Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).
La tensión en la Sala de Espías del
Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana
helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas
desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran
preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver
a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un
cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el
campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la
pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia
Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar.
Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y
tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o
que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara
sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de
Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial
firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave,
algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de
crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su
tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con
las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas-
Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La
mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que
golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de
batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación
para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad
escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con
fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos
imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero
tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al
mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las
universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en
nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos,
aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien
consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova
se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días,
Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la
pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que
los científicos imperiales celebraban el buen resultado del
experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar,
imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.
Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho
de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo
curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía
ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?-
preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe
sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está
ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova.
Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco
la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su
escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que
acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura
era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse
la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su
cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una
alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba
ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas
gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha
llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general,
parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión
de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para
ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro
hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia.
A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que
me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón
de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es
Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el
joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su
excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo
sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió
Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la
Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología
bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular
palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió
la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a
nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail
con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió
uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo
desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que
parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga.
Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la
esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he
diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una
imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su
padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son
cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada
aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y
a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su
excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras
bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo
de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo,
su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la
coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una
voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable
de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió
nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una
zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN
BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con
toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN
BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un
arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh,
Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario,
contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase
de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la
pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está
bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo
miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes
pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el
ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral,
su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran
tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la
portada.
-”La creación de nuevas formas de
vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo
tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los
tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se
podría crear una nueva forma de vida que combine las características
principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear
una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando
el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico
loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se
refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un
tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo
engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi
invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible-
masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas
disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema.
Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail:
“¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo
que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo
Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó
la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos,
reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello
funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail-
necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo
imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de
cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede
conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de
encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el
líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que
colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo-
Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su
despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro
salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el
Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la
emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó
Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse
una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad
y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para
sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento
sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su
excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que
Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del
joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un
destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.
Los días pasaban y las noticias que
llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El
15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron
un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada
en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla
contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El
resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas
en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas
esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.
Y llegó cuatromiembre y con él, la
tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a
ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la
nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé
esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de
Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción
en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera
su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se
iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que
perder!
El Hospital del Ejército fue
construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar
un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos
durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas
presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en
la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para
aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el
escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un
oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón
a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la
puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual
mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño
reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las
escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que
visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso
cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le
dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se
giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su
excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se
abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó
un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una
cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto
seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a
descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia-
dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no
le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un
chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia
radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”,
Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo
decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que
había entrado para llevar material quirúrgico al doctor
Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios,
gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos
tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una
cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta
de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el
rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que
le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de
ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal.
La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el
doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia,
Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino,
frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas
espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina
salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas
lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de
metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las
tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a
Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!-
ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La
imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante
espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado
de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una
abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba
cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó
Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su
enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky!
¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia-
Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto
de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma
de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado?
¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños
problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo-
contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño
en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado
de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía
razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo
duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la
sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una
gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de
pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían
destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y
respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He
usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó
atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo.
¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en
ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la
criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por
todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba
ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la
criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes
de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky
cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta
se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico,
el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le
en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo
al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras
observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba
Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza,
inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos
sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba
manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta
de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo
el científico, completamente sorprendido por la reacción de la
emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y
se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los
sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al
doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza
para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser
barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail,
completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a
un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero
ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con
gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!
Espero que os haya gustado.
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.
¡Muy bueno! Me ha encantado, geniales los diálogos y la personalidad que has infundido con ellos a los personajes.
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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