jueves, 10 de enero de 2013

La emperatriz y el científico.

Bueno, aquí tenéis otro relato protagonizado por Ekaterina.
Debido al éxito que está teniendo, he pensado que sería mejor daros a conocer algo más el mundo de Verne pero antes, otra aventura de nuestra soberana favorita donde conceréis a otros personajes de su peculiar universo (y alguna cosa que os llamará la atención).

La tensión en la Sala de Espías del Palacio Helado se podía cortar con un cuchillo aquella mañana helada de primiembre. No era para menos, ya que las noticias llegadas desde el Imperio de Su Majestad en forma de película muda eran preocupantes. Entre los fotogramas del film proyectado se podía ver a unos científicos y militares imperiales probando un nuevo arma: un cañón eléctrico de proporciones colosales, capaz de convertir el campo de batalla en un yermo de un solo disparo.
Ekaterina miraba con gesto furioso la pantalla. A lado del proyector, de pie, estaba la coronel Nadia Tereshkova, jefa del Servicio de Inteligencia de la Horda Polar. Terroríficas historias cuentan sobre esta mujer de unos treinta y tantos años. Dicen que ha matado a bebés con sus propias manos o que asesinó a toda la familia de un disidente solo para que contara sus planes.
-¿Cómo ha conseguido esa estúpida de Alexandra esa tecnología?- preguntó su Excelencia.
-Gracias al tratado de entente cordial firmado con Losange, excelencia- contestó Tereshkova con voz suave, algo que llamaba la atención si pensamos en la cantidad de actos de crueldad protagonizados por esta mujer- Abeille intercambió su tecnología eléctrica a cambio de varios privilegios comerciales con las colonias imperiales.
-¡Argh! Esto complica las cosas- Ekaterina se levantó de la silla y se encaminó hacia Nadia. La mujer miraba a su excelencia con su único ojo sano- Tenemos que golpearles antes de que desplieguen esa monstruosidad en el campo de batalla.
-¿Quiere que lleve acabo una operación para sabotear el arma?- preguntó la coronel con una tranquilidad escalofriante.
-No, no. Combatiremos el fuego con fuego. Crearemos un arma que consiga poner en fuga a los ejércitos imperiales.
-¿Algo en especial?
-No sé. Ya se me ocurrirá algo pero tengo una misión para usted, Tereshkova: quiero que encuentre al mayor genio que habite en nuestro imperio. Busque por todas las universidades del país...
-Solo tenemos una universidad en nuestro país, su excelencia.
-¡No me interrumpa! Ciudades, pueblos, aldeas, donde sea pero que sea una mente prodigiosa. Él será quien consiga que Alexandra se arrodille ante mí.
-Como guste, su excelencia- Tereshkova se cuadró, hizo el saludo militar y salió de la habitación.
Ekaterina gritó: “¡Tiene dos días, Tereshkova!”
Su majestad se quedó mirando a la pantalla donde la película se quedó parada en el momento en el que los científicos imperiales celebraban el buen resultado del experimento.
-Pronto no tendréis nada que celebrar, imbéciles- Ekaterina salió de la sala como una exhalación.

