.
-Sé que por ello me ganaré una temporada en Yokutva pero prometí a tu padre que te protegería- dijo Tachenko mientras echaba en sus hombros el liviano cuerpo de la emperatriz.
El mariscal volvió al interior del edificio. Los soldados se quedaron pasmados al ver a Ekaterina sin vida.
-¿Está muerta, señor?- dijo uno de los soldados con cierta emoción contenida.
-No, solo inconsciente- Tachenko alzó la voz- ¡Recoged las cosas! ¡Nos retiramos!
Los soldados obedecieron al mariscal inmediatamente.
En cuestión de días, la Horda Polar fue retirándose de Vishnia. Sin tomar la capital, la colonia era ingobernable. Aquí y allá surgieron grupos de rebeldes que expulsaban con éxito a las tropas polares. El Imperio envió más refuerzos hasta que el sueño de conquistar Vishnia se esfumó.
Ekaterina sabía que Tachenko había hecho lo correcto. No podía enviarlo a las horribles minas de sal de Yokutva pero tampoco hizo una declaración de perdón delante de él. Era demasiado orgullosa para ello aunque Tachenko no le dio más importancia al tema, conociendo como era la zarina.

Se firmó la paz más tarde, en el Palacio de los Leones, en Lionscourt.
Por suerte para la Horda Polar, Alexandra prefirió que esta fuera una paz blanca en lugar de una con condiciones: bastante tuvo con soportar la tensión del momento como para hacer enfadar otra vez a Ekaterina.
Esta vez, la zarina no pudo hacer realidad sus sueño pero, algún día, la Horda Polar dominará el mundo. Algún día...

Y hasta aquí, amigos míos, llegan las aventuras de Ekaterina en su intento por invadir la joya de la corona del Imperio de Su Majestad.
Hmmmm...
No estoy muy contento con el final. Creo que lo de "lo hizo un mago" es bastante precipitado. Mi objetivo era sacar un poco de la magia existente en Verne pero no me convence mucho el resultado.
¿Qué os parece a vosotros?

domingo, 28 de abril de 2013

La mano derecha del Khan.

¡Hola, holita, hola!
Tras aquel estúpido post sobre el cumpleaños de Roma, volvamos a la senda de la seriedad con vuestra dosis recomendada de historia para hoy.

A todos nos gustan los mongoles, eso hay que admitirlo, y a todos nos gusta la historia del gran Gengis Khan. Siempre que se habla de estos jinetes de la estepa o ese habla del colega Temujin, o de Kublai o de Tamerlán. Yo voy ha hablaros de otro mongol ilustre: Subotai Baadur, la mano derecha de Gengis.


