¡Hola, chicos!
Un post rapidito para compartir con vosotros una cosa.
Ted's Roman Name Generator
¿Qué chorrisandez es esa?
Simplemente, es un generador de nombres romanos. Ponéis vuestro nombre y vuestro primer apellido y descubriréis como os llamaríais si fuerais ciudadanos de pleno derecho de la República. O del Imperio, a mí me da igual.
Sí, los genera al azar pero creo que es una buena herramienta por si estáis interesados en escribir algún relato o guionizar un cómic ambientado en la Antigua Roma o en un mundo de fantasía con reminiscencias romanas.
Tranquilos, en el próximo post disfrutaréis de una nueva aventura de Ekaterina. ¡Nos vemos!
jueves, 31 de enero de 2013
sábado, 26 de enero de 2013
¡Revolución!: un relato escrito por Vilem Landerer.
¡Saludos a todos!
Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.
Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!
Es increible la aceptación que están teniendo los relatos sobre Ekaterina que he escrito.
No sé si es que me estáis haciendo la pelota y no tenéis valor para decirme lo mal que escribo o que realmente os gustan.
Por eso, os quiero dar las gracias.
Gracias por vuestros comentarios, apoyo, sugerencias, críticas y fanarts.
Y todo esto viene a colación porque Vilem Landerer, gran colega que tengo en Subcultura y gran escritor, ha escrito este relato protagonizado por la emperatriz que todos queremos (si no la apreciamos, nos mandará fusilar XD).
Aquí tenéis el relato de Vilem, titulado "¡Revolución!". ¡Muchísimas gracias, compañero!
La
plaza del Palacio Helado hervía de excitación. De violenta
excitación. Una docena de guardias del Oso, con sus grandes barbas y
bigotazos y sus ushanka de pelo de oso, se apelotonaban alrededor de
aquella figura delgada y pequeña que blandía el sable de su padre e
increpaba brutalmente al gentío que los rodeaba. Más de un centenar
de personas rodeaban a los 13 que se defendían contra la puerta,
encima de los cadáveres de enemigos y compañeros, muertos en los
minutos previos. La Guardia del Oso había tenido que improvisar una
defensa alrededor de Ekaterina, pues no sólo el palacio, sino la
capital entera se había rebelado y después de horas de limpieza
dentro del mismo, los revolucionarios del Igualitarismo habían
conseguido penetrar las puertas del patio. La Emperatriz, en lugar de
huir, había empuñado su sable y llevaba toda la mañana al frente
de aquella lucha desesperada contra un enemigo que los superaban y
mucho, en número. La habían herido de un mosquetazo y se mantenía
erguida pese a ello, con un trozo de manga de la casaca de uno de sus
guardias, que se la había arrancado nada más verla herida. A su
alrededor luchaban con denuedo, aunque ya daban muestras de fatiga y
sus enemigos más cercanos tenían una evidente faz de terror.
Algunos ya no se acercaban y los fusiles comenzaron a aparecer entre
las primeras líneas.
–¡Perros!
–gritó de pronto feroz, Ekaterina–. ¡De esta no os librareis
tan fácilmente! ¡Vuestras cabezas adornarán mi palacio durante
generaciones!
Se
prepararon para disparar, sin acercarse demasiado a la masa humana
erizada de sables y medias picas, que ya había agotado municiones y
se preparaba para recibir la descarga.
–¡Mi
guardia! –siguió la emperatriz, con la certeza de que aquellos
eran sus últimos momentos y no iba a dejar de presentar batalla–.
¡Cubríos con los muertos! ¡Usadlos de parapeto!
La
Guardia se giró. Parte de su consigna extraoficial es que no se
cubrían, ni retrocedían. Pero allá estaba ella, menuda y herida,
el sable de su padre muerto en la mano, gritando órdenes e insultos
por igual, sin descomponerse. Alguno recordó la muerte del
progenitor y alguno sintió ternura hacia la cruel Ekaterina, así
que con ánimos renovados, se agacharon, se echaron los muertos por
encima y recibieron las primeras descargas con resignación. A los
sublevados les debían faltar municiones también, pues entre una y
otra pasaban varios minutos, mientras buscaban pólvora para recargar
los fusiles.
–¡Traed
más balas! –gritó uno de los rebeldes, hacia su retaguardia–.
¡Más cartuchos, más pólvora!
Ekaterina
no se pudo contener. Una cosa era el enorme enfado del hecho de que
se hubieran levantado contra ella. Pero así, de esa manera, con tan
poca previsión, le nublaba el juicio.
–¿¡¡Más
balas!!? –gritó y se la pudo escuchar en toda la capital–.
