Otro relato. Ya os explico más abajo.
Hay quien dice que mi trabajo no es
peligroso.
Dicen que existen otras ocupaciones a
lo ancho y largo de El Orbe más peligrosas que con la que yo me gano
la vida. Dicen que ser soldado es más peligroso. Otros que la
profesión más peligrosa está en la República Lupercal: nada más
y nada menos que la de gladiador. Incluso algunos llegan a afirmar
que ser nigromante es más peligroso aún, por aquello de jugar con
las fuerzas del más allá y de no caerle bien a nadie, ni siquiera a
los vampiros de Transcarpatia.
Eso es porque jamás han sido lo que yo
soy: tabernero.
Sí, ríete si quieres pero no hay
profesión tan peligrosa como la mía.
¿Alguna vez has tenido que tratar con
algún cliente pesado (y borracho) que no quería irse de tu local
cuando ibas a echar la llave a la puerta? ¿Dime si has tenido que
dejar KO a un orco que quería marcharse sin pagar? ¿Has tenido que
calmar los ánimos empuñando la espada de tu abuelo en una pelea
entre elfos del bosque y lupercales? ¿O lidiar con clientes
insatisfechos porque creen que una pinta de cerveza por tres táleros
es un abuso cuando en la taberna de la calle de atrás la sirve una
alta elfa enseñando canalillo por tan solo uno y medio? ¿No? Pues
esa es parte de la responsabilidad del trabajo de tabernero.
Sé que no me puedo quejar pero si
alguien os dice que servir lomos de cerdo en su jugo y jarras de
cerveza del monasterio-fortaleza de la Sagrada Luz de Falkmar es lo
único que hacemos, por favor, dale un puñetazo en la cara de mi
parte.
¡Ah! No me he presentado.
Me llamo Karl Rautz. Sí, lo has
adivinado: soy un alto elfo, siervo del emperador Heinrich, temeroso
de Falkmar y todas esas cosas rimbombantes y protocolarias. Soy el
dueño de la taberna “El Alto en el Camino”, en la ciudad de
Middlenburg, a escasos kilómetros de la entrada al Condado de
Transcarpatia. La taberna fue abierta por mi tatarabuelo, pasó de
este a mi bisabuelo, de este a mi abuelo, de este a mi padre y...
Bueno... Ya sabéis. Tenemos bastante competencia debido a que
Middlenburg es la última ciudad del Imperio Solar antes de entrar en
el siniestro condado tomado por los vampiros.
Sí, no me equivocado, he dicho
“tenemos”. Sabes, no se puede trabajar solo en este trabajo. No
puedes servir las mesas, mientras atiendes la barra y vigilas que no
se te queme la sopa que tienes en el fuego. Es imposible atender a
todo eso a la vez. Bueno, conocí a un tabernero, Segismund Brumaker,
que sí podía hacer eso pero luego descubrimos que era acólito de
Gula. Fue condenado a la hoguera. Espero que tenga mejor porvenir
tirando del Carro de Hambrientos del Señor del Hambre que como
tabernero en su anterior vida.
Bueno, me he ido por las ramas. ¿Qué
te estaba contando? ¡Ah, sí! Te iba a presentar a mis empleados.
Normalmente me dedico a atender la barra y a hacer las cuentas
mientras superviso a mis empleados. Para servir las mesas tengo a
Aisling. Recuerdo el día que la conocí. Estaba tan tranquilo
fregando vasos cuando una voz femenina salió de detrás de la barra.
Giré la cabeza a ambos lados para ver quien era pero nada. Hasta que
esa voz me dijo “Aquí abajo” y me encontré con una hada de
larga cabellera roja, un enrevesado tatuaje que cubría todo su brazo
izquierdo y una espada colgada a su espalda. Me dijo que vio el
cartel que colgué pidiendo un empleado para servir las mesas en el
tablón de anuncios de la plaza mayor de la ciudad y que ella
necesitaba un empleo. Tras ponerla un día a prueba me convenció y
la contraté. ¡Je! A partir de ese día los problemas con los
clientes que querían marcharse sin pagar llegaron a su fin.
Debisteis haberla visto amenazar a un grupo de soldados de la guardia
de la ciudad que querían escabullirse de su obligación de darme el
dinero por lo consumido. Por muy armados que fueran, ninguno quería
enfrentarse a una espada de acero encantado de Hibernia.