Subotai nació allá por el año 1176, más o menos.
Perteneciente a la etnia tuvá, el padre de Subotai era un herrero bastante habilidoso. En el año 1190, nuestro protagonista decide unirse al ejército del gran Khan, escalando puestos hasta llegar a ser comandante con tan solo 25 años. Físicamente, se dice que Subotai era tan pesado que tuvieron que construirle un carro de guerra para poder ir al campo de batalla, ya que los caballos esteparios acababan con la columna partida por la mitad bajo el peso de este hombre.
La primera misión como comandante de Subotai fue durante los años 1205-1206. En ella, Subotai dio muerte a los hijos de un antiguo caudillo mongol enemigo de Gengis. Después, siguió batallando contra otros pueblos de la estepa hasta llevar a cabo la mayor operación de los mongoles hasta la fecha: la captura del sha de Corasmia. Sin embargo, una pulmonía acabó con el monarca en 1221, por lo que los mongoles decidieron emprenderla con su hijo. Debido a ello, Subotai fue enviado a explorar las regiones occidentales que llevaban hacia Rusia.
Tras ir arrasando todas las ciudades que se encontraban en su viaje por Azerbaiyán, y de pasar el invierno en Armenia, Subotai derrotó al primer rey occidental con el que se toparon: Jorge V de Georgia. Acto seguido, volvieron a Armenia para preparar una posible invasión a Bagdad pero se creyó mejor volver a Georgia para acabar con otro ejército, algo que fue un éxito. Entraron a Rusia por el sur, donde capturaron la mítica ciudad de Astracán, para atravesar el Don rumbo a Crimea, donde pasaron el invierno de 1222-1223. Al volver a casa, se encontraron con una gran fuerza enemiga a la altura del río Kalka, donde se cree que en 1185 se llevó acabo la batalla contra los cumanos que relata el "Cantar de las Huestes de Ígor". En 1223, los mongoles dominaban Azerbaiyán y Georgia y habían sometido a su poder a los cumanos. Era hora de invadir Rusia.
Sin embargo, el príncipe Mstislav Mstislavich de Galitzia se había enterado de la llegada de las tropas de Subotai, ya que el suegro del príncipe era uno de los khanes cumanos que habían sido sometidos por las tropas de Gengis. Junto a los príncipes de Kiev y de Chernígov, Mstislav reunió un ejército para avanzar contra tal temible enemigo. Los mongoles enviaron una delegación para hacer entrar en razón a los rusos para que desistieran de su plan pero estos hicieron caso omiso. Tras otro intento sin éxito, los rusos cruzaron el Dniéper y se encontraron con los mongoles tras nueve días de viaje en el río Kalka. ¿Recordáis que os dije que los mongoles volvían a casa en ese momento? Pues resulta que solo era una falsa retirada para pillar a los rusos con los pantalones bajados. Obviamente, los rusos fueron derrotados.
Mstislav no pudo hacer otra cosa que defenderse en un cerco hecho con los carros que transportaban los suministros. Y he aquí que entra en acción un cosaco llamado Ploskin. Este era aliado de los mongoles. Ploskin actuó de intermediario con el príncipe, prometiéndole que si se rendía lo dejaría ir. El príncipe hizo caso al hombre y se rindió. Sin embargo, Ploskin apresó a Mstislav y se lo entregó a los mongoles.
Tras esta gran victoria, Subotai volvió a Mongolia en un viaje que duró tres años.
Tras un merecido descanso, Subotai sirvió en una campaña para acabar con la etnia de los tangut. Luego, nuestro protagonista se enfrentaría al asedio que le daría la fama: Kaifeng, ciudad asediada por los mongoles en el año 1232 y en la que Subotai tuvo que lidiar hasta con unas bombas lanzadas con catapultas por los defensores. Esa sería la única campaña en China de Subotai.
Su última campaña le devolvió al este de Europa. Invadiendo Rusia y Ucrania, el ejército mongol llegó hasta Hungría. Mientras que divisiones del ejército mongol despachaban a los europeos en Liegnitz y en Transilvania, Subotai esperaba en Hungría. Tras estas victorias, el grueso del ejército llegó hasta el río Sajó donde Subotai planeó la gran victoria mongola que acabaría derrotando al ejército húngaro comandado por el rey Bela IV, usando la misma táctica de falsa retirada que acabó con el ejército del príncipe Mstislav.
Era el año 1241 cuando Subotai comenzó a idear planes para la invasión de Austria, el Sacro Imperio e Italia cuando llegó la noticia de la muerte del khan Ogedei. Ante tal acontecimiento, Subotai decidió retirarse a Mongolia para no saberse más de él. Lo único que se sabe es que murió en el año 1248.

Una gran historia para uno de los grandes generales del más grande de los emperadores.

jueves, 18 de abril de 2013

¡Tabernero!

Otro relato. Ya os explico más abajo.

Hay quien dice que mi trabajo no es peligroso.
Dicen que existen otras ocupaciones a lo ancho y largo de El Orbe más peligrosas que con la que yo me gano la vida. Dicen que ser soldado es más peligroso. Otros que la profesión más peligrosa está en la República Lupercal: nada más y nada menos que la de gladiador. Incluso algunos llegan a afirmar que ser nigromante es más peligroso aún, por aquello de jugar con las fuerzas del más allá y de no caerle bien a nadie, ni siquiera a los vampiros de Transcarpatia.
Eso es porque jamás han sido lo que yo soy: tabernero.