¿¡¡Acaso creéis que esto es la caza del cerdo negro de
Zaranamov!!? ¡¡Estáis asaltando el Palacio Helado esperando que lo
entregaría!! ¿¡¡Por quién demonios me tomáis!!?
Se
quedaron paralizados por el estupor. Aquello no estaba saliendo cómo
habían planeado. La mayoría pensaba que la fuerza de la unidad y la
fraternidad derrotaría a los imperialistas. No se habían esperado
que la Guardia del Oso fuera una piedra tan dura. Y la propia
emperatriz no se quedaba atrás. Pensaban que acabaría de forma
similar a la rebelión que acabó con su padre, pero que ahora no
habría una cabeza visible de gobierno. Creían muchas cosas.
El
silencio se había hecho en la plaza. Nadie se atrevía a toser y
sólo se escuchaba la respiración furiosa y agitada de Ekaterina,
que fue creciendo en magnitud, hasta que todos creyeron que se
transformaría de un momento en otro en el dragón que temían que
fuera y los devoraría.
–¡Vamos
hermanos, terminemos con ella –dijo desde atrás, tratando de dar
algo de valor–, antes de que se organicen de nuevo!
Se
envalentonaron de nuevo, sólo eran doce hombres y una muchacha. Eran
veinte veces ellos, no había nada que temer. Y con esa premisa, se
lanzaron de nuevo.
–¡Cerrad
fila, mi Guardia! –gritó de nuevo, al ver que se les echaban
encima otra vez–. ¡No olvidaré esto! ¡Ekaterina no olvida!
Los
veteranos guardias se apretaron de nuevo y combatieron recio. El
rumor de la respiración de la emperatriz seguía creciendo. Hasta el
punto de que se dieron cuenta de que no era respiración, sino un
motor. Algo motorizado se acercaba por la avenida, de la que
comenzaban a llegar relinchos y voces airadas. Un cañón de asalto
avanzaba por el centro de la vía, flanqueado por dos carros de
combate,
a cuyos costados se abría una enorme cantidad de kozaks, que ya
llevaban sus sables desenvainados que centelleaban al sol del
atardecer. Se abrían paso entre la muchedumbre que rodeaba y llenaba
la plaza del palacio, sin frenar ante nadie, dispersando a la
población.
–¡Preparados
para abrir fuego! –gritó el comandante dentro de la bestia de
acero, mientras el artillero afinaba puntería, con el cañón
cargado con carga doble de metralla–. ¡A mi orden! ¡Fuego!
El
corazón del monstruo vibró brutalmente por la descarga. El enorme
cañón retrocedió un metro y frenó con terrible estrépito, hasta
el punto de que el vehículo ralentizó su marcha.
Medio
centenar de personas cayeron al suelo, muertas o heridas por las
pelotas de plomo en el aire. Ekaterina sintió que la deflagración
la golpeaba y un calor de satisfacción le recorrió el torso. Cuando
los tanques abrieron fuego a su vez y los kozaks alzaron sus sables y
picaron espuelas, los rebeldes flaquearon visiblemente. La emperatriz
vio la duda en sus ojos y supo que era el momento.
–¡Vamos
mi Guardia! ¡A por ellos! –se levantó ella, alzando el sable
ensangrentado, conteniendo la mueca de dolor–. ¡Hay que apretar!
¡Seguidme!
Los
del Oso se levantaron. Muchos de ellos le triplicaban la edad. Y
ninguno se iba a quedar atrás. Se prepararon, mientras Ekaterina
ayudaba al más anciano de todos a levantarse, pues era de los más
heridos y había cubierto a la emperatriz durante toda la batalla.
Ella lo agarró del costado y lo mantuvo en pie.
–¡A
ellos! ¡A ellos! –repitió, tomando aire–. ¡¡A ellos!!
Se
lanzó hacia adelante, con el anciano a su izquierda parando y dando
tajos y se vió a ella misma, en medio de la multitud, cortando cómo
si fuera lo único que pudiera hacer.
Los
rebeldes entraron en pánico tras semejante muestra de ferocidad. Los
guardias mataban a cualquiera que se acercara y no dejaban de moverse
hacia adelante, cubriendo a sus compañeros, con Ekaterina en el
centro, cargando con la ayuda de otro más al más veterano de ellos.
Las cabezas se abrían cómo melones, horrendas brechas se aparecían
en torsos y los miembros quedaban inútiles. La masa se movió hacia
la puerta, por la que entraba el enorme cañón de asalto,
que no frenó, sino que aplastó a los que cogió por medio,
convirtiéndolos en pulpa sanguinolenta. Casi inmediatamente el
gentío se echó al suelo, soltando armas y bagajes, pues tras el
animal de acero cargaban los kozaks, sables en alto.
