Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.
Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!
La
plaza del Palacio Helado hervía de excitación. De violenta
excitación. Una docena de guardias del Oso, con sus grandes barbas y
bigotazos y sus ushanka de pelo de oso, se apelotonaban alrededor de
aquella figura delgada y pequeña que blandía el sable de su padre e
increpaba brutalmente al gentío que los rodeaba. Más de un centenar
de personas rodeaban a los 13 que se defendían contra la puerta,
encima de los cadáveres de enemigos y compañeros, muertos en los
minutos previos. La Guardia del Oso había tenido que improvisar una
defensa alrededor de Ekaterina, pues no sólo el palacio, sino la
capital entera se había rebelado y después de horas de limpieza
dentro del mismo, los revolucionarios del Igualitarismo habían
conseguido penetrar las puertas del patio. La Emperatriz, en lugar de
huir, había empuñado su sable y llevaba toda la mañana al frente
de aquella lucha desesperada contra un enemigo que los superaban y
mucho, en número. La habían herido de un mosquetazo y se mantenía
erguida pese a ello, con un trozo de manga de la casaca de uno de sus
guardias, que se la había arrancado nada más verla herida. A su
alrededor luchaban con denuedo, aunque ya daban muestras de fatiga y
sus enemigos más cercanos tenían una evidente faz de terror.
Algunos ya no se acercaban y los fusiles comenzaron a aparecer entre
las primeras líneas.
–¡Perros!
–gritó de pronto feroz, Ekaterina–. ¡De esta no os librareis
tan fácilmente! ¡Vuestras cabezas adornarán mi palacio durante
generaciones!
Se
prepararon para disparar, sin acercarse demasiado a la masa humana
erizada de sables y medias picas, que ya había agotado municiones y
se preparaba para recibir la descarga.
–¡Mi
guardia! –siguió la emperatriz, con la certeza de que aquellos
eran sus últimos momentos y no iba a dejar de presentar batalla–.
¡Cubríos con los muertos! ¡Usadlos de parapeto!
La
Guardia se giró. Parte de su consigna extraoficial es que no se
cubrían, ni retrocedían. Pero allá estaba ella, menuda y herida,
el sable de su padre muerto en la mano, gritando órdenes e insultos
por igual, sin descomponerse. Alguno recordó la muerte del
progenitor y alguno sintió ternura hacia la cruel Ekaterina, así
que con ánimos renovados, se agacharon, se echaron los muertos por
encima y recibieron las primeras descargas con resignación. A los
sublevados les debían faltar municiones también, pues entre una y
otra pasaban varios minutos, mientras buscaban pólvora para recargar
los fusiles.
–¡Traed
más balas! –gritó uno de los rebeldes, hacia su retaguardia–.
¡Más cartuchos, más pólvora!
Ekaterina
no se pudo contener. Una cosa era el enorme enfado del hecho de que
se hubieran levantado contra ella. Pero así, de esa manera, con tan
poca previsión, le nublaba el juicio.
–¿¡¡Más
balas!!? –gritó y se la pudo escuchar en toda la capital–.
¿¡¡Acaso creéis que esto es la caza del cerdo negro de
Zaranamov!!? ¡¡Estáis asaltando el Palacio Helado esperando que lo
entregaría!! ¿¡¡Por quién demonios me tomáis!!?
Se
quedaron paralizados por el estupor. Aquello no estaba saliendo cómo
habían planeado. La mayoría pensaba que la fuerza de la unidad y la
fraternidad derrotaría a los imperialistas. No se habían esperado
que la Guardia del Oso fuera una piedra tan dura. Y la propia
emperatriz no se quedaba atrás. Pensaban que acabaría de forma
similar a la rebelión que acabó con su padre, pero que ahora no
habría una cabeza visible de gobierno. Creían muchas cosas.
El
silencio se había hecho en la plaza. Nadie se atrevía a toser y
sólo se escuchaba la respiración furiosa y agitada de Ekaterina,
que fue creciendo en magnitud, hasta que todos creyeron que se
transformaría de un momento en otro en el dragón que temían que
fuera y los devoraría.
–¡Vamos
hermanos, terminemos con ella –dijo desde atrás, tratando de dar
algo de valor–, antes de que se organicen de nuevo!
Se
envalentonaron de nuevo, sólo eran doce hombres y una muchacha. Eran
veinte veces ellos, no había nada que temer. Y con esa premisa, se
lanzaron de nuevo.
–¡Cerrad
fila, mi Guardia! –gritó de nuevo, al ver que se les echaban
encima otra vez–. ¡No olvidaré esto! ¡Ekaterina no olvida!
Los
veteranos guardias se apretaron de nuevo y combatieron recio. El
rumor de la respiración de la emperatriz seguía creciendo. Hasta el
punto de que se dieron cuenta de que no era respiración, sino un
motor. Algo motorizado se acercaba por la avenida, de la que
comenzaban a llegar relinchos y voces airadas. Un cañón de asalto
avanzaba por el centro de la vía, flanqueado por dos carros de
combate,
a cuyos costados se abría una enorme cantidad de kozaks, que ya
llevaban sus sables desenvainados que centelleaban al sol del
atardecer. Se abrían paso entre la muchedumbre que rodeaba y llenaba
la plaza del palacio, sin frenar ante nadie, dispersando a la
población.