Sí, ríete si quieres pero no hay profesión tan peligrosa como la mía.
¿Alguna vez has tenido que tratar con algún cliente pesado (y borracho) que no quería irse de tu local cuando ibas a echar la llave a la puerta? ¿Dime si has tenido que dejar KO a un orco que quería marcharse sin pagar? ¿Has tenido que calmar los ánimos empuñando la espada de tu abuelo en una pelea entre elfos del bosque y lupercales? ¿O lidiar con clientes insatisfechos porque creen que una pinta de cerveza por tres táleros es un abuso cuando en la taberna de la calle de atrás la sirve una alta elfa enseñando canalillo por tan solo uno y medio? ¿No? Pues esa es parte de la responsabilidad del trabajo de tabernero.
Sé que no me puedo quejar pero si alguien os dice que servir lomos de cerdo en su jugo y jarras de cerveza del monasterio-fortaleza de la Sagrada Luz de Falkmar es lo único que hacemos, por favor, dale un puñetazo en la cara de mi parte.

¡Ah! No me he presentado.
Me llamo Karl Rautz. Sí, lo has adivinado: soy un alto elfo, siervo del emperador Heinrich, temeroso de Falkmar y todas esas cosas rimbombantes y protocolarias. Soy el dueño de la taberna “El Alto en el Camino”, en la ciudad de Middlenburg, a escasos kilómetros de la entrada al Condado de Transcarpatia. La taberna fue abierta por mi tatarabuelo, pasó de este a mi bisabuelo, de este a mi abuelo, de este a mi padre y... Bueno... Ya sabéis. Tenemos bastante competencia debido a que Middlenburg es la última ciudad del Imperio Solar antes de entrar en el siniestro condado tomado por los vampiros.
Sí, no me equivocado, he dicho “tenemos”. Sabes, no se puede trabajar solo en este trabajo. No puedes servir las mesas, mientras atiendes la barra y vigilas que no se te queme la sopa que tienes en el fuego. Es imposible atender a todo eso a la vez. Bueno, conocí a un tabernero, Segismund Brumaker, que sí podía hacer eso pero luego descubrimos que era acólito de Gula. Fue condenado a la hoguera. Espero que tenga mejor porvenir tirando del Carro de Hambrientos del Señor del Hambre que como tabernero en su anterior vida.