–¡No!
–gritó Ekaterina, voceando ronca, pero enérgica–. ¡Los quiero
vivos!
El
mundo se enteró un día después de lo ocurrido en el Horda Polar.
Una revolución a gran escala, violenta y de carácter igualitarista
había intentado deponer a la actual emperatriz. Sin éxito. Imágenes
de ahorcamientos se podían ver en todas las salas de filmes una
semana más, así cómo escenas grabadas por la propia propaganda
imperial, mostrando escenas de Ekaterina firmando papeles, herida
pero con fuerza, así cómo colgando medallas en el pecho a 11
guardias del Oso y depositando una doceava en un ataúd adornado con
la bandera nacional. El propio mensaje de Ekaterina, fue emitido por
radio casi dos semanas después, cuando concluyeron las
investigaciones de sus servicios de espionaje, que habían salido
malparados tras la súbita revolución, pues a muchos los habían
atrapado.
<<No
puedo decir que no me haya sorprendido el intento de levantamiento.
No me lo esperaba y desde luego, no imaginé que su germen vendría
del extranjero. Un grupo de espías, que ya han sido ajusticiados en
su totalidad, instigaron, organizaron y armaron; muy pobremente, a
los golpistas. Creyeron que no necesitaban de más, pues me
eliminarían con facilidad, pero no pensaron que soy hija de mi padre
y con su mismo sable, el mismo que usó la última vez que corrió a
sofocar un levantamiento. ¡Soy Ekaterina Fyodora Zolnerowich, hija
de Alexis Fyodor Zolnerowich! ¡No soy una cualquiera y a mí, no se
me vence por la espada! Pero es evidente que el Imperio de su
Majestad en vista de que no puede derrotar a Horda Polar en la
honrada guerra, trata de hacerlo mediante actos subversivos, azuzando
a mi propio pueblo en mi contra. Los detenidos han sido condenados a
trabajos forzados, pues no creo que su ejecución sea lo que merecen,
ya que al fin y al cabo fueron otros los conspiradores y ellos tan
sólo las marionetas. Espero que mi magnanimidad convenza a mi gente
de que trabajar por nuestro bien común es mucho mejor que conspirar
con agentes enemigos, que no dudarán en dejar abandonados a sus
aliados aquí, con tal de salvar el pellejo.>>
El
discurso caló muy hondo en Horda Polar. Todos sabían de la feroz
resistencia en el palacio y de que la propia Ekaterina había peleado
mano a mano con sus guardias. Nadie se atrevería a levantarse de
nuevo contra ella, al menos no en tiempo de paz. Nadie, pues a pesar
de su relativa indulgencia con los vivos, los muertos seguían
observando al pueblo desde las estacas donde habían clavado las
cabezas de los insurrectos fallecidos. Nadie olvidaría aquello y a
la Emperatriz se le daba muy bien que nadie olvidara.
domingo, 20 de enero de 2013
El rey de Prusia y el pandur.
¡Hola, amantes de la historia!
¿Cómo lo lleváis? Me encanta escribir en las románticas tardes de domingo, así que he pensado que sería una buena idea escribir un post sobre alguna curiosidad histórica. Esta vez, os vais a reír con algo que paso hace mucho tiempo. Seguid leyendo.
1758.
Hace dos años que comenzó la Guerra de los Siete Años.
Los austriacos, deseosos de recuperar la región de Silesia perdida tras su Guerra de Sucesión en favor de los prusianos, no tuvieron en cuenta que se enfrentaban a un reino donde cada hombre había nacido para la guerra. El "ejército con un estado", como algunos lo denominan, marchaba sin ningún tipo de oposición hacia Austria gracias al liderazgo de su rey, Federico II.
¿Cómo lo lleváis? Me encanta escribir en las románticas tardes de domingo, así que he pensado que sería una buena idea escribir un post sobre alguna curiosidad histórica. Esta vez, os vais a reír con algo que paso hace mucho tiempo. Seguid leyendo.
1758.
Hace dos años que comenzó la Guerra de los Siete Años.
Los austriacos, deseosos de recuperar la región de Silesia perdida tras su Guerra de Sucesión en favor de los prusianos, no tuvieron en cuenta que se enfrentaban a un reino donde cada hombre había nacido para la guerra. El "ejército con un estado", como algunos lo denominan, marchaba sin ningún tipo de oposición hacia Austria gracias al liderazgo de su rey, Federico II.
