jueves, 11 de abril de 2013

La batalla del paso de Krambalash.

Es hora de que comience la invasión, ¿no os parece?

Desde su privilegiada posición en lo alto del puesto de observación del dirigible de mando “Zar Anatoly”, Ekaterina podía ver la inmensidad del campo de batalla en que se convertirá en unos minutos el paso de Krambalash. Este era el lugar adecuado para desplegar la maquinaria de guerra de la Horda Polar en su intento por invadir Vishnia, la joya de la corona del Imperio de Su Majestad. Los imperiales no se habían quedado de brazos cruzados y habían reforzado sus fronteras con más hombres y más armamento pesado, además de cavar metros y metros de trincheras.
-Hmmmm... Ni rastro de la Garra del León ni de los marcheurs- dijo Ekaterina- Creo que esto va a ser más fácil de lo que pensaba.
A su lado, el mariscal Tachenko fumaba en su pipa, esperando la orden de la emperatriz para comenzar el ataque.
-No te confíes, pequeñaja- dijo el kozak a Ekaterina- El comandante de la guarnición de Krambalash es Sir Thomas Morris, un tipo bastante astuto: consiguió emboscar a los nakopo en la batalla de Brunwell's Rift. Dicen que hasta logró hacer pasar desapercibido a todo un batallón de tanques. Seguro que estará esperando a que nos confiemos para sacar la ayuda prestada por Abeille.
-¡Ja! No me asusta. Yo también cuento con ayuda.
Ekaterina se giró hacia babor, donde una colosal fortaleza aérea de la Witterungkönfederation, con su característica silueta alargada repleta de hélices, tapaba la luz del sol con su amenazadora presencia. En uno de los puestos de observación se podía ver al káiser Reinhardt dando instrucciones a su alto mando, señalando los movimientos y objetivos en un mapa.
Ekaterina cogió el auricular de la radio que había al lado suyo, encima de una tosca mesa de madera. Reinhardt hizo lo mismo con la que tenía en la mesa donde reposaba el mapa.
-¿Alguna novedad?- preguntó Ekaterina.
-He pensado colocar algunos puestos de artillería en esas dos colinas- dijo el káiser.
-¿Gas?
-Por ahora no, no lo veo conveniente. Por cierto, cuando despliegues ese “arma secreta” tuya, ¿estarán a salvo?
-¿Qué insinúas?- preguntó Ekaterina algo mosqueada.
-Ekaterina, te conozco y sé que eres capaz de sacrificar cualquier vida humana por una victoria.
-¿Eso piensas? Creía que confiabas en mí, Reinhardt.
-Y confío en tí pero...
-Tranquilo, daré una señal para que todos los hombres se retiren del campo de batalla antes de desplegar el arma.
-De acuerdo. Corto- Reinhardt colgó el auricular. Ekaterina hizo lo mismo.
-¡Je! Solo faltaba que mi mejor aliado cuestionara mis órdenes- dijo la zarina algo enfadada. Cambió la frecuencia de la radio para contactar con el campo de batalla- Shorobiensky, ¿están preparados los shurales?
El científico, el cual había escondido a sus creaciones detrás de unas colinas, contestó a la emperatriz con el nerviosismo que le caracterizaba: “Sí... Sí, su ex... excelencia”.
-¿Tiene miedo?- dijo Ekaterina, con ánimo de divertirse con la tartamudez del biólogo.
-No... No, su excelencia.
-Bien. A mi señal, sáquenlos de las cajas.
-Co... como ordene. Co... Corto- ambos colgaron los auriculares.

Al otro lado del campo de batalla, el comandante y caballero del imperio Sir Thomas Morris preparaba las últimas líneas de defensa desde la “comodidad” de una trinchera.
-¡Recordad!- gritaba a sus hombres- ¡La Horda Polar jamás hace prisioneros! ¡Preparaos para atacar con toda vuestra fuerza!- se giró a su ayuda de campo- Cuando ordene, contacte con el comandante Fournier para que despliegue sus fuerzas.
-¡Sí, señor!