Dos días pasaron.
Alguien llamó a la puerta del despacho de la emperatriz.
-¡Entre!- gritó Ekaterina.
La coronel Tereshkova entró. Es algo curioso pero a pesar de las botas de caña alta que calzaba, no hacía ningún ruido al andar.
-¡Ah, Tereshkova! ¿Lo ha encontrado?- preguntó la joven soberana entusiasmada como un niño cuando recibe sus regalos de cumpleaños.
-Sí, su Excelencia. De hecho, está ahora mismo aquí. Ha sido una misión bastante difícil.
-No me importa su vida, Tereshkova. Hágalo pasar.
-Como ordene- Tereshkova abrió un poco la puerta del despacho he hizo un gesto para que alguien pasase.
Ekaterina, sentada en la mesa de su escritorio, se quedó con la boca abierta al ver a la persona que acababa de entrar. Decir que era alto era quedarse corto. Su estatura era tal que el joven tuvo que agacharse al entrar para no golpearse la frente con el dintel de la puerta. Delgado pero robusto, su cabello rubio presentaba dos marcadas entradas que denotaban una alopecia galopante pero parecía no importarle ya que no intentaba ocultarlas con ningún tipo de sombrero. Detrás de unas redondas gafas de alambre se encontraban dos ojos verdes. En su mano derecha llevaba un portafolios que sujetaba con firmeza aunque, en general, parecía estar bastante nervioso. Ekaterina se repuso ante la visión de semejante titán, carraspeo, se puso de pie y alzó su cabeza para ver al joven hasta que su cuello no dio para más.
-Eh... ¿Así que este es nuestro hombre? Y bien, ¿tendrás un nombre, no?
-Sss... Sí, su... su ex... excelencia. A... Antes de nada, qui... quiero decirle que... que es un honor que me haya seleccionado y...
-Te he pedido un nombre, no un montón de balbuceos sin sentido- dijo Ekaterina.
-Sss... Sí. Mi... mi nombre es Mikhail... Mikhail Shoroviensky- a pesar de su imponente tamaño, el joven temblaba como un flan.
-¡Ah, bien! ¿Qué edad tienes?
-Ve... Veintisiete años, su... su excelencia.
-Eres casi diez años mayor que yo, ¿lo sabías?
-Sí... Sí, su exce...
-Bien, vayamos al asunto- interrumpió Ekaterina- Necesito enseñarle a esa mojigata de Alexandra que la Horda Polar está a la vanguardia en cuestiones de tecnología bélica, ¿comprendes?
El joven asintió, sin poder articular palabra debido a los nervios.
-Es por eso que estás aquí- prosiguió la zarina- Quiero que tú construyas el nuevo arma que llevará a nuestra gloriosa nación hacia la victoria.
-¿Co... Construir?- preguntó Mikhail con gesto de no entender nada.
-¡Sí! ¡Construir!- Ekaterina abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un rollo de papel. Lo desplegó ante la mirada del joven. El papel era un plano de lo que parecía un amasijo de cañones sobre unas gigantes ruedas de oruga. Encima del dibujo estaba escrito: “Domador de Leones”. En la esquina inferior izquierda estaba la firma de la zarina- Ves, lo he diseñado yo- dijo, sosteniendo el plano por encima de ella. Era una imagen bastante cómica, como si una niña pequeña le enseñase a su padre el dibujo que hizo el día anterior en la escuela- Estos son cañones AA, por si al imperio se le ocurre mandarnos su armada aérea. Estas ametralladoras convertirán en pulpa a la infantería y a la caballería; y este cañón...
-Si.. Siento interrumpirla, su excelencia, pe... pero no soy ingeniero- dijo el joven.
-¿Cómo?- preguntó Ekaterina mientras bajaba el plano. Su rostro estaba pasando de blanco invernal al rojo de la furia contenida.
-No... No soy ingeniero. Soy biólogo, su... su excelencia.
Ekaterina miró con rabia hacia la coronel Tereshkova. Volvió a mirar al joven y con una sonrisa y una voz entre la dulzura y el odio dijo: “Perdón. ¿Serías tan amable de salir de mi despacho un momento? Gracias”. El joven asintió nerviosamente, hizo una reverencia con la cabeza y salió de una zancada de la habitación.