Bueno, me he ido por las ramas. ¿Qué te estaba contando? ¡Ah, sí! Te iba a presentar a mis empleados. Normalmente me dedico a atender la barra y a hacer las cuentas mientras superviso a mis empleados. Para servir las mesas tengo a Aisling. Recuerdo el día que la conocí. Estaba tan tranquilo fregando vasos cuando una voz femenina salió de detrás de la barra. Giré la cabeza a ambos lados para ver quien era pero nada. Hasta que esa voz me dijo “Aquí abajo” y me encontré con una hada de larga cabellera roja, un enrevesado tatuaje que cubría todo su brazo izquierdo y una espada colgada a su espalda. Me dijo que vio el cartel que colgué pidiendo un empleado para servir las mesas en el tablón de anuncios de la plaza mayor de la ciudad y que ella necesitaba un empleo. Tras ponerla un día a prueba me convenció y la contraté. ¡Je! A partir de ese día los problemas con los clientes que querían marcharse sin pagar llegaron a su fin. Debisteis haberla visto amenazar a un grupo de soldados de la guardia de la ciudad que querían escabullirse de su obligación de darme el dinero por lo consumido. Por muy armados que fueran, ninguno quería enfrentarse a una espada de acero encantado de Hibernia.
Mi otro empleado, el cocinero, es algo bastante especial. Sé que si digo esto me arriesgo a que no volváis por la taberna nunca más. Un día llegó a la ciudad un tipo desde Seljukia. Todos pensábamos que era un viajero más de no ser porque, una noche, los muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas. El ejército de ultratumba avanzaba por las calles de Middlenburg liderado por este hombre, llamado Hassan Ibn Raussin. Resultó que el “hombre” no era un hombre sino un lich: uno de esos magos locos que deciden encerrar su alma en un objeto para permanecer inmortales para el resto de su vida aún sabiendo que esa inmortalidad solo afecta a su alma y no a su cuerpo. El tipo estaba viajando por todo el mundo para levantar un gran ejército de no muertos y convertirse en el amo supremo. Sin embargo, cometió un error: entrar en mi taberna. El engendro comenzó a amenazarme como hizo con todos los habitantes de la ciudad. Mientras me hablaba, me dí cuenta de que en lo alto del cayado en el que se apoyaba había una especie de amuleto refulgente hecho con una esmeralda. Le pregunté que qué era eso y el lich se cabreó de gran manera que no me dejó ningún tipo de duda: era el objeto donde guardaba su alma. Le dije que me gustaba la joya y que si me la podía vender. Eso hizo que se enfadara aún más. Le dije que si no me la quería vender, que podíamos hacer un trato: si me ganaba a una partida a “Héroes de la Guerra y del Martillo” podía quedarse con mi alma para siempre y yo le serviría como un engendro. Por el contrario, si yo ganaba la joya sería mía y el tendría que servirme hasta que yo muriera. La arrogancia del no muerto hizo que aceptara el trato. ¿Sabéis qué? No conozco a nadie que pueda ganarme a ese juego. Hassan es mi cocinero ahora y yo guardo su alma a buen recaudo. Para sorpresa mía, el tipo hace unos platos de rechupete. Será por aquello de que tiene todo el tiempo del mundo para aprender a cocinar, como es inmortal...

En fin, que el negocio va viento en popa últimamente, incluso bajo la amenaza vampírica que se esconde más allá de las murallas de la ciudad pero a mí me da igual. Con acabar la jornada con la bolsa llena hasta arriba de monedas relucientes me sobra. Incluso tengo una barrica de sangre fresca escondida en la bodega para sobornar a cualquier oficial vampírico que se acerque por la taberna. Eso sí, no me preguntéis de dónde la he sacado porque si las autoridades se enteran, se me cae el pelo. Bueno, en realidad te cercenan las orejas, algo que para un alto elfo es bastante doloroso, como podéis imaginar.

Pues eso. Si viajáis algún día Middlenburg, pasad por mi taberna. Os haré un descuento en el plato de pollo asado si mencionáis que habéis leído este panfleto (solo uno por persona).

Explicaciones varias.
Veréis, después de mucho tiempo sin tocarlo, he querido volver a escribir algo ambientado en mi mundo de fantasía: El Orbe. Como muchos sabéis, tenía problemas a la hora de tocar el tema de la magia. En un principio, la cosa iba de que magos y sacerdotes eran lo mismo pero resultaba que no todo encajaba bien de esa forma. Tras muchos consejos dados por mis colegas y por vosotros, he llegado a la conclusión de que la magia será igual que en cualquier mundo de fantasía: existen magos y los clérigos pueden realizar milagros relacionados con su dios. Eso abre el abanico de posibilidades y me permite crear historias más divertidas y variadas.
Espero que os haya gustado.
¡Nos vemos!

lunes, 15 de abril de 2013

De reinas portuguesas, expansiones y polémicas.

¡Hola, gente!
Hoy me gustaría mezclar historia y videojuegos por enésima vez, si me lo permitís.

Bien, como todo el mundo sabe, uno de mis juegos favoritos es "Civilization V". Después del chasco de los DLC, Firaxis se puso las pilas para sacar expansiones como siempre tuvo que ser. La primera de ellas, "Gods and Kings", revisaba el concepto de religión tan poco pulido en el IV y lo convertía en algo divertido e importante para el desarrollo de nuestra civilización.