Ekaterina estiró sus delgados brazos y bostezó. Cogió la radio.
-¿Estás preparado, Reinhardt?- preguntó.
-¡Cuando quieras!- contestó el káiser.
La emperatriz pasó el auricular al mariscal.
-¡De acuerdo, Tachenko! ¡Dé la orden de ataque!
-¡Sí, su excelencia!- Tachenko cogió el auricular de la radio- ¡A todas las unidades! ¡Despliegue!
-¡Sí, señor!- dijo el comandante a cargo de las tropas de tierra.
En el campo de batalla pronto se desplegaron unidades de infantería y carros de combate en perfecta formación. Con paso constante, iban acercándose más y más a las defensas imperiales, haciendo frente a la lluvia de metralla de la artillería enemiga. Mientras, la artillería confederada golpeaba el campo de batalla, mandando a algunos soldados y puestos de artillería imperiales a los campos de caza del Ejecutor. Cuando estos estaban a escasos pasos, Tachenko dio la orden de carga. Con valentía, los soldados de la Horda calaron bayonetas y asaltaron las trincheras. Los soldados de ambos bandos caían por doquier, víctimas de los disparos y de los acuchillamientos. Sin embargo, las tropas de la Horda vencieron, haciendo que los soldados imperiales retrocedieran hasta la posición donde se encontraba el comandante Morris.
-¡Avise a Fournier!- ordenó el comandante imperial.
El ayuda de campo cogió la radio y ordenó al comandante losangita que hiciera acto de presencia.
Las riadas de soldados de la Horda parecían no terminar nunca.

-¡Ja, ja, ja! ¿Has visto eso, Tachenko? ¡Te dije que no aguantarían! ¡A por la siguiente trinchera!- Ekaterina estaba eufórica.
-Hmmmm...- Tachenko se atusó los bigotes- Aquí hay algo que me escama.
De repente, comenzó a sonar un ruido. Era como si alguien golpeara una pared con sus puños desde el otro lado. El sonido fue haciéndose más fuerte hasta sonar como si el Herrero hubiera descendido de los cielos y se hubiera puesto a trabajar en mitad del capo de batalla. La radio sonó.
-¡Señor! ¡Señor!- era el comandante dirigiéndose a Tachenko- ¡Por todos los dioses! ¡Señor!
-¿Qué ocurre?
-¡Los losangitas! ¡Los losang...!- la comunicación se cortó.
El mariscal se giró hacia la dirección donde estaban sus hombres y soltó el auricular con un gesto de espanto.
-¡Loado sea el Mariscal!- Tachenko se santiguó al ver la imagen: dos marcheurs estaban haciendo picadillo a sus tropas con sus torretas de ametralladoras. Los estilizados autómatas tripulados aplastaban a los soldados de la Horda con sus cuatro patas mientras que sus cañones volaban en pedazos los acorazados polares. Sus corazas parecían impenetrables para los proyectiles lanzados por estos últimos.
Lo peor no fue eso. Un fogonazo como nunca antes se había visto iluminó el campo de batalla.
-¿Qué demonios ha sido eso?- preguntó Ekaterina mientras se protegía los ojos con la mano.
Cuando la luz disminuyó, los puestos de artillería confederados se habían convertido en cráteres humeantes. Tras las trincheras imperiales, la alargada figura de un cañón, terminado en un borne eléctrico gigantesco, se alzaba sobre el campo de batalla.
-¡La Garra del León!- gritó Ekaterina- ¡No estaba desplegada! ¡Por eso no la vimos!
-Seguro que Morris ha usado telas de camuflaje para que pasara desapercibida. Te dije que era un genio, pequeñaja- dijo Tachenko.
La radio sonó. Era Reinhardt.
-¡Maldición! ¡Ekaterina, he perdido varias piezas de artillería por culpa de eso! Espero que tu “arma secreta” nos ayude.
Ekaterina sonrió. Cambió de frecuencia.
-¿Shorobiensky?
-Sí, su... su excelencia.
-Libere a los shurales.
Al otro lado, la sonrisa diabólica volvió al rostro del biólogo.
-Será un placer.
El Dr. Shorobiensky, revestido con la armadura para protegerse del ataque de algún shurale descarriado, dio orden a los cuidadores para que abrieran las cajas. Tras golpearlas, las criaturas salieron a toda velocidad lanzando unos escalofriantes aullidos. Los cuidadores tuvieron que usar sus bastones eléctricos para dirigirlos a donde querían: a las trincheras imperiales.
-¡Bien!- dijo Ekaterina- Por suerte, la Garra tardará en cargarse para disparar otra vez. Tenemos tiempo de sobra.
La radio volvió a sonar con la voz de Reinhardt.
-¡Ekaterina! ¡Por todos los dioses! ¿Qué demonios son esas cosas? ¿Son el arma secreta?
-Sep- contestó Ekaterina, sin darle mucha importancia a la pregunta del káiser.
Reinhardt alzó la voz.
-¡Me prometiste que retirarías a los hombres del campo de batalla antes de desplegarla!
-A los tuyos- contestó Ekaterina sin alterarse- Y, ahora que han sido reducidos a polvo y cenizas, no hay ningún problema.
Reinhardt calló por un instante hasta que su mente comprendió lo que realmente estaba pasando.
-¡Un momento! ¿Usaste a mis tropas como señuelo para la Garra?
-¡Jí, ji, ji! Me has pillado.
-¿Qué? ¿Te estás riendo de mí? ¿Del Káiser?- el emperador cada vez estaba más furioso.
-Tranquilo, Reinhardt. Has realizado bien tu trabajo y te lo agradezco.
-¡Lo sabía! ¡Von Eisenstahl me lo advirtió pero no quise hacerle caso! ”Solo le está usando para sus propios beneficios, majestad”, me dijo. ¡Maldita seas, Ekaterina Fyodorovna Zoldanowich! ¡Maldita seas cien veces! ¡Espero que Ella te descuartice por toda la eternidad en la otra vida! ¡Nuestra alianza queda rota! ¡Me retiro!
La comunicación se cortó. Acto seguido, la fortaleza aérea puso en marcha los rotores que le permitían desplazarse en el aire. El sol fue iluminando nuevamente el campo de batalla a medida que el monstruoso vehículo se dirigía de vuelta a la Witterungkönfederation.
-¿Crees que has hecho bien, pequeñaja?- preguntó Tachenko- Recuerda que Reinhardt no olvida las ofensas tan fácilmente.
-Me da igual. Todo ha salido como yo quería. Ahora, contemplemos el espectáculo.