-¡¡¡¿¿¿CÓMO QUE UN BIÓLOGO???!!!- gritó Ekaterina a la jefa del servicio secreto con toda su ira- ¡¡¡DISEÑO EL MEJOR ARMA DEL MUNDO Y ME TRAE UN BIÓLOGO PARA CONSTRUIRLA, TERESHKOVA!!! ¿Cómo va a construir un arma un tipo que solo entiende de animalitos y de plantas, eh, Tereshkova?
La coronel ni se inmutó. Al contrario, contestó de forma pausada y tranquila: “No especificó qué clase de arma buscaba”.
-¡Claro! ¡Ahora soy yo la que mete la pata!
-Si le diera una oportunidad...
Ekaterina cayó. Respiró hondo: “Está bien. Hágalo pasar de nuevo”.
Mikhail volvió a entrar. Ekaterina lo miró con gesto arrogante.
-Y bien, biólogo, ¿qué tienes pensado hacer?
-Bu... Bueno. Ve... Verá. Es sobre el ca... campo de inves... investigación de mi tésis doc... doctoral, su... su excelencia- el joven abrió el portafolios y sacó un gran tomo que ofreció a Ekaterina. La zarina leyó el título de la portada.
-”La creación de nuevas formas de vida gracias a la unión de sus células”. 382 páginas. No tengo tiempo para leer. Resúmelo en pocas palabras.
-Ve... Verá. Creo que combinando los tejidos de dos o varias criaturas y aplicando una serie nutrientes se podría crear una nueva forma de vida que combine las características principales de los especímenes de muestra.
Ekaterina arqueó una ceja: “¿Crear una abominación de laboratorio?”, preguntó.
-Bu... bueno, podría decirse así.
-¡Genial!- exclamó la emperatriz.
-¿Le... le gusta?
-Creo que no eres muy bueno detectando el sarcasmo. Me refiero a que todo eso lo puede hacer un científico loco en el sótano de su casa.
-Pe... pero eso a lo que usted se refiere es... es a partir de partes de criaturas. Yo hablo de solo un tejido. Se... sería como un em... embarazo.
-Claro que sí. ¿Y quieres que yo engendre a ese ser?
-Nn... No. Con un tanque de cría de mi invención po... podría hacerlo.
-Hmmmm... Eso suena más factible- masculló la soberana- Bien, ¿tienes alguna de tus criaturas disponible para que la vea?
-Es... es que ese es el problema. Nun... nunca he podido llevar a la práctica mi teoría.
Ekaterina miró con desdén a Mikhail: “¿Estás de broma, no?”
-No. Es... es cierto.
-¿Y cómo quieres que invierta en algo que ni sé si va a funcionar?
-Por favor, su excelencia- dijo Tereshkova- Dele una oportunidad al señor Shoroviensky.
Ekaterina cerró los ojos y se llevó la mano a la frente mientras pensaba. Al cabo de unos segundos, reaccionó: “Está bien. ¿Qué necesitas para que todo ello funcione?”
-Bi... Bien- contestó Mikhail- necesito muestras de tejido de cualquier criatura.
-Bien. Se pueden conseguir del zoo imperial y de los campos de prisioneros. ¡Más!
-Sí... Y líquido amniótico.
-¿Qué?- Ekaterina se sosprendió.
-S... Sí. Es para que la cámara de cría sea igual a un útero y nu... nutra al feto . Se puede conseguir durante el parto, cuando la mujer rompe aguas.
-Bien. Tereshkova, encárguese de encontrar a mujeres a punto de dar a luz para conseguir todo el líquido amniótico que pueda. Recompense a las familias que colaboren con 500 osos de plata.
-Sí, su excelencia. Ahora mismo- Tereshkova se despidió con el saludo militar y salió del despacho.
Ekaterina se acercó al interfono de su despacho: “¡Baturyn!”
La voz cascada del primer ministro salió del aparato: “¿Sí, su excelencia?”
-Proporcione un laboratorio en el Hospital del Ejército al señor Mikhail Shoroviensky- dijo la emperatriz.
-Como ordene, su excelencia- contestó Baturyn.
Ekaterina volvió a acercarse al joven.
-¿Cuánto tiempo tardaría en gestarse una de esas criaturas?
-Bu... bueno. Depende de su complejidad y...
-¿Cuánto?
-U... unos cuatro meses, su excelencia.
-Bien. Tienes cuatro meses para sorprenderme. Podrás pedir lo que quieras para que el experimento sea un éxito.
-¡Oh! ¡Mu... Muchísimas gracias, su excelencia!- el joven no paraba de hacer reverencias, tantas que Ekaterina tuvo que apartarse para que su cabeza no chocara con la del joven.
-Pero si me fallas, te reservaré un destino peor que Yokutva.
-Eh... Sí. No... No le fallaré.
-Eso espero.