Como algunos sabréis, va a salir otra expansión titulada "Brave New World". En ella, aparecerán nuevas civilizaciones como Brasil y Polonia pero también vuelven clásicos como los Zulúes y Portugal.
Es esta última civilización la que ha puesto en pie de guerra a los seguidores portugueses del juego en los foros de Civfanatics, la mejor comunidad sobre la saga de Sid Meier que existe en Internet.
Y todo a raíz de la líder escogida: María I, alias "La Loca".


¡¡¡NO ESTOY LOCAAAAAAAAAAAAAAARGH!!!

Veréis, a los portugueses no les ha hecho demasiada gracia que les represente un personaje que tiene muy mala fama en su historia.
María fue reina de Portugal en los últimos años del siglo XVIII y principios del XIX, protagonizando la huida masiva de la familia real portuguesa a Brasil ante el avance de Napoleón. La reina pasó a la historia por su carácter ultrafanático en cuestiones de religión y por su personalidad melancólica y apática. Esto, sumado a las trágicas muertes de su marido y su hijo, provocó que su estado mental pasara de inestable a desequilibrio total. Era normal que se pasara la noche y el día gritando, completamente ida de la cabeza. Tanto que la corte portuguesa tuvo que contratar al médico que se ocupaba de la perturbada mente del rey Jorge III de Inglaterra.
Es por esa imagen tan negativa que a nuestros vecinos lusos no les hace demasiada gracia su presencia en el juego.

¿Sabéis mi opinión?
Creo que no es para tanto. La historia no es blanca ni negra. Es más bien gris. Todo los líderes políticos, por muy buenos que fueran, siempre tienen un lado negativo. Creo que la mayoría de quejas están sobreactuadas. De hecho, hay gente que se queja de que el logo de la civilización portuguesa sean los escudos colocados en forma de cruz. Si eso no es portugués, ¿entonces qué?
Además, no creo que sea el peor caso de líder horrible en el juego. Mirad quien nos recibía en el primer Civilization cuando contactábamos con los rusos.


                           Dame todo tu oro o pasarás el resto de tu vida en un gulag de Siberia.

Sí, amigos míos, el tío Pepe.
Que tu nación sea representada por un tío que fue capaz incluso de hacer que su mujer se suicidara me parece que es peor que una chica que se pasa el resto del día gritando incoherencias.

¿Más ejemplos?
Los españoles nos hemos tenido que conformar con Isabel.


Grrrrrrrrrr...

No es que fuera una mal gobernante pero es que no conozco a ningún jugador de Civ español que le caiga bien. Es más, en todos los juegos la sacan bastante prepotente. Eso explica que los mods para cambiar al líder de España por Carlos I o Felipe II arrasen entre la comunidad española.

En fin, que la gente se queja por puro vicio, ¿no os parece?

jueves, 11 de abril de 2013

La batalla del paso de Krambalash.

Es hora de que comience la invasión, ¿no os parece?