Mi otro empleado, el cocinero, es algo
bastante especial. Sé que si digo esto me arriesgo a que no volváis
por la taberna nunca más. Un día llegó a la ciudad un tipo desde
Seljukia. Todos pensábamos que era un viajero más de no ser porque,
una noche, los muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas. El
ejército de ultratumba avanzaba por las calles de Middlenburg
liderado por este hombre, llamado Hassan Ibn Raussin. Resultó que el
“hombre” no era un hombre sino un lich: uno de esos magos locos
que deciden encerrar su alma en un objeto para permanecer inmortales
para el resto de su vida aún sabiendo que esa inmortalidad solo
afecta a su alma y no a su cuerpo. El tipo estaba viajando por todo
el mundo para levantar un gran ejército de no muertos y convertirse
en el amo supremo. Sin embargo, cometió un error: entrar en mi
taberna. El engendro comenzó a amenazarme como hizo con todos los
habitantes de la ciudad. Mientras me hablaba, me dí cuenta de que en
lo alto del cayado en el que se apoyaba había una especie de amuleto
refulgente hecho con una esmeralda. Le pregunté que qué era eso y
el lich se cabreó de gran manera que no me dejó ningún tipo de
duda: era el objeto donde guardaba su alma. Le dije que me gustaba la
joya y que si me la podía vender. Eso hizo que se enfadara aún más.
Le dije que si no me la quería vender, que podíamos hacer un trato:
si me ganaba a una partida a “Héroes de la Guerra y del Martillo”
podía quedarse con mi alma para siempre y yo le serviría como un
engendro. Por el contrario, si yo ganaba la joya sería mía y el
tendría que servirme hasta que yo muriera. La arrogancia del no
muerto hizo que aceptara el trato. ¿Sabéis qué? No conozco a nadie
que pueda ganarme a ese juego. Hassan es mi cocinero ahora y yo
guardo su alma a buen recaudo. Para sorpresa mía, el tipo hace unos
platos de rechupete. Será por aquello de que tiene todo el tiempo
del mundo para aprender a cocinar, como es inmortal...
En fin, que el negocio va viento en
popa últimamente, incluso bajo la amenaza vampírica que se esconde
más allá de las murallas de la ciudad pero a mí me da igual. Con acabar la jornada con la bolsa llena hasta arriba de monedas
relucientes me sobra. Incluso tengo una barrica de sangre fresca
escondida en la bodega para sobornar a cualquier oficial vampírico
que se acerque por la taberna. Eso sí, no me preguntéis de dónde
la he sacado porque si las autoridades se enteran, se me cae el pelo.
Bueno, en realidad te cercenan las orejas, algo que para un alto elfo
es bastante doloroso, como podéis imaginar.
Pues eso. Si viajáis algún día
Middlenburg, pasad por mi taberna. Os haré un descuento en el plato
de pollo asado si mencionáis que habéis leído este panfleto (solo
uno por persona).
Explicaciones varias.
Veréis, después de mucho tiempo sin tocarlo, he querido volver a escribir algo ambientado en mi mundo de fantasía: El Orbe. Como muchos sabéis, tenía problemas a la hora de tocar el tema de la magia. En un principio, la cosa iba de que magos y sacerdotes eran lo mismo pero resultaba que no todo encajaba bien de esa forma. Tras muchos consejos dados por mis colegas y por vosotros, he llegado a la conclusión de que la magia será igual que en cualquier mundo de fantasía: existen magos y los clérigos pueden realizar milagros relacionados con su dios. Eso abre el abanico de posibilidades y me permite crear historias más divertidas y variadas.
Espero que os haya gustado.
¡Nos vemos!
Veréis, después de mucho tiempo sin tocarlo, he querido volver a escribir algo ambientado en mi mundo de fantasía: El Orbe. Como muchos sabéis, tenía problemas a la hora de tocar el tema de la magia. En un principio, la cosa iba de que magos y sacerdotes eran lo mismo pero resultaba que no todo encajaba bien de esa forma. Tras muchos consejos dados por mis colegas y por vosotros, he llegado a la conclusión de que la magia será igual que en cualquier mundo de fantasía: existen magos y los clérigos pueden realizar milagros relacionados con su dios. Eso abre el abanico de posibilidades y me permite crear historias más divertidas y variadas.
Espero que os haya gustado.
¡Nos vemos!
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