Der Alte Fritz
No hace falta decir mucho sobre este hombre.
Bueno, para los que no lo conozcáis deciros que está considerado como una de las mentes tácticas más celebradas de la historia. Federico sabía siempre que hacer en el campo de batalla, como buen prusiano que se preciase. Además, su mente no solo estaba abocada a la guerra. Era también un buen músico y un gran filósofo. Amigo de Voltaire, Federico fue el autor de "El Antipríncipe" o "Anitmaquiavelo", un tratado en el cual desmontaba todas las tesis sobre el gobierno de una nación ideadas por el escritor florentino.
Siguiendo con nuestra historia, nos encontramos a Federico guiando a sus ejércitos en persona por la región de Moravia, en la actual República Checa. Esta región pertenecía al imperio de los Habsburgo en esta época. Mientras que nuestro protagonista cabalgaba a la cabeza de su ejército por un camino, a lo lejos divisó algo que le llamó la atención: detrás de una cerca que delimitaba el camino, había un hombre apostado detrás de un árbol. Federico se quedó extrañado y decidió avanzar hacia donde estaba el hombre. Al acercarse, pudo ver al hombre apuntándole con un mosquete. Resultaba ser un pandur, un tipo de infantería ligera de origen croata al servicio del Imperio Austrohúngaro. Federico, al ver que el hombre no abría fuego, se encaró y le dijo: "¡Tú! ¡Tú! ¡Sí, tú! Espero que no te quede pólvora en la cazoleta". Acto seguido, el rey de Prusia dio media vuelta. El pandur, avergonzado, bajó el arma y dejó que Federico se marchase.
Es una anécdota muy curiosa, ¿no os parece?
lunes, 14 de enero de 2013
Esa espantosa portada.
¡Hola, gentes!
Hoy os voy enseñar algo espantoso. Terrorífico, si lo queréis llamarlo así.
Ayer, hablando con Soturisi por el chat de Facebook, le enseñé algo que me costó trabajo hacer pero que, si os digo la verdad, deja mucho que desear.
Como recordaréis de un post que escribí hace bastante tiempo en Subcultura sobre las Guerras Husitas, escribí una novela para un trabajo de clase ambientada en este conflicto titulada "El Ganso y el Cáliz". 24 páginas (el escaso tiempo que teníamos para escribirla hizo que tuviera que saltarme varias cosas) de batallas, dilemas religiosos y clichés de películas de aventuras.
Bien, para rizar el rizo, dibujé una portada para presentar este escrito. He aquí el desaguisado:
Hoy os voy enseñar algo espantoso. Terrorífico, si lo queréis llamarlo así.
Ayer, hablando con Soturisi por el chat de Facebook, le enseñé algo que me costó trabajo hacer pero que, si os digo la verdad, deja mucho que desear.
Como recordaréis de un post que escribí hace bastante tiempo en Subcultura sobre las Guerras Husitas, escribí una novela para un trabajo de clase ambientada en este conflicto titulada "El Ganso y el Cáliz". 24 páginas (el escaso tiempo que teníamos para escribirla hizo que tuviera que saltarme varias cosas) de batallas, dilemas religiosos y clichés de películas de aventuras.
Bien, para rizar el rizo, dibujé una portada para presentar este escrito. He aquí el desaguisado:
¡¡¡AAAAAAAARGH!!! ¡MIS OJOS! ¡MIS OJOS!
Sí, amigos míos. Lo que estáis viendo es la cutre-portada que hice para la novela.
¿Qué pasos seguí para hacer este atentado contra el buen gusto? Primero, dibujé en un folio lo que quería representar. Segundo, rotulé el dibujo con un rotulador Carioca de los gordos (sí, habeis leido bien). Esceneé y coloreé usando Fireworks.
La inspiración me vino de las ilustraciones sobre los soldados husitas que Angus McBride hizo para el libro de Osprey que usé para documentarme.
Como veis, el resultado deja mucho que desear.
No solo por el color sino también por varios elementos. Las hastas de las banderas son uno de ellos. La propias banderas también, que no dan sensación de estar ondeando en el aire. Esa especie de cerca negra es en realidad un ejército visto por detrás (sí, es eso). Creo que lo único que me salió bien fue el pelo del personaje y los dibujos que aparecen en las banderas (el ganso y el cáliz).
Bueno, solo quería compartir esto con vosotros.
jueves, 10 de enero de 2013
La emperatriz y el científico.
Bueno, aquí tenéis otro relato protagonizado por Ekaterina.
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).
La tensión en la Sala de Espías del
Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana
helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas
desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran
preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver
a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un
cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el
campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la
pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia
Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar.
Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y
tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o
que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara
sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de
Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial
firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave,
algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de
crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su
tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con
las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas-
Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La
mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que
golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de
batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación
para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad
escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con
fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos
imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero
tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al
mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las
universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en
nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos,
aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien
consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova
se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días,
Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la
pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que
los científicos imperiales celebraban el buen resultado del
experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar,
imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.
Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho
de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo
curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía
ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?-
preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe
sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está
ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova.
Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco
la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su
escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que
acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura
era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse
la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su
cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una
alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba
ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas
gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha
llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general,
parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión
de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para
ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro
hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia.
A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que
me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón
de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es
Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el
joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su
excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo
sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió
Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la
Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología
bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular
palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió
la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a
nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail
con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió
uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo
desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que
parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga.
Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la
esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he
diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una
imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su
padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son
cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada
aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y
a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su
excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras
bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo
de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo,
su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la
coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una
voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable
de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió
nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una
zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN
BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con
toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN
BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un
arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh,
Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario,
contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase
de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la
pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está
bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo
miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes
pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el
ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral,
su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran
tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la
portada.
-”La creación de nuevas formas de
vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo
tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los
tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se
podría crear una nueva forma de vida que combine las características
principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear
una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando
el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico
loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se
refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un
tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo
engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi
invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible-
masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas
disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema.
Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail:
“¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo
que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo
Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó
la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos,
reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello
funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail-
necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo
imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de
cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede
conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de
encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el
líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que
colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo-
Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su
despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro
salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el
Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la
emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó
Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse
una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad
y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para
sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento
sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su
excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que
Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del
joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un
destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.
Los días pasaban y las noticias que
llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El
15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron
un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada
en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla
contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El
resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas
en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas
esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.
Y llegó cuatromiembre y con él, la
tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a
ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la
nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé
esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de
Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción
en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera
su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se
iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que
perder!
El Hospital del Ejército fue
construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar
un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos
durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas
presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en
la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para
aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el
escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un
oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón
a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la
puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual
mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño
reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las
escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que
visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso
cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le
dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se
giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su
excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se
abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó
un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una
cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto
seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a
descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia-
dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no
le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un
chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia
radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”,
Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo
decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que
había entrado para llevar material quirúrgico al doctor
Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios,
gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos
tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una
cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta
de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el
rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que
le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de
ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal.
La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el
doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia,
Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino,
frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas
espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina
salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas
lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de
metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las
tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a
Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!-
ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La
imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante
espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado
de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una
abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba
cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó
Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su
enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky!
¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia-
Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto
de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma
de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado?
¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños
problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo-
contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño
en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado
de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía
razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo
duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la
sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una
gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de
pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían
destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y
respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He
usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó
atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo.
¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en
ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la
criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por
todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba
ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la
criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes
de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky
cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta
se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico,
el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le
en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo
al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras
observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba
Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza,
inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos
sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba
manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta
de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo
el científico, completamente sorprendido por la reacción de la
emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y
se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los
sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al
doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza
para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser
barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail,
completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a
un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero
ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con
gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!
Espero que os haya gustado.
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.
martes, 8 de enero de 2013
Regalaco de Maesesag.
¡Hola, gentes!
Después de pasar estos reyes en Valencia, vuelvo a la carga y esta vez con una sorpresa que me ha alegrado el día o, quizás, el resto de semana.
Abro Subcultura para ver las notificaciones (¡108!) y me encuentro con un mensaje en el buzón de maesesag, autor de "Punto Azul" (postapocalipsis, sexticornios y Carl Sagan en un mismo cómic. ¿A qué esperas para leerlo?) y me sale este pedazo regalo de reyes.
Después de pasar estos reyes en Valencia, vuelvo a la carga y esta vez con una sorpresa que me ha alegrado el día o, quizás, el resto de semana.
Abro Subcultura para ver las notificaciones (¡108!) y me encuentro con un mensaje en el buzón de maesesag, autor de "Punto Azul" (postapocalipsis, sexticornios y Carl Sagan en un mismo cómic. ¿A qué esperas para leerlo?) y me sale este pedazo regalo de reyes.
"¡Chúpate esa, Alexandra!"
Nuestra emperatriz favorita en toda su gloria. Y con piel de zorro y todo.
¡Muchísimas gracias, maesesag!
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