Desde su privilegiada posición en lo alto del puesto de observación del dirigible de mando “Zar Anatoly”, Ekaterina podía ver la inmensidad del campo de batalla en que se convertirá en unos minutos el paso de Krambalash. Este era el lugar adecuado para desplegar la maquinaria de guerra de la Horda Polar en su intento por invadir Vishnia, la joya de la corona del Imperio de Su Majestad. Los imperiales no se habían quedado de brazos cruzados y habían reforzado sus fronteras con más hombres y más armamento pesado, además de cavar metros y metros de trincheras.
-Hmmmm... Ni rastro de la Garra del León ni de los marcheurs- dijo Ekaterina- Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
A su lado, el mariscal Tachenko fumaba en su pipa, esperando la orden de la emperatriz para comenzar el ataque.
-No te confíes, pequeñaja- dijo el kozak a Ekaterina- El comandante de la guarnición de Krambalash es Sir Thomas Morris, un tipo bastante astuto: consiguió emboscar a los nakopo en la batalla de Brunwell's Rift. Dicen que hasta logró hacer pasar desapercibido a todo un batallón de tanques. Seguro que estará esperando a que nos confiemos para sacar la ayuda prestada por Abeille.
-¡Ja! No me asusta. Yo también cuento con ayuda.
Ekaterina se giró hacia babor, donde una colosal fortaleza aérea de la Witterungkönfederation, con su característica silueta alargada repleta de hélices, tapaba la luz del sol con su amenazadora presencia. En uno de los puestos de observación se podía ver al káiser Reinhardt dando instrucciones a su alto mando, señalando los movimientos y objetivos en un mapa.
Ekaterina cogió el auricular de la radio que había al lado suyo, encima de una tosca mesa de madera. Reinhardt hizo lo mismo con la que tenía en la mesa donde reposaba el mapa.
-¿Alguna novedad?- preguntó Ekaterina.
-He pensado colocar algunos puestos de artillería en esas dos colinas- dijo el káiser.
-¿Gas?
-Por ahora no, no lo veo conveniente. Por cierto, cuando despliegues ese “arma secreta” tuya, ¿estarán a salvo?
-¿Qué insinúas?- preguntó Ekaterina algo mosqueada.
-Ekaterina, te conozco y sé que eres capaz de sacrificar cualquier vida humana por una victoria.
-¿Eso piensas? Creía que confiabas en mí, Reinhardt.
-Y confío en tí pero...
-Tranquilo, daré una señal para que todos los hombres se retiren del campo de batalla antes de desplegar el arma.
-De acuerdo. Corto- Reinhardt colgó el auricular. Ekaterina hizo lo mismo.
-¡Je! Solo faltaba que mi mejor aliado cuestionara mis órdenes- dijo la zarina algo enfadada. Cambió la frecuencia de la radio para contactar con el campo de batalla- Shorobiensky, ¿están preparados los shurales?
El científico, el cual había escondido a sus creaciones detrás de unas colinas, contestó a la emperatriz con el nerviosismo que le caracterizaba: “Sí... Sí, su ex... excelencia”.
-¿Tiene miedo?- dijo Ekaterina, con ánimo de divertirse con la tartamudez del biólogo.
-No... No, su excelencia.
-Bien. A mi señal, sáquenlos de las cajas.
-Co... como ordene. Co... Corto- ambos colgaron los auriculares.

Al otro lado del campo de batalla, el comandante y caballero del imperio Sir Thomas Morris preparaba las últimas líneas de defensa desde la “comodidad” de una trinchera.
-¡Recordad!- gritaba a sus hombres- ¡La Horda Polar jamás hace prisioneros! ¡Preparaos para atacar con toda vuestra fuerza!- se giró a su ayuda de campo- Cuando ordene, contacte con el comandante Fournier para que despliegue sus fuerzas.
-¡Sí, señor!

Ekaterina estiró sus delgados brazos y bostezó. Cogió la radio.
-¿Estás preparado, Reinhardt?- preguntó.
-¡Cuando quieras!- contestó el káiser.
La emperatriz pasó el auricular al mariscal.
-¡De acuerdo, Tachenko! ¡Dé la orden de ataque!
-¡Sí, su excelencia!- Tachenko cogió el auricular de la radio- ¡A todas las unidades! ¡Despliegue!
-¡Sí, señor!- dijo el comandante a cargo de las tropas de tierra.
En el campo de batalla pronto se desplegaron unidades de infantería y carros de combate en perfecta formación. Con paso constante, iban acercándose más y más a las defensas imperiales, haciendo frente a la lluvia de metralla de la artillería enemiga. Mientras, la artillería confederada golpeaba el campo de batalla, mandando a algunos soldados y puestos de artillería imperiales a los campos de caza del Ejecutor. Cuando estos estaban a escasos pasos, Tachenko dio la orden de carga. Con valentía, los soldados de la Horda calaron bayonetas y asaltaron las trincheras. Los soldados de ambos bandos caían por doquier, víctimas de los disparos y de los acuchillamientos. Sin embargo, las tropas de la Horda vencieron, haciendo que los soldados imperiales retrocedieran hasta la posición donde se encontraba el comandante Morris.
-¡Avise a Fournier!- ordenó el comandante imperial.
El ayuda de campo cogió la radio y ordenó al comandante losangita que hiciera acto de presencia.
Las riadas de soldados de la Horda parecían no terminar nunca.