–¡Preparados
para abrir fuego! –gritó el comandante dentro de la bestia de
acero, mientras el artillero afinaba puntería, con el cañón
cargado con carga doble de metralla–. ¡A mi orden! ¡Fuego!
El
corazón del monstruo vibró brutalmente por la descarga. El enorme
cañón retrocedió un metro y frenó con terrible estrépito, hasta
el punto de que el vehículo ralentizó su marcha.
Medio
centenar de personas cayeron al suelo, muertas o heridas por las
pelotas de plomo en el aire. Ekaterina sintió que la deflagración
la golpeaba y un calor de satisfacción le recorrió el torso. Cuando
los tanques abrieron fuego a su vez y los kozaks alzaron sus sables y
picaron espuelas, los rebeldes flaquearon visiblemente. La emperatriz
vio la duda en sus ojos y supo que era el momento.
–¡Vamos
mi Guardia! ¡A por ellos! –se levantó ella, alzando el sable
ensangrentado, conteniendo la mueca de dolor–. ¡Hay que apretar!
¡Seguidme!
Los
del Oso se levantaron. Muchos de ellos le triplicaban la edad. Y
ninguno se iba a quedar atrás. Se prepararon, mientras Ekaterina
ayudaba al más anciano de todos a levantarse, pues era de los más
heridos y había cubierto a la emperatriz durante toda la batalla.
Ella lo agarró del costado y lo mantuvo en pie.
–¡A
ellos! ¡A ellos! –repitió, tomando aire–. ¡¡A ellos!!
Se
lanzó hacia adelante, con el anciano a su izquierda parando y dando
tajos y se vió a ella misma, en medio de la multitud, cortando cómo
si fuera lo único que pudiera hacer.
Los
rebeldes entraron en pánico tras semejante muestra de ferocidad. Los
guardias mataban a cualquiera que se acercara y no dejaban de moverse
hacia adelante, cubriendo a sus compañeros, con Ekaterina en el
centro, cargando con la ayuda de otro más al más veterano de ellos.
Las cabezas se abrían cómo melones, horrendas brechas se aparecían
en torsos y los miembros quedaban inútiles. La masa se movió hacia
la puerta, por la que entraba el enorme cañón de asalto,
que no frenó, sino que aplastó a los que cogió por medio,
convirtiéndolos en pulpa sanguinolenta. Casi inmediatamente el
gentío se echó al suelo, soltando armas y bagajes, pues tras el
animal de acero cargaban los kozaks, sables en alto.
–¡No!
–gritó Ekaterina, voceando ronca, pero enérgica–. ¡Los quiero
vivos!
El
mundo se enteró un día después de lo ocurrido en el Horda Polar.
Una revolución a gran escala, violenta y de carácter igualitarista
había intentado deponer a la actual emperatriz. Sin éxito. Imágenes
de ahorcamientos se podían ver en todas las salas de filmes una
semana más, así cómo escenas grabadas por la propia propaganda
imperial, mostrando escenas de Ekaterina firmando papeles, herida
pero con fuerza, así cómo colgando medallas en el pecho a 11
guardias del Oso y depositando una doceava en un ataúd adornado con
la bandera nacional. El propio mensaje de Ekaterina, fue emitido por
radio casi dos semanas después, cuando concluyeron las
investigaciones de sus servicios de espionaje, que habían salido
malparados tras la súbita revolución, pues a muchos los habían
atrapado.
<<No
puedo decir que no me haya sorprendido el intento de levantamiento.
No me lo esperaba y desde luego, no imaginé que su germen vendría
del extranjero. Un grupo de espías, que ya han sido ajusticiados en
su totalidad, instigaron, organizaron y armaron; muy pobremente, a
los golpistas. Creyeron que no necesitaban de más, pues me
eliminarían con facilidad, pero no pensaron que soy hija de mi padre
y con su mismo sable, el mismo que usó la última vez que corrió a
sofocar un levantamiento. ¡Soy Ekaterina Fyodora Zolnerowich, hija
de Alexis Fyodor Zolnerowich! ¡No soy una cualquiera y a mí, no se
me vence por la espada! Pero es evidente que el Imperio de su
Majestad en vista de que no puede derrotar a Horda Polar en la
honrada guerra, trata de hacerlo mediante actos subversivos, azuzando
a mi propio pueblo en mi contra. Los detenidos han sido condenados a
trabajos forzados, pues no creo que su ejecución sea lo que merecen,
ya que al fin y al cabo fueron otros los conspiradores y ellos tan
sólo las marionetas. Espero que mi magnanimidad convenza a mi gente
de que trabajar por nuestro bien común es mucho mejor que conspirar
con agentes enemigos, que no dudarán en dejar abandonados a sus
aliados aquí, con tal de salvar el pellejo.>>
El
discurso caló muy hondo en Horda Polar. Todos sabían de la feroz
resistencia en el palacio y de que la propia Ekaterina había peleado
mano a mano con sus guardias. Nadie se atrevería a levantarse de
nuevo contra ella, al menos no en tiempo de paz. Nadie, pues a pesar
de su relativa indulgencia con los vivos, los muertos seguían
observando al pueblo desde las estacas donde habían clavado las
cabezas de los insurrectos fallecidos. Nadie olvidaría aquello y a
la Emperatriz se le daba muy bien que nadie olvidara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Vamos, comenta!
Tu opinión será valorada.