Los días pasaban y las noticias que llegaban sobre el nuevo arma del imperio no eran muy halagüeñas. El 15 de duomiembre los servicios secretos de la Horda Polar recibieron un informe en el que se aseguraba que el arma en cuestión, llamada en clave “Garra del León”, había sido usada en una batalla contra las fuerzas de fanáticos del Archimago en Sitán. El resultado fue que el ejército de rebelde fue convertido en cenizas en un abrir y cerrar de ojos. Ekaterina se mordía las uñas esperando que concluyeran los experimentos de Shoroviensky.

Y llegó cuatromiembre y con él, la tan esperada noticia.
Era de noche. Ekaterina se disponía a ir a sus aposentos para dormir cuando Tereshkova apareció de la nada, algo normal en ella.
-¡Aaaaaaaah! ¡Tereshkova! ¡No me dé esos sustos!- gritó sobresaltada la zarina.
-Excelencia, he recibido un mensaje de Shoroviensky- decía la coronel, sin mostrar ningún tipo de emoción en su rostro- Dice que el experimento ha sido un éxito y que espera su visita.
-¿Sí?- los ojos de Ekterina se iluminaron- ¡Vayamos pues al laboratorio! ¡No hay tiempo que perder!

El Hospital del Ejército fue construido por el zar Anatoly, abuelo de Ekaterina, para proporcionar un lugar de reposo a aquellos militares que habían sido heridos durante las Guerras de la Abeja. El edificio de tres plantas presentaba una arquitectura bastante cuadriculada, como era normal en la Horda Polar. Estaba lleno de interminables filas de ventanas para aprovechar la luz del sol. La puerta principal estaba rematada por el escudo de la Horda Polar: una estrella de nieve con la cabeza de un oso rugiendo en el centro.
Ekaterina llegó montada en un faetón a vapor junto con Tereshkova al lugar pasada la medianoche. En la puerta les esperaba Dmitry Khorsov, el director del hospital, el cual mostraba signos de que había sido levantado a la fuerza de un sueño reparador.
-Su excelencia- dijo mientra bajaba las escaleras de la entrada para saludar a Ekaterina- Es un honor que visite nuestra institución...- Khorsov se quedó a mitad de discurso cuando la zarina pasó por al lado suyo como un vendaval. Tan solo le dijo: “Khorsov, a los laboratorios. ¡Ahora!”. El director se giró y decidió que lo mejor era callar y seguir las órdenes de su excelencia.
Llegaron a un elevador. Las puertas se abrieron y entraron Ekaterina, Tereshkova y Khorsov. El director sacó un manojo de llaves de su bata de médico y encajó una en una cerradura que había en el panel de mandos la cabina. Giró y, acto seguido, las puertas se cerraron y el habitáculo comenzó a descender.
-Perdone que le moleste, su excelencia- dijo el director- pero he de hablarle de Shoroviensky.
-¿Sí?- Ekaterina contestó como si no le importara nada de lo que saliese de la boca del hombre.
-Verá, es sobre su comportamiento.
-¿Su comportamiento?
-Sí. El señor Shoroviensky es un chico bastante tímido y educado, dicho sea de paso, pero cambia radicalmente cuando se encuentra en su laboratorio.
-¿A qué se refiere con “cambia”, Khorsov?
-Me refiero a que se vuelve, ¿cómo decirlo?, loco. El otro día tuvimos que sedar a una enfermera que había entrado para llevar material quirúrgico al doctor Shoroviensky. Salió de la habitación con un ataque de nervios, gritando como si hubiera visto algo horrible. Cuando conseguimos tranquilizarla, habló de una horrible criatura en el interior de una cámara de cristal y de que la bata de Shoroviensky estaba cubierta de sangre.
-¿Algo más, Khorsov?
-Sí. La enfermera dijo que vio el rostro del doctor. Dice que sonreía.
-¿Eso es algo malo? Es síntoma de que le gusta su trabajo. Yo también sonrío cuando firmo una orden de ejecución.
-Pero es que no era una sonrisa normal. La enfermera aseguró que era una sonrisa diabólica, como si el doctor Shoroviensky estuviera poseido.
-Tal vez sea el poder de la ciencia, Khorsov. Y deje de aburrirme con sus anécdotas.
El elevador llegó a su destino, frenando suavemente con el suave sonido del vapor saliendo de unas espitas. Las puertas se abrieron y los tres ocupantes de la cabina salieron hacia un pasillo lóbrego, iluminado tan solo por unas pocas lámparas de gas. Avanzaron por el lugar hasta llegar a una puerta de metal con un rótulo: “Laboratorio de Investigación nº 3”. Las tres personas se quedaron de pie ante la puerta. Ekaterina miró a Khorsov.