-¡Ja, ja, ja! ¿Has visto eso, Tachenko? ¡Te dije que no aguantarían! ¡A por la siguiente trinchera!- Ekaterina estaba eufórica.
-Hmmmm...- Tachenko se atusó los bigotes- Aquí hay algo que me escama.
De repente, comenzó a sonar un ruido. Era como si alguien golpeara una pared con sus puños desde el otro lado. El sonido fue haciéndose más fuerte hasta sonar como si el Herrero hubiera descendido de los cielos y se hubiera puesto a trabajar en mitad del capo de batalla. La radio sonó.
-¡Señor! ¡Señor!- era el comandante dirigiéndose a Tachenko- ¡Por todos los dioses! ¡Señor!
-¿Qué ocurre?
-¡Los losangitas! ¡Los losang...!- la comunicación se cortó.
El mariscal se giró hacia la dirección donde estaban sus hombres y soltó el auricular con un gesto de espanto.
-¡Loado sea el Mariscal!- Tachenko se santiguó al ver la imagen: dos marcheurs estaban haciendo picadillo a sus tropas con sus torretas de ametralladoras. Los estilizados autómatas tripulados aplastaban a los soldados de la Horda con sus cuatro patas mientras que sus cañones volaban en pedazos los acorazados polares. Sus corazas parecían impenetrables para los proyectiles lanzados por estos últimos.
Lo peor no fue eso. Un fogonazo como nunca antes se había visto iluminó el campo de batalla.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó Ekaterina mientras se protegía los ojos con la mano.
Cuando la luz disminuyó, los puestos de artillería confederados se habían convertido en cráteres humeantes. Tras las trincheras imperiales, la alargada figura de un cañón, terminado en un borne eléctrico gigantesco, se alzaba sobre el campo de batalla.
-¡La Garra del León!- gritó Ekaterina- ¡No estaba desplegada! ¡Por eso no la vimos!
-Seguro que Morris ha usado telas de camuflaje para que pasara desapercibida. Te dije que era un genio, pequeñaja- dijo Tachenko.
La radio sonó. Era Reinhardt.
-¡Maldición! ¡Ekaterina, he perdido varias piezas de artillería por culpa de eso! Espero que tu “arma secreta” nos ayude.
Ekaterina sonrió. Cambió de frecuencia.
-¿Shorobiensky?
-Sí, su... su excelencia.
-Libere a los shurales.
Al otro lado, la sonrisa diabólica volvió al rostro del biólogo.
-Será un placer.
El Dr. Shorobiensky, revestido con la armadura para protegerse del ataque de algún shurale descarriado, dio orden a los cuidadores para que abrieran las cajas. Tras golpearlas, las criaturas salieron a toda velocidad lanzando unos escalofriantes aullidos. Los cuidadores tuvieron que usar sus bastones eléctricos para dirigirlos a donde querían: a las trincheras imperiales.
-¡Bien!- dijo Ekaterina- Por suerte, la Garra tardará en cargarse para disparar otra vez. Tenemos tiempo de sobra.
La radio volvió a sonar con la voz de Reinhardt.
-¡Ekaterina! ¡Por todos los dioses! ¿Qué demonios son esas cosas? ¿Son el arma secreta?
-Sep- contestó Ekaterina, sin darle mucha importancia a la pregunta del káiser.
Reinhardt alzó la voz.
-¡Me prometiste que retirarías a los hombres del campo de batalla antes de desplegarla!
-A los tuyos- contestó Ekaterina sin alterarse- Y, ahora que han sido reducidos a polvo y cenizas, no hay ningún problema.
Reinhardt calló por un instante hasta que su mente comprendió lo que realmente estaba pasando.
-¡Un momento! ¿Usaste a mis tropas como señuelo para la Garra?
-¡Jí, ji, ji! Me has pillado.
-¿Qué? ¿Te estás riendo de mí? ¿Del Káiser?- el emperador cada vez estaba más furioso.
-Tranquilo, Reinhardt. Has realizado bien tu trabajo y te lo agradezco.
-¡Lo sabía! ¡Von Eisenstahl me lo advirtió pero no quise hacerle caso! ”Solo le está usando para sus propios beneficios, majestad”, me dijo. ¡Maldita seas, Ekaterina Fyodorovna Zoldanowich! ¡Maldita seas cien veces! ¡Espero que Ella te descuartice por toda la eternidad en la otra vida! ¡Nuestra alianza queda rota! ¡Me retiro!
La comunicación se cortó. Acto seguido, la fortaleza aérea puso en marcha los rotores que le permitían desplazarse en el aire. El sol fue iluminando nuevamente el campo de batalla a medida que el monstruoso vehículo se dirigía de vuelta a la Witterungkönfederation.
-¿Crees que has hecho bien, pequeñaja?- preguntó Tachenko- Recuerda que Reinhardt no olvida las ofensas tan fácilmente.
-Me da igual. Todo ha salido como yo quería. Ahora, contemplemos el espectáculo.