Los shurales llegaron hasta donde estaban los marcheurs. Sin distinguir amigos o enemigos, las criaturas despedazaron a algunos soldados de la Horda. Tras esta pequeña carnicería, subieron por las patas de las máquinas. Una de las criaturas destrozó el sistema hidráulico de una de las extremidades mecánicas a mordiscos, desestabilizando al autómata y haciendo que cayera al suelo. Las criaturas rompieron los cristales de las torretas y entraron en el interior, matando a toda la tripulación de ambas máquinas, entre ellos al comandante Fournier, al cual no le dio tiempo ni de desenvainar su sable. Los shurales siguieron su marcha de destrucción hacia la trinchera donde se encontraba Morris.
-¡Qué los dioses nos asistan!- gritó- ¡Disparen la Garra!
-¡Imposible, señor!- gritó uno de los científicos encargados del arma- La batería solo está al 60 por ciento. Debemos esperar unos minutos más.
-¡No hay tiempo! ¡Esas cosas se abalanzarán contra nosotros en...!- pero el comandante no pudo terminar su frase ya que una de las criaturas atravesó su espalda con una de sus garras, arrancándole la columna vertebral de cuajo. El resto de soldados imperiales fue masacrado sin tener tiempo a oponer resistencia y los científicos fueron devorados. Las criaturas se ensañaron con el cañón eléctrico, tanto que sobrecargaron las baterías, haciendo que estas explotaran tan violentamente que la mayoría de engendros fueron vaporizados.
Los pocos soldados de la Horda que quedaron vivos celebraron la victoria, mientras que Shorobiensky y los cuidadores consiguieron devolver a sus cajas a los escasos shurales que habían sobrevivido.
-¡Victoria!- gritó Ekaterina mientras saltaba de alegría.
-Sí, ¿pero a qué precio?- dijo Tachenko algo apesadumbrado- Muchos de nuestros hombres han perecido y nos hemos ganado un poderoso enemigo.
-Ya, no seas aguafiestas, Tachenko. Ahora, nuestro camino a Vishnia está despejado. Nada podrá detenernos.
-Espero que eso sea verdad- el mariscal dio una calada fuerte a su pipa.
-En fin, esta clase de batallas me da hambre. ¿Vamos a comer algo?- la zarina salió del puesto de observación para dirigirse al comedor. Tachenko se quedó unos minutos más en la sala, contemplando el horizonte tras el cual se encontraba Vishnia.


Bien, esto es lo que tanto habíais esperado: muerte y destrucción de parte de vuestra soberana favorita.
He estado varios días dándole vueltas a la forma de describir mejor la batalla. Sé que se puede mejorar, así que vuestras opiniones serán bienvenidas.
Y, sí, nunca os fiéis de Ekaterina. Nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Vamos, comenta!
Tu opinión será valorada.