-¿A qué espera? ¡Abra la puerta!- ordenó la zarina.
El director asintió y abrió. La imagen que se encontraron en el interior del laboratorio era bastante espeluznante: probetas, instrumental, hasta el suelo estaba manchado de sangre. En un lado, una gigantesca cápsula de metal, con una abertura en la parte superior accesible con una escalera, estaba cubierta por una mezcla de sangre y líquido amniótico.
-¡Por todos los dioses!- musitó Khorsov.
-Vale. Creo que lo que decía su enfermera era verdad- dijo Ekaterina- Muy bien. ¡Shoroviensky! ¿Dónde demonios estas metido?
-A... aquí, su... su excelencia- Shoroviensky salió de un rincón de la habitación. Estaba cubierto de sangre y arañazos. Al lado suyo, una sabana tapaba algo con forma de cubo.
-¿Se puede saber que ha pasado? ¡Contesta!- ordenó la zarina.
-¡Oh! Verá, tuve unos pequeños problemas con el espécimen pero pude solucionarlos a tiempo- contestó el joven. Los presentes se dieron cuenta de algo extraño en él cuando comenzó a hablar del “espécimen”: había dejado de tartamudear. Parecía mostrarse más seguro- ¡Lo sabía! ¡Tenía razón! ¡Mis teorías son ciertas! ¡Lo conseguí! Fue un trabajo duro, casi no lo consigo pero aquí está- Shoroviensky tiró de la sabana para descubrir una jaula. En el interior, se encontraba una gigantesca criatura, de pie sobre sus patas traseras, cubierta de pelo, ojos rojos, dientes afilados y unas garras que podrían destrozar hasta el mejor de los blindajes. Parecía inquieta y respiraba con bastante fuerza. Shoroviensky siguió hablando- He usado tejidos oso, de tigre de las nieves y de humanos. Intentó atacarme cuando lo saqué del tanque de cría pero mire: está vivo. ¡Vivo!- una diabólica sonrisa adornó el rostro del científico en ese momento- Lo llamo “shurale”.
Ekaterina se quedó mirando a la criatura completamente pasmada mientras que Khorsov intentaba por todos los medios contener unas arcadas. Tereshkova no presentaba ningún tipo de emoción ante la macabra escena. De repente, la criatura se enfureció he intentó sacar sus garras por los barrotes de la jaula. Ekaterina se hizo para atrás mientras que Shoroviensky cogió un bastón eléctrico de una mesa y atacó a la criatura. Esta se replegó ante el chispazo.
-No... No haga eso- dijo el científico, el cual había vuelto a tartamudear- Mi... mirarle a los ojos le en... enfurece aún más.
La zarina se quedó ensimismada viendo al “shurale” agazapado en uno de los rincones de la jaula. Tras observar a la criatura durante un momento, fue hacia donde estaba Shoroviensky. Ekaterina cogió al joven de la pechera con fuerza, inclinó su torso para poner su cabeza a su altura y le dio dos sonoros besos, uno en cada mejilla, sin importar que su rostro estaba manchado de sangre.
-¡Me encanta!- dijo Ekaterina, repleta de felicidad- ¿Puedes tener listo un regimiento de 100 como estos?
-Sí... sí, su... su excelencia- dijo el científico, completamente sorprendido por la reacción de la emperatriz.
-¡Bien!- Ekaterina soltó a Mikhail y se giró hacia Tereshkova- ¡Coronel! Habiliten un laboratorio en los sótanos de palacio y proporciones todo el material necesario al doctor Shoroviensky.
-Como ordene, su excelencia.
Ekaterina volvió a alzar su cabeza para hablar con el joven.
-¿Y bien?- dijo- ¿Te interesaría ser barón?
-¿Ba... barón?- dijo Mikhail, completamente nervioso como de costumbre- ¿Se... se refiere a... a un título no... nobiliario? Bu... bueno, es to... todo un honor pero ten... tendré que...
-¡Entonces serás barón!- gritó con gran alegría Ekaterina- ¡Ja, ja, ja! ¡Tiembla, Alexandra, tiembla!

Espero que os haya gustado. 
Si veis algún error, avisadme. Lo he revisado bastante pero creo que se me puede haber pasado algo. Además, todavía tengo que practicar aún más el arte de la escritura.

2 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Me ha encantado, geniales los diálogos y la personalidad que has infundido con ellos a los personajes.

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