Los shurales llegaron hasta donde estaban los marcheurs. Sin distinguir amigos o enemigos, las criaturas despedazaron a algunos soldados de la Horda. Tras esta pequeña carnicería, subieron por las patas de las máquinas. Una de las criaturas destrozó el sistema hidráulico de una de las extremidades mecánicas a mordiscos, desestabilizando al autómata y haciendo que cayera al suelo. Las criaturas rompieron los cristales de las torretas y entraron en el interior, matando a toda la tripulación de ambas máquinas, entre ellos al comandante Fournier, al cual no le dio tiempo ni de desenvainar su sable. Los shurales siguieron su marcha de destrucción hacia la trinchera donde se encontraba Morris.
-¡Qué los dioses nos asistan!- gritó- ¡Disparen la Garra!
-¡Imposible, señor!- gritó uno de los científicos encargados del arma- La batería solo está al 60 por ciento. Debemos esperar unos minutos más.
-¡No hay tiempo! ¡Esas cosas se abalanzarán contra nosotros en...!- pero el comandante no pudo terminar su frase ya que una de las criaturas atravesó su espalda con una de sus garras, arrancándole la columna vertebral de cuajo. El resto de soldados imperiales fue masacrado sin tener tiempo a oponer resistencia y los científicos fueron devorados. Las criaturas se ensañaron con el cañón eléctrico, tanto que sobrecargaron las baterías, haciendo que estas explotaran tan violentamente que la mayoría de engendros fueron vaporizados.
Los pocos soldados de la Horda que quedaron vivos celebraron la victoria, mientras que Shorobiensky y los cuidadores consiguieron devolver a sus cajas a los escasos shurales que habían sobrevivido.
-¡Victoria!- gritó Ekaterina mientras saltaba de alegría.
-Sí, ¿pero a qué precio?- dijo Tachenko algo apesadumbrado- Muchos de nuestros hombres han perecido y nos hemos ganado un poderoso enemigo.
-Ya, no seas aguafiestas, Tachenko. Ahora, nuestro camino a Vishnia está despejado. Nada podrá detenernos.
-Espero que eso sea verdad- el mariscal dio una calada fuerte a su pipa.
-En fin, esta clase de batallas me da hambre. ¿Vamos a comer algo?- la zarina salió del puesto de observación para dirigirse al comedor. Tachenko se quedó unos minutos más en la sala, contemplando el horizonte tras el cual se encontraba Vishnia.


Bien, esto es lo que tanto habíais esperado: muerte y destrucción de parte de vuestra soberana favorita.
He estado varios días dándole vueltas a la forma de describir mejor la batalla. Sé que se puede mejorar, así que vuestras opiniones serán bienvenidas.
Y, sí, nunca os fiéis de Ekaterina. Nunca.